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Columna
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El “pico de los nacimientos” y el futuro de la economía mundial

Dada la realidad poblacional, el 0% de crecimiento del PIB es casi inescapable. También el aumento de la desigualdad

tomas ondarra

En 2017 la humanidad alcanzó el “pico de los nacimientos”. Este es el año (quizás uno arriba o abajo, pues los datos no son perfectos) en que el número de nacimientos en el planeta tocó el máximo de nuestra historia como especie y comenzó un imparable descenso. Haber dejado atrás el “pico de los nacimientos” es el factor que de manera más fundamental determinará el futuro de la economía mundial.

El número de nacimientos depende de la tasa de fertilidad por mujer y la cantidad de mujeres en una población. Aunque la tasa de fertilidad del planeta llevaba cayendo desde mediados de los años 60, cuando estaba en unos 5 nacimientos por mujer, hasta unos 2,4 en 2017, el número de mujeres en edad fértil continuaba aumentando lo suficientemente rápido como para que el total de nacimientos en el planeta creciera de unos 115 millones al año a unos 141. Ahora que se ha frenado el crecimiento de las mujeres en edad fértil, la incesante reducción de la tasa de fertilidad se impone, inexorable. Además, la mortalidad de menores de 5 años es lo suficientemente baja (5,4 millones en el mundo en 2017) para que el número de nacimientos sea una buena aproximación del número de personas que llegarán a su edad fértil en el futuro cercano.

Existe una gran heterogeneidad en cómo se ha distribuido la caída del número de nacimientos. China ha pasado de unos 29,6 millones de nacimientos en 1963 (su propio “pico de nacimientos”) a 15,2 millones en 2018, sin que la eliminación de la política del hijo único haya tenido más que un efecto mínimo en frenar el colapso de la natalidad. En India, en 2018, nacieron 26 millones de personas, no muy lejos de su pico de 27,4 millones en 2003. Mientras tanto, en la África subsahariana, la caída de la fertilidad ha sido, por el momento, menor y los nacimientos siguen creciendo. Pero incluso en África existe evidencia de que la reducción de la fertilidad se notará claramente en un par de décadas. Más cerca, en España, nuestro “pico de nacimientos” se produjo en 1974, con 689.000 nacimientos. Los 369.000 nacimientos de 2018 en nuestra nación marcan un futuro demográfico muy diferente al que teníamos hace 45 años. España, como otros países occidentales, ha sentido menos que Japón esta reducción de la fertilidad gracias a la llegada de inmigrantes. Pero, a nivel del conjunto del planeta, que tiene una emigración agregada cero, la realidad es tozuda.

En efecto: la caída de los nacimientos supondrá que la población mundial crecerá cada vez más despacio. Las Naciones Unidas predicen que la población mundial se estabilizará hacia 10.900 millones de personas en 2100 y que puede incluso empezar a caer antes. Los resultados de mi propia investigación sobre la transición demográfica de la humanidad me sugieren que la población humana puede caer incluso hacia el 2060 (esta fecha depende no solo de la fertilidad sino de cómo evolucione la esperanza de vida; incluso una población con muy baja fertilidad puede incrementarse por décadas si la esperanza de vida crece rápidamente).

Las consecuencias sobre la sociedad, la economía y el medio ambiente de este cambio demográfico son dramáticas. Algunas, como una menor presión sobre los recursos naturales, serán particularmente bienvenidas. Otras consecuencias serán más ambiguas.

Un simple caso ilustra la situación. Imaginémonos que tenemos un país cuya población activa crece un 1% en un año medio y la productividad del trabajo un 2%. Estas eran las cifras de una economía avanzada “de libro de texto” en los años 60 del siglo XX. La suma del crecimiento de la población activa y de la productividad producen un crecimiento de la economía de un 3%.

Avancemos unas décadas. Ahora, esta economía “de libro de texto” tiene un crecimiento de la población activa del -1%, resultado de la caída de la fertilidad y de la finalización de la incorporación de la mujer al mercado de trabajo. Incluso si la productividad del trabajo sigue mejorando al 2% anual en un año medio, esta economía solo crecerá al nuevo normal del 1%.

Este crecimiento del 1% significa muchas cosas. Primero, que los actores económicos y los medios de comunicación tendremos que reajustar nuestras expectativas. En vez de fijarnos, por ejemplo, en la tasa de crecimiento del PIB total, deberemos concentrarnos en la tasa de crecimiento per cápita (por otra parte, una mejor medida de cómo mejora la vida de las personas medias que el PIB total). Si uno mira a Japón en los últimos 20 años, su crecimiento económico per cápita ha sido decente. Pero como su población activa se ha reducido un 2%, la cifra de crecimiento del PIB total parece, a primera vista, decepcionante. Ni la política monetaria ni la fiscal —a menudo argumentadas como la “solución” para Japón por muchos analistas— pueden hacer nada contra una reducción de la población.

Pero incluso si prestamos más atención a la tasa de crecimiento per cápita, la tasa de crecimiento del PIB total sigue importando para las empresas, la evolución del Estado del bienestar o la sostenibilidad de la deuda pública y privada. Un 1% de crecimiento hace el debate presupuestario de cada año mucho más tenso que un crecimiento del 3%.

Además, el crecimiento de la productividad del trabajo no es independiente del de la población. Menos jóvenes también suponen menos científicos e innovadores. A menos investigadores y nuevas empresas, menos crecimiento de la productividad. Y sociedades envejecidas son sociedades a las que les resulta más intrincado adaptarse a las nuevas tecnologías. Incluso yo mismo, solo en la mitad de mi vida y con un alto nivel de educación, noto cómo se me hace cada año más costoso aprender la última novedad del teléfono móvil.

Volviendo a nuestra economía “de libro de texto”. Imaginémonos que, con una población envejecida y por los mecanismos esbozados anteriormente, el crecimiento de la productividad del trabajo solo es del 1% anual, en vez del 2% de los años 60 del siglo XX. Como la población activa cae al -1%, el crecimiento del PIB total será, en un año normal, del 0%. De hecho, el crecimiento de la productividad en las economías avanzadas ha sido muy malo en los últimos 20 años. ¿Es esto ya el efecto del cambio demográfico?

Es tentador llamar a esta situación de crecimiento del PIB al 0% (u otra baja cifra) el estancamiento secular. Esta expresión, originaria de Alvin Hansen, ha sido recientemente resucitada por Larry Summers. Aunque empleemos esta idea, debemos recordar que una política económica expansiva poco podrá sacarnos de tal estancamiento. Dada las realidades demográficas, el 0% de crecimiento es casi inescapable.

Las consecuencias del “pico de nacimientos” van mucho más lejos que sus efectos en el crecimiento del PIB. Poblaciones más envejecidas son poblaciones con más desigualdad de la riqueza, ya que son los hogares de más edad los que han tenido más tiempo de acumular activos. Además, según la población mundial envejece, el deseo de ahorro de estos hogares reduce el tipo de interés de los activos seguros. El mundo en el que vivimos de bajísimos tipos de interés reales es, en buena medida, el resultado de la caída de la fertilidad, no de la maquinación de ningún banco central. Y el precio de la vivienda, fuera de algunas ciudades como Londres, Nueva York y París (o en España, Madrid y Barcelona), probablemente se desmorone en las décadas venideras. ¿Quién va a querer, en caso contrario, adquirir las 100.000 viviendas que van a sobrar en Asturias en 2050?

Finalmente, otras consecuencias, como los cambios en nuestras relaciones sociales y en la dinámica política de una sociedad en la que cae la población de manera sistemática, son tierra desconocida. Parafraseando a Robert Lucas: cuando un economista empieza a pensar sobre el “pico de los nacimientos”, es muy difícil pensar en ninguna otra cosa.

Jesús Fernández-Villaverde es profesor de la Universidad de Pennsylvania.

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