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Tribuna
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Cuidado con la renta básica

Adoptar una medida de este tipo tiene muchas variables, y hay que verlas todas antes de decidir

Rafael Ricoy

A cualquier Administración le cuesta mucho generar nuevos ingresos; ni los márgenes para gravar nuevas bases lo permiten, ni la posibilidad de hacerse simpático poniendo nuevos impuestos lo recomienda. De modo que un descosido en el gasto, en un momento dado, puede provocar daños irreparables. Esto viene a cuenta de la propuesta de renta básica que con una cierta alegría los partidos ponen sobre la mesa. Uno entiende que cuesta mucho oponerse a dicha propuesta de manera categórica, en un contexto poscrisis y visto lo que ha pasado con la redistribución de la renta.

Pero la responsabilidad manda, y obliga al menos a debatir tres cuestiones antes de abrazarse a la renta básica. La primera es la de clarificar de qué estamos hablando; la segunda, con qué capacidades se cuentan para gestionarla; y respecto de las dos anteriores, si se pueden anticipar para neutralizarlos, sus efectos no deseados sobre la economía.

Respecto del primer punto: ¿Debe reemplazar (excluir) esta renta ciudadana cualquier otra redistribución, o sólo complementarla? ¿Estamos hablando de una ayuda esporádica (una lanzadera para salir del atolladero) o de una renta regular permanente? ¿Queremos que su cobertura sea universal, para ricos y pobres, fiando que la regresividad fiscal se recupere a través del cumplimiento fiscal de un IRPF progresivo? ¿O se trata de algo 'universal' por la elegibilidad general que permite, aunque quien termine siendo elegido haya de pertenecer necesariamente a una categoría determinada de pobreza relativa?

La elegibilidad potencial de la que hablamos, ¿estará condicionada a algún criterio (trabajo comunitario, formación, etc.) o se otorgará cualquiera sea el destino de la renta y la razón por la que no se dispone de ella? ¿Quién la ha de recibir, el hogar (haciendo aquí un pool de necesidades y capacidad de gasto) o el individuo aisladamente, y a partir de y hasta qué edad (sustituyendo si acaso también las prestaciones por jubilación, incapacidad, dependencia, etc.)? Finalmente, ¿nos referimos a un crédito fiscal contra una renta declarada por debajo de un mínimo o de un cheque o transferencia monetaria ingresada en cuenta?

Notemos que estas seis alternativas interaccionan y provocan más de una docena de variante. Cada una de ellas tiene consecuencias diferentes en la reducción efectiva de la pobreza, la reinserción laboral o la desigualdad. Aprovechando esta ambigüedad es fácil que se produzca un falso consenso político que vaya desde posiciones de la izquierda más radical a posiciones buenistas o malévolas de partidos de la oposición, que tarareen en el coro la música de la renta básica, ignorando la letra y, más aún, no haciéndose cargo ni de la partitura ni del coste de los instrumentos.

Las dificultades de gestión de algunas de aquellas modalidades son fáciles de adivinar: pensemos con los efectos de una renta sustitutiva, universal, permanente, incondicionada y monetaria sobre el mercado de trabajo y la gestión de la protección social existente. ¿Entenderá la ciudadanía que a pesar de las penurias fiscales generales se ingrese regularmente una renta al rico que no la pide y que prácticamente no le alcanza ni para su gasto de fin de semana? ¿Aceptará el beneficiario actual de la política social perder las prestaciones que dispone a cambio de aquella renta igualitaria otorgada a todos? ¿Cómo leerá el más pobre el incremento que esta renta le pueda dar respecto de la que ya disponía como beneficiario o pensionista, en comparación a la de quien, sin solicitarla, le cae del cielo?

La gestión de la reducción por reemplazo de la acción social existente para con esta nueva política es poco más que infactible. Dar no tiene, políticamente, problemas, pero detraer tiene muchos, y, más aún, hacerlo entre los menos favorecidos para dar los remanentes a los ricos. Es fácil pensar consecuentemente que, al final, la renta otorgada sumaría y no restaría nada, de modo que el agujero en las cuentas públicas estaría cantado, siendo probable que la solución de financiación se trasladase a la liturgia del combate contra el fraude tributario y el cumplimiento fiscal de que 'paguen los ricos'.

Puede ser, pero, como sociedad, podríamos pactar una transacción: por ejemplo, de que los ingresos fiscales para la mejora de la economía; el cierre de la brecha fiscal y del fraude, así como el mejor logro de la progresividad fiscal, lo destinemos a financiar, secuencialmente, una incipiente renta básica, con pretensión universal, pero empezando por complementar a los más necesitados.

Guillem Lopez Casasnovas es catedrático de Economía de la Universidad Pompeu Fabra.

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