¿Cómo afectará la inteligencia artificial al nivel de empleo?
Es necesario huir del alarmismo: ya hemos vivido cambios tecnológicos así en el pasado
Existe una enorme preocupación, casi cabría hablar de miedo, sobre los efectos que el cambio tecnológico sobre el empleo. Y sin embargo, la automatización lleva ya años eliminando miles de empleos sin peligrosas consecuencias sociales.
Por ejemplo, la producción textil requiere primero producir fibra desde el algodón, luego hilo desde la fibra, luego tejer la tela a partir del hilo, y finalmente tratar y teñir la tela. Todas estas tareas requerían, antes de la primera revolución industrial, una enorme fuerza de trabajo, que poco a poco se fue sustituyendo por máquinas, sobre todo con los procesos de automatización del hilado y el tejido.
De forma similar sucedió con la agricultura, que ocupaba hace solo dos siglos a la mayor parte de la población activa mundial. Primero las segadoras mecánicas y los arados tirados por caballos reemplazaron al trabajo manual, y luego los tractores reemplazaron a los caballos en el siglo XX. Finalmente, a finales del siglo XX aparecieron las cosechadoras mecánicas, que acabaron casi completamente con el uso de mano de obra en la agricultura.
Historias similares se pueden contar de la fabricación metalúrgica, de la fabricación de automóviles, o del trabajo de oficina. En todos ellos, las tareas más rutinarias han ido poco a poco automatizándose y desplazando así a una gran parte del trabajo empleado.
Sin embargo, en la mayoría de los ejemplos históricos, no observamos gran paro tecnológico tras estos enormes cambios. Al revés, a medida que aumenta la automatización, aumenta la productividad y también el empleo. Entender por qué y cuándo esto sucede así es importante, ahora que nos enfrentamos a grandes cambios a causa del avance de la inteligencia artificial.
Por ejemplo, especialistas médicos como los patólogos, los radiólogos o los dermatólogos se especializan en diagnosticar imágenes: ver una foto y decidir si es “buena” o “mala”. La inteligencia artificial está a punto, o ha llegado ya, a hacer este trabajo mejor que los humanos.
¿Cabe esperar que la inteligencia artificial, que sustituirá muchas de las tareas humanas, aumente también el nivel de empleo, pese a los muchos miedos en nuestras sociedades? ¿Tras esta revolución, nos quedará algo que hacer, o nos condenará inevitablemente al paro tecnológico?
Esta es la pregunta que se hace un reciente e interesante trabajo de los economistas Daron Acemoglu, del MIT, y Pascual Restrepo, de la Universidad de Boston (Artificial Intelligence, Automation and Work) presentado este mes de julio en el grupo de trabajo sobre TICs y Digitalización de la Oficina Nacional de Investigación Económica (NBER) en Boston y del que me tocó hacer la discusión oficial (aquí para los más técnicos e interesados). De ese trabajo proceden también los ejemplos que he comentado anteriormente.
Acemoglu y Restrepo hacen un ejercicio teórico que busca categorizar y organizar la evidencia sobre la automatización. Su punto de partida es que la “automatización” permite que tareas que antes hacíamos solo los humanos, las hagan las máquinas.
El impacto inmediato de este cambio es evidente: una caída de la demanda del factor trabajo. A este efecto “directo” lo llaman “efecto desplazamiento” del trabajo por las máquinas. Sin embargo, existen tres efectos clave que pueden llevar a que la demanda final de trabajadores aumente. En qué condiciones esto se produce es lo importante de este análisis. Me centraré aquí en uno de ellos.
El efecto “positivo” para la demanda de trabajo más importante es el “efecto productividad”. Al reducirse el coste de producción, se reducen los precios de (potencialmente) un gran número de bienes y servicios, lo que aumenta la riqueza de las sociedades y su demanda. Este aumento se puede producir en el propio sector que ha experimentado un aumento tecnológico, o en la economía en su conjunto.
Por ejemplo, un aumento de empleo en el propio sector que experimentó la automatización se produjo Acemoglu y Restrepo en el caso de la introducción de los cajeros automáticos que, al reducir el coste de abrir nuevas sucursales, llevaron a un fuerte aumento del número de oficinas y del empleo en banca. Lo mismo sucedió con los avances tecnológicos en el sector textil, que llevaron a una fuerte caída de su coste y a un aumento de la demanda de trabajo.
Un ejemplo, donde el efecto de “productividad” se produce en toda la economía se puede observar en el enorme progreso tecnológico en la agricultura debido a su mecanización, que llevó a un fuerte aumento de la riqueza de las familias y a un aumento de la demanda de bienes y servicios en toda la economía.
¿Cuándo es este efecto de “productividad” lo suficientemente fuerte para dominar al “desplazamiento”? Es en este punto en el que se produce el resultado más interesante del análisis.
Supongamos primero una tecnología “ni fu ni fa”, es decir, una tecnología suficientemente avanzada para automatizar ciertas tareas y desplazar a la mano de obra en ellas, pero no lo suficientemente avanzada para implicar una fuerte caída de los costes. Claramente, esta tecnología supondrá una caída de la demanda de mano de obra mediante el “efecto desplazamiento”, pero no aumentará significativamente la riqueza de las familias y por tanto no llevará a un aumento compensatorio.
Imaginemos por el contrario una tecnología realmente revolucionaria. Cierto, las máquinas desplazarán a los trabajadores. Pero la fuerte caída de los costes de producción (piensen en el textil, o en los avances en la agricultura) llevará a un fuerte aumento de la riqueza disponible de las familias, a un aumento de la demanda, y a un aumento de los salarios y del empleo.
En definitiva, no tenemos que tener miedo a las tecnologías “fantásticas”, a aquellas tecnologías que “cambian el mundo”. Precisamente porque lo cambian, facilitan el aumento de bienestar de la sociedad y aumentan la demanda de tareas, tanto las existentes como otras nuevas que aún no podemos imaginar. Por ejemplo, la inteligencia artificial nos permitirá personalizar la medicina o la educación hasta niveles que hace poco no eran imaginables.
Lo que debe preocuparnos son las tecnologías mediocres, aquellas que suponen incrementos mínimos de la productividad: aumentos de productividad suficientes para desplazar trabajadores, pero no lo suficientemente importantes para incrementar sustancialmente el bienestar de los que consumen estas tecnologías. Esas tecnologías tendrán lo “malo” del efecto desplazamiento de la mano de obra, pero no lo bueno del aumento del bienestar social y de la demanda de trabajo derivada del efecto productividad.
En definitiva, de acuerdo con el análisis de Acemoglu y Restrepo, es necesario huir del alarmismo. La inteligencia artificial es, en su opinión, un cambio similar a los que hemos venido disfrutando desde hace 250 años con la revolución industrial. Quizás un cambio más rápido, que va a requerir una más rápida adaptación, y quizás un cambio para el que muchos segmentos de la población tengan que adquirir nuevas habilidades. Pero un cambio, en gran parte, similar a los que hemos experimentado ya en el pasado.
Luis Garicano es director del Centro de Economía Digital del IE Business School y responsable de Economía y Empleo de Ciudadanos.
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