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Un santuario manchego de las guitarras

Vicente Carrillo saca adelante la tradición de ocho generaciones de lutieres

El lutier Vicente Carrillo.
El lutier Vicente Carrillo. José Miguel Cerezo Sáez

Sorprende tal santuario de guitarras españolas en medio de la estepa castellana. Un camino de llanura, jalonado por pueblos donde el aire circula a sus anchas, dirige misteriosamente al polígono industrial donde Vicente Carrillo atesora su vida. Lutier de tradición centenaria, este profesional manchego de 54 años nació con un instrumento bajo el brazo. Y no es un tópico fácil: una foto en el pasillo del almacén le muestra de pequeño, en un blanco y negro ajado por el tiempo, sosteniendo una de las creaciones de su padre. Lo hacía en este mismo local de Casasimarro, una población de alrededor de 3.300 habitantes en la provincia de Cuenca, erigido como proveedor exclusivo para clientes de la popularidad del fallecido Paco de Lucía o, actualmente, Pablo Alborán.

Pero el éxito internacional ha sido relativamente reciente. La saga familiar empezó en 1744 como algo local, hace unas ocho generaciones. La charla de Vicente se remonta a su bisabuelo Blas Carrillo Alarcón, cuando el oficio de lutier era una actividad meramente artesanal. Antes de que existiera una vertiente industrial y al por mayor. Entonces ya iba mamando lo que es ahora su negocio. "Mi madre se hizo cargo cuando falleció mi padre, que yo tenía siete años. Me metí a trabajar desde pequeño porque ella era el motor", resume mientras saca una reliquia de 1812 y otra de 1910 de una vitrina.

En esta estancia, donde se le ve junto a sus progenitores o el rey Felipe VI, también cuelgan imágenes de músicos reconocidos que dan o han dado la vuelta al mundo con alguno de sus trabajos. Alejandro Sanz, Paco de Lucía o hasta el británico Mike Oldfield. "Valoro mucho la amistad", dice abriendo una carcasa donde guarda la próxima guitarra de Pablo Alborán. "Se la lleva de gira. Cuando le conocí, hace años, me preguntó si yo creía que iba a triunfar. Y mira dónde está ahora", recuerda con el móvil en la mano, donde atesora mensajes con el músico malagueño y varias celebridades.

Un circuito por la fábrica pasa de ese descansillo a una planta con tablones de madera apilados por procedencia y tipo. "Se encastillan para que pase el aire. Es un secador sin calor", explica. Y es verdad: en este piso superior la temperatura ambiente es casi como la de la calle, a pesar de sus ventanas. Palosanto de Madagascar o de India, cedro de Brasil, ébano o bocote de México son algunas maderas. "De España solo se utilizan los cipreses", aclara Carrillo. La procedencia de la materia prima tiene un análisis exhaustivo: todas necesitan su sello correspondiente, el certificado europeo CITES, con su procedencia. Y pueden tardar más de 20 días en llegar. "La más controlada es la Dalbergia nigra o palo santo de Río", continúa, explicando que cada una aporta una flexibilidad, una dureza y unas cualidades precisas. También un color determinado. "La madera las hace especiales", exclama, acariciando una de tono oscuro con surcos más claros: "¡Mira qué preciosidad!".

El cliente más 'cool'

"Conocí a Keith Richards gracias a su lutier personal, que preguntaba por quién le hacía las guitarras a Paco de Lucía", narra. En 2006 se llevó una. Y en 2016 le volvió a ver. "Nos vimos en la gira de ese año por Barcelona. Cuando pasó, un mes después, por París se la llevé arreglada. Me dijo que era la guitarra con la que se relajaba en su tiempo libre y que viajaba siempre con él. Estuvimos en los ensayos y en el camerino y me confesó: 'De maestro a maestro: aparte de mi mujer, no me imagino nada más bonito entre mis manos", recuerda con emoción. "Transmite algo que es imposible de expresar", indica del miembro de los Rolling Stones. ¿Le cobró el instrumento? "Esa guitarra no tiene precio. Todos tenemos un sueño. El mío era hacerle guitarras a algunos de los más grandes", concluye.

Pasan años al aire. Luego se cortan según las piezas y la forma. Todo va medido al milímetro. Hay mesas abarrotadas de papel de lija y máquinas con funciones específicas. Todo sigue un proceso que acaba con el ensamblaje y el barnizado. Antes, hay que proceder al baretaje, una de las claves para adecuar el sonido. "No hay misterio para hacer las guitarras. Lo importante es cómo suenan", sonríe. Gran parte de este apartado lo mantiene en secreto. Apenas enseña una de estas elaboraciones de tiras que irán en el interior de la caja de la guitarra. "Para hacerlas solo se necesitan la madera, las cuerdas —de nailon o carbono—, clavijeros [niquelados o dorados de alta calidad] y barniz", enumera. Gracias a una técnica individualizada, Carrillo aporta matices en cada ejemplar. De ahí su éxito y las peticiones particulares que le llegan.

Abrazar la excelencia en cada proyecto es la base de su triunfo y, quizás, la respuesta a cómo ha sorteado la crisis. "Fabricamos unas 12 guitarras mensuales", cuenta antes de explicar que el precio depende de cada pedido, pero que pueden rondar los 1.000, 2.000, 4.000 o unos 5.000 euros para encargos más especiales. Mantiene desde hace 17 años a cinco trabajadores, y su hija mayor, Lydia Carrillo, acaba de abrir una tienda en Albacete. "Tengo otros dos hijos, de 14 y 17 años, pero no sé si se dedicarán a esto", titubea.

Los años de crisis

Carrillo se ve como un superviviente. Ha podido perpetuar el legado familiar en contra de los números: solo en el periodo de 2007 a 2012, el más duro de la recesión, España perdió 210.120 empresas, según lo divulgado por la Seguridad Social (en 2016 la cantidad no mermó: fue de 27.357). Y las de su tipo no se quedaron atrás. "En el sector ha habido dos problemas: los que las hacían al por mayor, que han notado la producción extranjera, como la china, y los que hacen instrumentos de alta gama, que llegaron a poner precios muy elevados, algunos por encima de los 15.000 euros. ¿Así cómo te van a comprar? Siempre afecta la crisis, pero hay formas de adaptarse. Otros países compiten con las fábricas, no con los lutieres de verdad. Y una guitarra española es una guitarra española. No hay nada igual", zanja. "Sigo pensando en mejorar y no dormirme para que me pase alguien por encima. Si te conformas, te hundes", añade. ¿Cómo sabe que ha hecho una gran obra? "Nunca lo sé. Sólo lo saben los clientes, ellos te ponen o te quitan del mercado".

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