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Contra el sentido común

La política española sigue moviéndose en unas constantes vitales perversas, su prestigio está por los suelos y se debe en gran medida a los propios gobernantes

Ortega Smith y García Egea, en Sevilla. / A. RUESGA (EL PAÍS)
Ortega Smith y García Egea, en Sevilla. / A. RUESGA (EL PAÍS)

La política española sigue moviéndose en unas constantes vitales perversas. A pesar de constituir una actividad socialmente valiosa, su prestigio está por los suelos, y una parte importante de ese descrédito se debe directamente a los propios políticos. No hay que echarles la culpa de todo, porque tampoco es sensato ni corresponde a la verdad, pero sí hay que reprocharles que no cuidan ni mínimamente su actividad profesional y colectiva, de enorme interés.

Los avatares de la política cotidiana son lo suficientemente complejos como para que se precise una pequeña pedagogía capaz de explicar algo más qué ocurre y qué se propone para solucionarlo. Esto sería lo básico. No me estoy refiriendo ni por asomo a prácticas propias de la llamada democracia deliberativa, que la mayoría de las veces resulta ciencia ficción; pero sí a una mínima explicación al ciudadano, tanto de lo que sea hace como de lo que se deja de hacer. También es legítimo que un partido critique lo que hace su adversario –es una regla del juego-, pero siempre dentro de unos parámetros racionales que ayuden a la comprensión de fenómenos generalmente complicados por su propia naturaleza.

Por otra parte, aquella ausencia se ve potenciada por un tipo mayoritario de cultura política, muy asentada entre la ciudadanía española, caracterizada entre otros rasgos por una desmovilización política intensa sobre un lecho de crítica feroz contra la política como una actividad siempre vinculada a su parte más negativa. Es decir, a aquellas prácticas erróneas, negligentes, o incluso delictivas reseñadas por algunos de sus practicantes, pero tomando la parte por el todo. Este es un caldo de cultivo muy fructífero para su perpetuación, si no se es capaz de rebajarlo con unas explicaciones coherentes y racionales de las propuestas políticas de los unos y de los otros, aun con la óptica ideológica propia legítima.

Ante este escenario, nos encontramos con un bombardeo ininteligible –creo que sería el calificativo correcto, a pesar de que superficialmente no lo parezca porque tenemos el oído ya acostumbrado- de proposiciones, afirmaciones, negaciones confusas y que confunden; y lo peor, que llevan al ciudadano a no poder reflexionar un poco sobre nada. Es cierto que esto se enmarca dentro de la clasificación de la ‘política espectáculo’ de la que tanto se oye; es decir, que el ciudadano queda reducido a un espectador perplejo. Eso sí, menos de lo que conscientemente debiera por el hábito.

La cascada de mensajes es gruesa, y sus ejemplos atronadores, y ofenden al sentido común de cualquier ciudadano racional. Y los ejemplos se encuentran en cualquiera de las filas políticas del cada vez más fragmentado sistema de partidos español. Mensajes de alcance nacional que si uno se para un momento a pensar, se queda traspuesto.

Por ejemplo, que el PP es el verdadero partido de centro –gran meta– porque es capaz de pactar a la derecha y a la izquierda. El hipotético centro del que tanto se ha escrito y anhelado, y que viene a ser en términos estrictos un punto equidistante en el llamado eje imaginario izquierda-derecha, resulta que se mueve sin problema de un lugar a otro en función de la traslación de una determinada fuerza política. Otro ejemplo está en negar la evidencia; esto, que nos cuesta asimilarlo en la vida cotidiana, se instala en la política, como está ocurriendo con el pacto dúo/trío que va a conformar el Gobierno de Andalucía por parte de Ciudadanos.

Tampoco es fácilmente explicable la combinación persistente entre el proyecto de Presupuestos Generales del Estado y la resolución del conflicto político catalán por parte de los partidos independentistas

Otra dimensión de perplejidad son los cambios de posición y opinión del Gobierno de Pedro Sánchez. Las medidas concretas y las políticas señaladas tienen un coste y un esfuerzo que nadie niega; lo mejor es calibrar causas, consecuencias y tiempos de desarrollo antes de lanzarlas a la palestra pública. La falta de previsión no resulta un valor.

Tampoco es fácilmente explicable la combinación persistente entre el proyecto de Presupuestos Generales del Estado y la resolución del conflicto político catalán por parte de los partidos independentistas. Es evidente que una de las herramientas fundamentales de la actividad política es la negociación entre distintos asuntos que pueda arrojar una moderada satisfacción entre las partes, pero vincular de forma estrecha dos cuestiones, en que una afecta a toda la población y otra al sentir de una parte, encaja difícilmente bien.

Cambios de opinión, en función de situaciones sobrevenidas, y falta de explicaciones claras a las disensiones internas también han marcado la evolución de Podemos; y qué decir del ideario de Vox en torno a lo que la formación denomina ‘ideología de género’.

Esta fragmentación del sistema de partidos en España ha producido un cambio sustantivo en el despliegue de los mensajes políticos. En las épocas del bipartidismo era más sencillo; prácticamente el mensaje era unívoco y lo que cambiaba era el lugar del remitente, pero todo se resumía en que ‘esto es lo peor que ha ocurrido en la democracia española’, viniese a ser lo que fuese en cada momento; de todos modos, la explicación a esta tremendista observación tampoco nunca llegaba a producirse. El cambio de escenario motiva una multiplicación de discursos cruzados que, tanto por su número como por su contenido, complican más la comprensión ciudadana sobre el quehacer político.

El discurso político está orientado a convencer, y lo más rápido posible, pero no puede ser un acto de fe para una sociedad democrática. Se debiera exigir una mayor altura de razonamiento en el entendimiento de que la ciudadanía es mayor de edad, aunque sin duda habría menores que se explicarían con más soltura. Queda una pregunta final: ¿A los políticos españoles les interesa un electorado con sentido común? Sí es así, que no lo golpeen más.

Ahora que estamos en plena precampaña electoral, y donde según comentan los expertos la batalla va a estar en la argumentación, o también en otro concepto con el que nos hemos ido familiarizando: el relato, es justo pedir a nuestros representantes una mayor dosis de explicación coherente y equilibrada a la hora de pedir nuestro voto.

* Paloma Román Marugán es profesora de Ciencia Política en la Universidad Complutense de Madrid

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