Jaque a la revolución del ‘fracking’ en Estados Unidos
La caída de la demanda provocada por la pandemia castiga a un sector que ya tenía problemas de rentabilidad
Hace apenas un año, la industria petrolera estadounidense celebraba triunfante la independencia energética, soñada durante décadas por políticos y ejecutivos deseosos de dar un portazo a productores extranjeros poco fiables. Misión cumplida. Estados Unidos se convertía en el mayor productor global de crudo. “La edad de oro de la energía americana está en marcha”, declaraba solemne Donald Trump.
Entonces llegó el coronavirus y la demanda global se paralizó de pronto. La euforia se convirtió en espanto, materializado al comienzo de esta semana en un lunes negro para la historia, en el que los precios del petróleo cayeron por primera vez por debajo de cero. En la superficie parece un evento aleatorio. Pero la realidad nunca fue tan dorada como la pintaba el presidente.
El sueño de la independencia energética se alcanzaba gracias al fracking, práctica que consiste en arrojar agua a presión y otros químicos en el subsuelo para obtener petróleo de las grietas entre las rocas. “Ha sido una revolución, ha alterado la industria global”, explica Raoul LeBlanc, vicepresidente de Energía en IHS Markit. “El sector ha crecido muchísimo, pero no ha tenido tanto éxito en términos de rendimiento económico. Ha sido todo crecer y no hacer dinero. Ya había cierto descontento con la industria, al que las compañías respondieron limitando un poco el crecimiento para dar dinero a los accionistas. Pero este negocio requiere destinar dinero a hacer más pozos. Digamos que tiene que correr para estar quieto, hay que alimentar constantemente a la bestia. Para obtener un rendimiento del 10% con el fracking, se calcula que el barril tiene que estar a entre 35 y 55 dólares”.
Controvertido por su impacto en el medio ambiente, muchos defienden que el fracking, más caro que la extracción tradicional y por tanto más sensible a las bajadas de precio, era ya un negocio ruinoso mucho antes de que golpeara el coronavirus. Desde 2015, según un estudio del Centro para la Legislación Medioambiental internacional, más de 200 empresas perforadoras han quebrado. Hasta 32 de ellas declararon bancarrota en 2019, y otras siete en el primer trimestre de 2020. Según un estudio reciente de Rystad Energy, con los precios del petróleo y gas predominantes antes de que cayera bruscamente la demanda por la pandemia, casi todos los nuevos pozos de fracking perderían dinero.
Con buena parte de la economía mundial paralizada por las medidas impuestas para contener la propagación del coronavirus, el impacto del insólito bajón de la demanda ya se ha notado en Texas, Nuevo México o Dakota del Norte. Solo en ese último Estado, el 5% del empleo depende del fracking. Los despidos se suceden. Las compañías están dejando de perforar y cerrando pozos.
“Veremos quiebras. Muchas, de hecho”, asegura Jacques Rousseau, director adjunto de Clear View, firma de investigación y análisis de tendencias en la energía. “Ya las ha habido, pero habrá muchas más en los próximos meses y años. Como en cualquier negocio, las compañías más grandes, más capitalizadas y diversificadas, sortearán mejor la tormenta que las pequeñas. La pregunta es cuánto va a durar esta situación tan excepcional”.
La industria petrolera, que supone cerca de 10 millones de empleos directos e indirectos en el país, es hoy tan grande que las ondas sísmicas de su sacudida afectarán, por fases, a otros sectores. Primero a los empleos relacionados con la construcción de nuevos pozos. Se calcula que 50 dolares el barril es el coste mínimo para poder explotar los pozos existentes y además taladrar nuevos. Las compañías que ofrecen servicios de perforación, así como otras más pequeñas que se encargan de la limpieza, el transporte o estudios geológicos, han empezado a despedir a trabajadores y a reducir sus operaciones. Pero también sufrirán los productores que fabrican los materiales para sus instalaciones o los bancos y fondos que prestan el dinero. Los productores acumulan 86.000 millones de deuda con vencimientos antes de 2024, según Moody’s, y casi la mitad vence este año.
“Nunca fallaremos a la gran industria del petróleo y del gas estadounidense. He ordenado a los secretarios de Energía y del Tesoro que formulen un plan que disponga fondos para que estas compañías tan importantes y sus empleos estén asegurados para el futuro”, tuiteaba el presidente Trump el martes. Pero su margen de maniobra es limitado en una industria que, globalmente, produce cada día 30 millones de barriles más de los que se demandan.
“Hay más de 5.000 operadores en Estados Unidos, y 200 de ellos son responsables del 90% de la producción”, explica LeBlanc. “Pero todas esas otras pequeñas operaciones no tienen recursos y están muy endeudadas. El sector cambiará mucho. Esto es como tratar de parar de repente un tren que va a toda velocidad. Pero la demanda volverá y el petróleo estadounidense seguirá siendo competitivo”.
Regrese cuando regrese la actividad económica, pocos dudan de que la crisis va a tener un efecto transformador en un sector que se enfrenta además al colosal reto de la crisis climática. Ya había un creciente movimiento contrario a esta práctica por su enorme impacto ambiental, pues al daño en sí de quemar combustibles fósiles se suman otros como el efecto contaminante en el agua de los químicos empleados. La mayoría de los candidatos demócratas en las primarias del partido defendían prohibir su práctica en terrenos federales, y una iniciativa promovida por el senador y excandidato presidencial Bernie Sanders y la popular congresista Alexandria Ocasio-Cortez proponía directamente prohibir el fracking. Hay quien cree que, al final, será la economía y no la política la que aplaste esta controvertida revolución energética.
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