Una cara amable para los inmigrantes latinos en EE UU
Mission Asset Fund financia a los extranjeros que carecen de historial del crédito en el país
José Quiñonez (Durango, 1971) nunca olvidará la fecha: 4 de julio de 1980. Aquel día, con tan solo nueve años, cruzó la línea que divide México y Estados Unidos. No iba solo. El viaje lo hizo junto a sus cinco hermanos. Todos menores de edad y huérfanos de padres. "Nos unimos a otra familia que ya estaba en ruta para atravesar la frontera en la oscuridad de la noche", detalla. En California, unos parientes lejanos los esperaban. "Cuando llegamos a San José nos separamos rápidamente, cada uno de nosotros vivía con gente que apenas conocía. No tuvimos tiempo para llorar, y mucho menos para procesar lo que había sucedido, antes de encontrarnos viviendo en un país nuevo, indocumentados, con miedo... Nos dijeron que nos hiciéramos invisibles".
Y así fue. Creció invisible entre muchos otros invisibles. "El miedo a ser atrapado y deportado impregnó nuestras vidas durante años", relata Quiñonez vía telefónica. Después de beneficiarse de la amnistía que trajo la reforma migratoria estadounidense de 1986, que abrió la puerta a millones de ciudadanos sin documentos, Quiñonez salió de las sombras: se graduó de la Universidad de California y luego hizo un máster en Princeton. Pero su mayor éxito lo consiguió en 2007, cuando creó Mission Asset Fund (MAF), una organización sin fines de lucro que ha desarrollado un programa de préstamos sociales, dedicados sobre todo a los inmigrantes.
"Nos dimos cuenta de que incluso con documentos hay inmigrantes invisibles. Para muchos de ellos no existe la oportunidad de acceder al sistema financiero tradicional, porque no tienen un historial crediticio que los respalde", afirma consejero delegado de MAF, con sede en San Francisco, California. El sistema diseñado por MAF, llamado en inglés Lending Circle (círculo de préstamo), es simple. Un grupo de 10 personas, por ejemplo, se compromete a dar 100 euros mensuales. Cada vez que se recolecta la aportación de cada uno de los miembros (en este caso 1.000 euros al mes) se da la suma de dinero a uno de los participantes. Así circula el dinero durante 10 meses, hasta que todos los integrantes reciben recursos, que luego son utilizados para montar un negocio o para hacer alguna compra de algún bien de consumo duradero, según la información de la organización.
La idea del millón
MAF surgió cuando la firma de vaqueros Levi Strauss (Levi's) vendió su fábrica en San Francisco. La empresa, a través de su fundación, otorgó un millón de dólares a los líderes de la comunidad del Mission District para poner en marcha un proyecto de ayuda social. Esa fue la semilla con el que se forjó el proyecto, pero ahora la organización recibe donaciones de distintas instituciones, entre ellas algunas financieras como JPMorgan Chase, que recientemente otorgó a la entidad una subvención 1,5 millones de dólares para expandir los círculos de préstamos. Es así como sobrevive MAF, que no cobra ningún de comisión por los servicios que ofrece. "Las donaciones que recibimos ahora rondan los 4 millones de dólares anuales", detalla José Quiñonez.
"Este modelo, que responde más a un ahorro grupal que a una financiación, ha existido durante siglos alrededor del mundo en diferentes formas", indica Jonathan Murdoch, profesor de políticas públicas y economía en la Universidad de Nueva York y experto en microfinanzas. En América Latina se le llama tanda o cundina, susu en África, lun-hui en China o paluwagan en Filipinas. La gran diferencia es que con el modelo creado por MAF, las aportaciones se registran en los círculos de prestamistas y se documentan en un pagaré. "Se formalizan", resume Quiñonez. "Con los datos de cada aportación se informa a las agencias de crédito [como Experian, TransUnion o Equifax] de que los participantes cumplen con sus pagos y así pueden construir un historial", destaca el consejero delegado de la organización.
Este sencillo método le ha valido para que la fundación MacArthur —dedicada a impulsar y apoyar el desarrollo social— le otorgará el premio Genius. Y es que en EE UU el historial crediticio es un sello de identidad. Este se mide a través de una puntuación, la cual indica a los prestamistas qué probabilidades hay de que una persona devuelva el dinero que pidió a crédito. Cuanto más alto el número de puntos, mejor. Sin embargo, este historial no solo se usa con los préstamos. Varias entidades utilizan el puntaje para tomar decisiones. Por ejemplo, para alquilar una vivienda, para tener un contrato de telefonía móvil e incluso algunas compañías pueden revisarlo cuando un ciudadano solicita empleo, explican los expertos de Consumer Action, una asociación americana de defensa del consumidor.
"Aquellos que no pueden construir un historial no pueden ni siquiera alquilar un automóvil", dice Quiñonez. En el país norteamericano existen cerca de 26 millones de adultos (11% de la población) denominados "invisibles al crédito", pues no tienen registros de crédito o sus historiales son demasiado pequeños para crear un puntaje, según un estudio de la Oficina de Protección Financiera del Consumidor de EE UU, publicado en 2015. "Muchos de ellos son migrantes", destaca el consejero delegado de MAF, que desde su fundación ha ayudado a más de 9.000 personas que han movido a través de los círculos de préstamos unos 8,5 millones de dólares.
Con MAF se ha creado un mecanismo de integración a la banca tradicional, afirma Carlos Vélez-Ibánez, profesor de la Universidad de Arizona y experto en temas migratorios. Sin embargo, una vez que los migrantes acceden a los beneficios del sistema financiero corren el riesgo de ser víctimas de los altos intereses y de la acumulación de deudas a través de las tarjetas de crédito, destaca. "Esa es la causa de muchas bancarrotas entre la población estadounidense", asegura el académico. Pero para Quiñonez el trabajo de MAF es un salvavidas en un momento en el que la política antiinmigración de Donald Trump cierra la puerta a aquellos que van en busca del sueño americano.
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