Escuela para invertir
Si las entidades tradicionales ofrecieran más incentivos a los ahorradores, estos no recurrirían a otras soluciones
La hipótesis de que los españoles invierten mal, comprobable a grandes rasgos, debería ser ratificada y explicada por un un conocimiento estadístico de detalle. Como suele suceder en casi todos los ámbitos de la economía española, no existe una información empírica contrastada (estadísticas más encuestas, para empezar) que permita comprender el fenómeno y actuar sobre él. Mientras se consigue una base empírica disponible para consumo público sólo es posible establecer algunas pautas de causalidad que expliquen esas deficiencias en la racionalidad de la inversión. Si hay más de un billón de euros que obtienen menos rentabilidad de la debida es evidente que la riqueza financiera potencial del país está desaprovechada. Pero debe constar en acta que las explicaciones de este tipo solo deben ser consideradas en términos de probabilidad, a la espera de confirmación, por así decirlo.
La causa esencialista atribuye el déficit de rentabilidad de la inversión en España a la "falta de cultura financiera" de los españoles. Mientras no se ofrezca un detalle mayor de la imputación, la idea no supera la categoría de una frase tautológica. Se supone que la "falta de cultura" se refiere a una categoría sociológico estadística media que no goza de suficiente precisión. Si se aceptara el término, habría que recordar que la gran apertura inversora en la economía española es de origen muy reciente; tanto que podría situarse en torno a 1998, cuando el gobierno de Aznar impulsó las privatizaciones (infaustas por tantas otras razones) y permitió que un buen número de ciudadanos accediera a la compra de acciones. Hasta entonces, la bolsa era un mercado universalmente conocido pero acotado para la la actividad de los expertos, bien profesionales, bien aficionados con experiencia. Se necesitan más de 20 años (si se acepta la fecha de finales del siglo XX como el big bang de los inversores medios en España) para extender los beneficios de la cultura financiera.
La falta de cultura financiera engrana fácilmente con la imputación causal de conservadurismo y aversión al riesgo. El inversor medio (en términos sociológicos y económicos) tiene aversión al riesgo precisamente porque parte del principio de que lo que obtiene por la inversión es complementario de lo que obtiene por su empleo (o por su jubilación). Pero está por demostrar que ese conservadurismo es superior en España al existente o medible en otros países europeos. Y aun si fuera demostrable, debería incorporarse al análisis la sombría historia de las estafas financieras en España. No hay más que mencionar los escándalos de los sellos o de los pagarés ruizmateístas para entender que está bien justificada la conducta escaldada de los ahorradores españolas. A lo seguro, que son los depósitos, y evitemos daños indeseables, podría ser el principio inconsciente del ahorrador/inversor.
Todas las anteriores serían explicaciones más que suficientes de la supuesta impericia inversora en España. No es necesario subrayar que los inversores institucionales y los profesionales tienen tanta habilidad como los de cualquier otro país. Sin embargo, todavía puede argüirse otro argumento para redondear la comprensión del fenómeno. La retribución de los depósitos es renta menguada para el ahorro, como es fácil intuir. Pero buscar rentabilidad en otros productos no siempre es fácil en España. Quienes se quejan, por ejemplo, del raquitismo de los fondos de pensiones suelen olvidar en su discurso la escasa rentabilidad que ofrecen las entidades bancarias en España a los ahorros acumulados para la vejez; o el tratamiento fiscal de tales fondos, manifiestamente mejorable. Si dicha rentabilidad aumentase en línea con la que ofrecen bancos de otros países europeos, podríamos observar como el ahorro acumulado crece y los españoles rompen los estrechos límites de los depósitos. Y así con muchos activos financieros.
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