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Columna
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Contribuyentes, les han timado

No necesitamos menos ingresos, sino más. Lo que va a pasar es que se recortarán programas de ayuda social

Paul Krugman
El presidente de Estados Unidos Donald Trump.
El presidente de Estados Unidos Donald Trump. MANDEL NGAN (AFP)

Suponga que sale a cenar con un conocido rico. “Corre de mi cuenta”, dice, y pide una hamburguesa para usted. Después se pide para él un caro solomillo y una botella de vino, que no comparte. Y cuando el camarero llega con la cuenta, le dice señalándole a usted: “Cárguelo a su tarjeta de crédito”.

Esa es la esencia de la reducción de impuestos de Trump, convertida en ley hace más de dos meses.

Lo fundamental que necesitamos saber es que ahora mismo el Gobierno estadounidense no tiene razones para reducir impuestos. Lo que necesitamos es más ingresos, no menos. ¿Por qué? Como dice una vieja expresión, la administración pública federal es una compañía de seguros gigantesca con ejército. La mayoría de sus costes proceden de la Seguridad Social, el Medicare (atención sanitaria para ancianos) y el Medicaid (atención sanitaria a personas sin recursos), y los tres programas se están volviendo más caros a medida que más personas nacidas durante la explosión de la natalidad en la posguerra alcanzan la edad de jubilación. Esto significa que, a no ser que recortemos fuertemente las prestaciones de las que depende la clase media estadounidense, necesitaremos recaudar más dinero que en el pasado.

Pero incluso antes de la rebaja fiscal, la recaudación federal era floja para una economía con un bajo desempleo y un mercado bursátil al alza; por ejemplo, mucho más baja en porcentaje del PIB que los impuestos recaudados durante la expansión de Clinton, en la década de 1990, e incluso un poco más bajos que al final de la expansión en la época de Bush. El recorte fiscal los reducirá aún más. Algo tendrá que ceder.

Y ya sabemos lo que va a ceder si los republicanos se salen con la suya: los programas que benefician a los trabajadores estadounidenses. De hecho, los sospechosos de rigor como Paul Ryan hablaban ya de la necesidad de “reformar los subsidios” —refiriéndose a recortes en Medicare y Medicaid— para reducir el déficit al tiempo que aprobaban una enorme reducción de impuestos que empeorará aún más esos déficits.

De ahí mi analogía del tipo que te “da” una hamburguesa y después la carga a tu tarjeta de crédito. Ryan celebró la bajada de impuestos con un tuit sobre una maestra que se ahorrará 1,5 dólares de impuestos a la semana; es como decir que deberíamos estar agradecidos por un “regalo” que de hecho se va a cargar a nuestra tarjeta. ¿Qué le parecerá a la maestra ese ahorro de 75 euros al año cuando descubra que, en parte debido a esa reducción de impuestos, el Medicare de su madre se ha convertido en un deficiente sistema de cupones y que Medicaid no va a pagar la residencia de ancianos de su padre?

Y respecto al solomillo del acompañante: la mayor parte de la reducción tributaria consistía de hecho en enormes deducciones para las grandes empresas, que en realidad suponen grandes reducciones para los accionistas. Y aunque muchos estadounidenses poseen algunos activos a través de sus cuentas de jubilación, incluso incluyendo estas posesiones indirectas, más del 80% de las acciones está en manos del 10% más rico de la población. De modo que, a juzgar por las apariencias, los ricos se están haciendo un gran regalo y endosándole la cuenta a la clase media.

Ahora bien, los defensores de la rebaja insisten en que no es así como funciona realmente, que los beneficios de la reducción del Impuesto de Sociedades se filtrarán a los trabajadores. ¿Cómo se supone que ocurrirá eso?

Bien, la teoría es que unos impuestos de sociedades más bajos atraerán mucho dinero del extranjero, que las grandes empresas invertirán en nuevas fábricas y equipamiento, lo que a su vez aumentará la demanda de trabajadores, y eso a su vez aumentará los salarios. Y para ser justos, probablemente esta teoría tenga algo de cierto; algo, pero no mucho.

Lo primero de todo, incluso si el proceso funcionase tal como se ha promocionado, llevaría mucho tiempo, probablemente décadas. Hasta los análisis más optimistas indican que los primeros años tendría poca repercusión en los salarios, lo que significa que, por ahora, lo que parece una desgravación fiscal para los ricos es, de hecho, una desgravación fiscal para los ricos.

En segundo lugar, el relato se basa en una larga cadena de acontecimientos con múltiples eslabones débiles. Por ejemplo, las empresas con poder de monopolio no verán la reducción de impuestos como una razón para invertir más; simplemente se quedarán con el dinero. Por otro lado, cada vez hay más pruebas de que los grandes empresarios están empleando su poder para moderar los salarios; el rebajarles los impuestos no va a cambiar ese hecho. De modo que incluso a largo plazo no deberíamos esperar mucha filtración.

Un momento, ¿no había muchas noticias de empresas que estaban utilizando la reducción de impuestos para dar primas a sus trabajadores? Sí, pero solo porque los medios informativos se dejaron engañar. La mayor parte de estas primas se habrían entregado de todas formas: en una economía con un bajo desempleo, siempre hay empresas que deciden pagar algo más para atraer trabajadores. Pero las empresas tenían todos los incentivos para fingir que era gracias a la reducción de impuestos, aunque solo fuera para congraciarse con el Gobierno de Trump.

Y en todo caso, el bombo que se dio a las primas fue desproporcionado respecto a la realidad. Hasta el momento, hemos visto unos 6.000 millones de dólares en primas frente a más de 170.000 millones en recompra de acciones, es decir, en dar dinero a los accionistas ricos. Y el dinero gastado en recompras es dinero que no se está invirtiendo en fábricas y equipamiento, el supuesto objetivo de la rebaja.

De modo que el mensaje para los contribuyentes de clase media es que si pensaban que la reducción de impuestos iba a ayudarles, mejor que se lo piensen dos veces. Donald Trump y sus aliados hacían como que les daban un regalo, pero se han dado a sí mismos y a sus mecenas ricos unos regalos mucho más grandes, y van a hacer que los paguen ustedes. Les han timado.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times Company, 2018. Traducción de News Clips.

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