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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

A vueltas con el populismo

Un giro político en Francia o Italia puede bastar para desintegrar la UE

Maravillas Delgado

Tras nueve deprimentes años revisando a la baja sus propias proyecciones del PIB, los responsables de la política macroeconómica en todo el mundo no salen de su asombro: pese a una ola de tumulto político propulsada por los populistas, en 2017 el crecimiento global va camino de superar las expectativas.

No se trata de una excepción estado­unidense. Si bien el crecimiento en EE UU es muy sólido, Europa está sobrepasando lo pronosticado aún con más fuerza. Incluso los mercados emergentes tienen buenas noticias: aunque están preparándose para el impacto de las inminentes subidas de tipos de la Reserva Federal estadounidense, el escenario al que deberán adaptarse es mucho mejor.

La explicación breve de la reflación global es bastante fácil de entender. Las crisis financieras sistémicas y profundas provocan recesiones profundas y prolongadas. Como Carmen Reinhart y yo predijimos hace una década (y numerosos académicos corroboraron después con nuestros datos), en esas circunstancias no es inusual que haya periodos de entre seis y ocho años de crecimiento muy lento. Es verdad que subsisten muchos problemas, como la debilidad de los bancos en Europa, el exceso de endeudamiento de los gobiernos municipales en China y una regulación financiera innecesariamente complicada en Estados Unidos. Sin embargo, las semillas de un periodo sostenido de crecimiento más sólido ya están plantadas.

Pero ¿podría la oleada populista que barre las economías avanzadas ahogar la creciente recuperación? ¿O logrará la recuperación detener el avance de líderes que insisten en proponer soluciones seductoramente simples para problemas realmente complejos?

En las más recientes reuniones del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial en Washington, los principales directores de bancos centrales y ministros de finanzas están en el centro de la acción. ¿Alguien duda de que el presidente estadounidense, Donald Trump, descargará una lluvia de tuits furiosos contra cualquiera de ellos que ose criticar los planes de su gobierno de retirarse de los acuerdos de libre comercio y del liderazgo de las instituciones financieras multilaterales?

Antes de eso, Trump recibió al presidente chino, Xi Jinping, en Mar-a-Lago, su “Casa Blanca de invierno” en Florida. No hace falta recalcar la importancia de la relación sinoestadounidense, y lo dañino que sería que ambas partes no encuentren el modo de colaborar constructivamente. El Gobierno de Trump cree que tiene herramientas de negociación para recalibrar la relación en beneficio de Estados Unidos; entre ellas, amenazar con poner aranceles a las importaciones chinas o incluso no pagar parte del billón de dólares de deuda estadounidense que tiene China. Pero un arancel no superaría el veto de la Organización Mundial del Comercio, y suspender pagos sería todavía más imprudente.

Si Trump convence a China de abrir su economía a las exportaciones estadounidenses y de ayudar a poner freno a Corea del Norte podrá decir que ha logrado algo. Pero si su plan es una retirada unilateral de Estados Unidos del comercio internacional, sólo conseguirá perjudicar a muchos trabajadores estadounidenses para beneficiar a unos pocos.

La amenaza al globalismo parece haber remitido en Europa tras las derrotas electorales de los candidatos populistas en Austria, Países Bajos y ahora Alemania. Pero un giro populista en las elecciones en Francia o Italia todavía puede bastar para desintegrar la Unión Europea y causar un daño colateral inmenso al resto del mundo.

La candidata presidencial francesa Marine Le Pen quiere aniquilar la UE porque, según dice, “el pueblo de Europa ya no la quiere”. Y si bien las encuestas de opinión auguran una victoria contundente del candidato europeísta Emmanuel Macron sobre Le Pen en la segunda vuelta prevista para el 7 de mayo, el resultado de una competición entre dos candidatos es siempre difícil de predecir, especialmente con el apoyo del presidente ruso, Vladímir Putin, a Le Pen. Dada la volatilidad de un electorado descontento y la capacidad comprobada de Rusia para manipular las noticias y las redes sociales, sería arriesgado pensar que Macron está ya elegido con toda seguridad.

Para la elección en Italia todavía falta un año, pero la situación allí es aún peor. El candidato populista Beppe Grillo lidera las encuestas, y se prevé que consiga más o menos un tercio del voto popular. Como Le Pen, Grillo quiere acabar con el euro. Resulta difícil imaginar un hecho más caótico para la economía global, pero tampoco es fácil ver una salida para Italia, donde la renta per capita se ha reducido ligeramente desde la llegada de la moneda única. Con un crecimiento poblacional empantanado y una deuda cada vez mayor (más del 140% del PIB), el futuro económico de Italia se ve sombrío. Pese a que entre los economistas la opinión mayoritaria sigue siendo que abandonar el euro sería profundamente autodestructivo, hay cada vez más convencidos de que la moneda común no sirve para Italia, y que cuanto antes la deje, mejor.

Muchas economías de mercado emergentes tienen que vérselas con populistas propios, o en el caso de Polonia, Hungría y Turquía, con populistas ya devenidos autócratas. Felizmente, la paciencia de la Reserva Federal, el aguante (por ahora) de China y el crecimiento de Europa y Estados Unidos ayudarán a la mayoría de las economías emergentes.

Las perspectivas de crecimiento global están mejorando, y con unas políticas sensatas, los próximos años pueden ser bastante mejores que los que pasaron (para las economías avanzadas, sin duda, y tal vez para la mayoría de las otras). Pero el populismo sigue siendo una incógnita, y sólo una recuperación suficientemente veloz del crecimiento puede hacer que quede fuera de juego.

Kenneth Rogoff, ex economista principal del FMI, es profesor de Economía y Políticas Públicas en la Universidad de Harvard.

© Project Syndicate, 2017

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