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NEGOCIOS
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Secesionismo y economía

Es una temeridad mantener clavada la astilla de la tensión soberanista en el corazón del sistema

Aunque la economía española ha entrado de forma convincente en una senda de crecimiento, que hasta el momento podríamos describir como uniformemente acelerado, la verdad es que el final de la recesión no ha traído una confianza razonable en el sostenimiento de la tasa de aumento del PIB a medio plazo. Las razones, como demuestra el barómetro de Deloitte que publica Negocios, son de naturaleza varia, pero se pueden resumir en tres. Una primera y fundamental es que las tasas de crecimiento, cercanas al 3%, no han conseguido todavía transmutarse en un aumento de las retribuciones y en la estabilidad en el empleo que permita afianzar la creación de riqueza con un progreso sostenido de los bienes de consumo duradero. Por decirlo en términos acuñados ya como tópicos, la precariedad laboral y los salarios bajos dañan la progresión prevista del crecimiento. Y, por cierto, sigue sin aclararse si esa precariedad y esos salarios deprimidos y deprimentes constituirán el patrón laboral durante los próximos años o hasta la próxima recesión.

Hay que prevenirse, además, sobre el vuelco que van a dar algunos factores determinantes para el crecimiento europeo (y español, claro). Poco a poco la política monetaria del Banco Central Europeo va a cambiar la orientación permisiva hacia el rigor; y, aunque el punto de inflexión se conozca con mucho tiempo y se diluya su efecto en el plazo que concede para que las empresas cambien sus estrategias, al final el paisaje frondoso de la facilidad monetaria se convertirá en un erial. La prospectiva varía pues. Y eso sin contar con que la OPEP, en algún momento, puede dar con la tecla de la producción y conseguir un aumento persistente de los precios del petróleo. El entramado económico del mercado mundial es cambiante y la economía española, cual flor de estufa, ha progresado en el ambiente más cálido. Veremos que sucede cuando se extremen los rigores monetarios y energéticos.

Sobre la economía española pesa además la sombra de Cataluña. Por más improbable que sea la secesión y por poco probable que resulte un enfrentamiento político de tintes catastróficos, el cantonalismo abre una vía de agua de cierta consideración en el casco de la estabilidad política. El gobierno de Rajoy ha hecho de la estabilidad un cliché (poco creíble) en nombre del cual se han sacrificado varias piezas importantes para la buena operativa política. La realidad no ha acompañado satisfactoriamente al cliché, porque durante un año las instituciones españolas pendieron de a provisionalidad sin que al prorrogado mandato de Rajoy le correspondiera un empeoramiento de la economía. No obstante, la preocupación es lógica y la precaución es lo más prudente. Lo lógico es que el estribillo independentista acabe pasando factura en términos de inversión extranjera, por ejemplo, o de impacto en el turismo o quizá en forma de calificación crediticia, aunque por el momento éste sea el menos probable. Es muy difícil ir contra la corriente del poder monetario del BCE.

La tensión secesionista en Cataluña corre el riesgo de convertirse en un factor de distorsión económica en el interior de la economía española, más que en el exterior. Llega un momento en el que, por saturación, se olvida la racionalidad económica y se abren expectativas de enfrentamientos o rechazos radicales sobre bienes y servicios entre los ciudadanos. La ideología y el resentimiento son malas monedas de cambio —y de uso— pero ofrecen una satisfacción insana a quien no encuentra otra respuesta a un problema que le desborda. La amenaza para los equilibrios económicos entre comunidades autónomas es tan evidente como imprecisa sobre el plazo en el que cristalizará en la realidad. Cristalice o no, resulta una temeridad mantener clavada esa astilla en el corazón de la economía.

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