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Inditex, Ikea y Lego, tres multinacionales de pueblo

Arteixo, Älmhult y Billund alojan las sedes de tres marcas globales que han permanecido fieles al discreto lugar que las vio nacer. Así han transformado los municipios crecidos a su sombra

Patricia Gosálvez
Sede de Inditex, en Arteixo
Sede de Inditex, en ArteixoOSCAR CORRAL (EL PAÍS)

La discreción patológica de la compañía –que no se anuncia, ni permite la entrada a fotógrafos– se nota también en el cartel de su sede: es tan circunspecto que si no sabes, te lo pasas. Dice Inditex y está en Arteixo, un pueblo de 32.000 habitantes de la Costa da Morte, marcado por el agreste paisaje y el anárquico urbanismo gallego. Un robot cortacésped ronronea en la praderita que separa la sede de la multinacional del polígono de pueblo que la aloja. Fuera: un ir y venir de camiones, casas de comidas, obras, rotondas, gigantescas naves industriales. Chapa y desorden. Dentro: vidrio templado y pulcritud. Un pasillo blanco de 300 metros con inquietantes tiendas piloto sin clientes. Un informático en Segway que se cruza con jóvenes diseñadoras con zapatos dorados (será tendencia). Una sala de servidores con acceso de reconocimiento facial desde la que se controla un imperio de 7.240 comercios en 93 países. Se tarda más en recorrer la futurista sede de Inditex, donde trabajan 4.000 personas, que en cruzar el pueblo.

El pasillo de tiendas piloto en la sede de Inditex en Arteixo marca la colocación de las prendas en todos los establecimientos de Zara.
El pasillo de tiendas piloto en la sede de Inditex en Arteixo marca la colocación de las prendas en todos los establecimientos de Zara.

Inditex no está sola en su periférica ubicación. Ikea tiene sus headquarters en Älmhult, un recóndito pueblo de la boscosa región sueca de Småland donde se diseña su ubicuo catálogo (del que se reparten 217 millones de copias en el mundo) y todo lo que sale en él. El corazón creativo de Lego se encuentra en Billund, un municipio danés de 6.500 habitantes. Allí se inventan todos los nuevos juguetes y se produce el 40 % de los bloques de plástico (unos 40.000 al minuto). Del propio Arteixo salen los 20.000 diseños al año que produce Zara y por allí pasan los casi mil millones de prendas de la marca para un último control antes de llegar a tiendas de Madrid, El Salvador o Líbano. Lejos de las capitales del diseño, estos tres gigantes globales marcan el estilo con el que millones de personas visten, viven y crían a sus hijos. Y lo hacen desde tres pueblos industriales, de carretera nacional y rotonda, sin un centro urbano claro, que han crecido a remolque de la marca y a los que permanecen fieles.

“Sin Lego seríamos como cualquier otro pueblo danés; somos la envidia de los municipios que nos rodean”, dice Ib Kristensen, alcalde de Billund, donde hay un 2,5 % de paro, una de las tasas más bajas de Dinamarca, y dónde todo el mundo conoce a alguien que trabaja en Lego (el propio alcalde tiene cuatro parientes en la empresa). En Älmhult, (16.500 habitantes, Suecia) la tasa de empleo ronda el 95 %. “El problema aquí lo tienen las empresas para cubrir puestos”, dice el alcalde, Roland Eiman, que admite que el mayor reto municipal "es construir viviendas lo suficientemente rápido" para alojar a parte de las 3.000 personas que cada día van a  trabajar a Älmhult pero viven fuera. La mayoría de los empleados de Inditex residen en A Coruña, una de las razones por las que en Arteixo la influencia de la compañía no se nota tanto en el paro (del 17 %, como la media gallega). Donde sí se nota es en el presupuesto –33,8 millones de euros frente a los 24 de Culleredo (con una población similar)–; y en la inversión municipal –7,3 millones, un 60 % más que en los pueblos colindantes–. En Suecia y Dinamarca esto no ocurre porque la distribución de los impuestos empresariales es distinta. “Inditex es nuestro principal contribuyente”, dice el alcalde, Carlos Calvelo (PP), “ello nos ha permitido doblar las ayudas para emergencias sociales o tener las tasas de piscina más bajas de Galicia”.

La sede de Lego en Billund incluye un tobogán para empleados (al fondo).
La sede de Lego en Billund incluye un tobogán para empleados (al fondo).

Demográficamente, las tres empresas rejuvenecen e internacionalizan sus comunidades. Usami es japonesa, joven, estilosa y se trasladó desde Zara Tokio para trabajar en la sede de Inditex hace seis años. En el pueblo, como en las zonas de moda de A Coruña, donde vive, se distingue a un “inditexo” a la legua. “Aquí todo es muy diferente”, dice Usami. “Una vez me perdí y unas señoras me acompañaron hasta mi destino, eso en Tokio no pasa”. Puede ser, pero ¿no resulta complicado atraer al talento internacional a un destino poco cosmopolita? En Inditex, donde cuentan con empleados de 30 nacionalidades y la media de edad es de 31,6 años, explican que “la motivación de trabajar en Inditex es suficiente”. “Hace años sí sentíamos que era difícil seducir a los fichajes”, admite Jesper Brodin desde Ikea, donde trabajan personas de 50 nacionalidades, “pero se ha invertido en viviendas, en colegios internacionales y en actividades para después del trabajo… por ejemplo, tenemos muchos empleados de Pakistán e India, así que hemos montado un equipo de críquet”.

Amancio y la quinoa

Los alcaldes de Arteixo, Älmhult y Billund y los portavoces de Inditex, Ikea y Lego coinciden en un cambio que parece superficial y no lo es: el aumento de restaurantes cosmopolitas, o directamente hipsters, en sus respectivos pueblos. La Bata de Guata, posible guiño irónico a los orígenes de Zara, busca "ese perfil moderno" en su menú del día para alimentar al empleado de Inditex: "Muchas verduras, nada de cerdo, comida sana, superalimentos, quinoa, chía, avena…", recita Pablo Penide, cocinero de 32 años, natural de Arteixo, que tiene una visión templada (como las ensaladas que sirve) del binomio pueblo-multinacional: "La empresa tiene una presencia testimonial, se les ve a la hora de comer, en el súper, y claro que nos ha transformado, pero no ha cambiado la naturaleza del pueblo, no tiene tanta influencia, más allá del atasco". Es cierto que más o menos la mitad de empleados de Inditex, Lego e Ikea (sobre todo los profesionales liberales, no tanto los operarios de las fábricas) viven en A Coruña, Malmö o Arhus, las ciudades grandes más cercanas a las sedes. Son commuters, vecinos laborales. Grupitos que pasean por los pueblos con cierto aire desubicado a la hora de comer. Y que van y vienen en tromba a las horas punta. Por ello Billund y Älmhult están peleando para conseguir una parada de sendos trenes de alta velocidad. Arteixo intentó paliar con una rotonda de doble altura la encerrona de los 50.000 vehículos que lo cruzan dos veces al día, pero el atasco sigue, y Xunta y Ayuntamiento elaboran un estudio de intensidad de tráfico para solucionar el problema.

En los años sesenta Lego construyó el aeropuerto de Billund y ha financiado viviendas, bibliotecas y el colegio internacional (gestionado de forma independiente y en el que un cuarto de los alumnos son hijos de sus empleados). “Es excepcional que una compañía privada participe así en la transformación de una comunidad”, dice orgulloso el alcalde danés. El de Arteixo posa ante la flamante residencia de ancianos. Cuando empiece a funcionar será pública, pero la Fundación Amancio Ortega ha puesto los 10 millones del edificio. El mismo Ortega decidió la ubicación, una tarde lluviosa, bajo el paraguas del alcalde. “Le enseñé tres sitios y le gustó este”, cuenta Calvelo, “luego me preguntó ‘¿qué hace falta en Arteixo?”. Una guardería, respondió el alcalde. Así que el proyecto se amplió para alojarla. Ventajas de tener cerca al segundo hombre más rico del mundo.

Por su parte, las marcas obtienen un valioso intangible de la relación: lo sueco de Ikea, lo discreto de Zara, lo cercano de Lego. Una cuestión de autenticidad. De alma. “Este lugar conforma el espíritu de Ikea, esa idea de los viejos tiempos cuando surgían emprendedores de las condiciones más duras, gente que ama los problemas porque vive para solucionarlos”, elucubra Brodin. “Billund forma parte de quiénes somos, aquí están nuestras raíces, desde las que nos hemos hecho globales”, dice Roar Trangbæk de Lego. La Lego House (el edificio emblema de la marca que emula gigantes bloques de colores y se está construyendo en el centro del pueblo) “tendría más visitas si estuviese en Nueva York, pero aquí es donde tenía que estar”, explica el portavoz. El pueblo es parte del “ADN”, las “raíces”, la “cultura” de las marcas, repiten desde las compañías. En este sentido, llaman la atención dos detalles: en Arteixo no hay tienda de Zara y en Ikea no hay en catálogo ningún objeto llamado Älmhult. En el pasado hubo dos: un sillón y una minimalista taza blanca.

Jesús Echevarría, director de comunicación de Inditex, apunta otra idea importante para las tres compañías: “La parte fabril está muy ligada a nuestra filosofía, internamente, cuando nos referimos a la sede, todavía decimos ‘vamos a la fábrica”. Aunque desde fuera las veamos como empresas de diseño, Ikea, Inditex y Lego defienden que su esencia es la manufactura (y, a pesar de la creciente externalización, sus tres sedes incluyen enormes fábricas). “Concentrar diseño, producción y logística en un mismo lugar es ante todo eficaz, enciende la creatividad”, explica Echevarría. “Esa mezcla tiene magia”, coincide Brodin desde Ikea.

Los tres alcaldes defienden que su pueblo es más que el “pueblo de”, pero es imposible no usar el apellido empresarial como reclamo. “Arteixo está de moda” fue una campaña turística puntual; “Billund, capital de los niños”, es el lema de la reurbanización del pueblo de Lego (en la que participa la compañía), y Älmhult se vende como “El hogar del hogar”. “Hay que aprovechar el tirón de Ikea, es una marca con buena imagen, que hace muebles para la gente normal”, dice un alcalde. “Claro que estamos orgullos de Lego… ¡Toda Dinamarca lo está, es un emblema nacional!”, exclama otro. En Galicia el cariño del alcalde es más melancólico: “Tenemos la sensación y la tranquilidad de que si algo grave pasase en Arteixo esta gente nos ayudaría”.

La primera tienda de Ikea en Älmhult aloja ahora el museo de la marca.
La primera tienda de Ikea en Älmhult aloja ahora el museo de la marca.

El vínculo no se puede entender sin un mito fundacional compartido: el del self made man que empezó su imperio de la nada y permaneció humildemente atado al terruño. El danés Ole Kirk Kristiansen tenía un taller de tablas de planchar y juguetes cuando fabricó en 1949 sus primeros bloques de plástico y sus descendientes “siguen siendo parte de la comunidad”, según el edil de Billund, “no es raro verles en el super del pueblo”. Ingvar Kamprad fundó Ikea con 17 años, una compañía de venta por correo de cerillas, medias y otros objetos cotidianos, hasta que comenzó a empaquetar muebles. Abrió su primera tienda en Älmhult en 1958 donde ahora se aloja el Museo Ikea. Dentro, entre los coloristas diseños de la marca, hay un diorama de la oficina de Kamprad e incluso la caja de puros donde guardaba el dinero de vender pescado a sus vecinos. El hombre más rico de su país, con fama de tacaño, pasó media vida en Suiza para evitar los altos impuestos suecos (y la compañía está disgregada en una serie de holdings con distintas sedes fiscales), pero en 2013 volvió a Älmhult. “Tiene 91 años, ya no se le ve tanto, pero todo el mundo tiene una anécdota sobre él”, dice el alcalde.

En Arteixo, Amancio es esa figura icónica que todo el mundo desmitifica. “Todos los domingos a las 8:30 venía a desayunar, en aquella esquina de la barra leía el periódico mientras yo preparaba los callos, era como de casa”, cuenta Angélica Naya, Geluca, memoria viva del pueblo, en el que fue su restaurante (hoy cerrado). “Aquí estábamos solitos, porque entonces no había nada”, continúa frente a la rotonda donde muere la A-6, que va de Madrid directa a Inditex. “Cuando yo llegué hace 30 años, el pueblo no era ni la mitad”, corrobora Gonzalo García García, presidente de la asociación de jubilados. “Era un pueblo maltratado y envejecido y ahora mira como está”, dice señalando los columpios del bonito parque fluvial lleno de niños. “Cuando vamos de excursión y nos preguntan si somos del Dépor, contestamos, del Dépor y de Amancio Ortega”, bromea.

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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