El arte, un valor refugio que corrige sus excesos
El mercado del arte deja atrás sus días de vino y rosas par dar paso a un periodo de compras de piezas más exclusivas por parte de inversores más experimentados.
La batalla de pujas duró cinco minutos. Una eternidad para una subasta de arte. Al final, un comprador anónimo pronunció la última palabra. Cuando colgó el teléfono esa conversación cargada de monosílabos (“bien”, “sí”, “vale”) le había costado 66,3 millones de dólares (62,3 millones de euros). Y mientras aún se escuchaban los aplausos tuvo tiempo de imaginar su trofeo —una pintura (Untitled, XXV) de 1977 firmada por el expresionista abstracto Willem de Kooning— iluminando el salón de su ático sobre Manhattan o agostándose en la oscuridad de un almacén de alta seguridad de Ginebra o Luxemburgo.
Esa escena ocurrió en noviembre en la sala que la casa de subastas Christie’s tiene en Nueva York. El lienzo, intenso de rojos y magentas, supuso el récord del artista y también la pintura de un espejismo. “En épocas de bonanza se tiende a poseer una ilusión de control y esa inercia potencia la compra de obras de gran envergadura y en muchas ocasiones demasiado valoradas”, reflexiona la editora, comisaria y galerista Elena Ochoa Foster.
Enamorado de su propio reflejo, el mercado del arte deja atrás sus días épicos. Hace dos años, en el mejor tiempo de su historia, según la consultora Art Economics, generó 68.237 millones de dólares (unos 64.000 millones de euros). En 2016 le costará superar los 60.000 millones. Sufre un periodo de ajuste y contracción. Y una pregunta atraviesa, al igual que una bisectriz, estas elitistas matemáticas. ¿Cómo ganar dinero con el arte cuándo apenas crece la economía del planeta?
Rory Howard es un marchante que lleva dos décadas pateando ferias, subastas y colecciones privadas. Igual vende un picasso que un warhol. Pero siempre habla con palabras desnudas. “Existen dos formas de hacer dinero. O compras obras maestras de artistas modernos reconocidos o piezas de creadores contemporáneos cuyo mercado esté de moda o cerca de estarlo”, narra el experto. “Esta última es la estrategia más arriesgada, pero a veces resulta la más lucrativa a corto plazo”.
Hasta ahora esa táctica había funcionado. Pero como si fueran placas tectónicas tras un terremoto, el mercado también vive un ajuste. En 2015 este escenario de especulación y dinero se contrajo por primera vez desde 2011. Cayó un 7%. De 64.550 millones de dólares (60.550 millones de euros) a 63.756 millones. Parece poco, sin embargo habla del fin de una fiesta. Ese desfile trimestral de obras en subasta por encima de los 100 millones de dólares vuelve a ser la excepción y no la norma. Alguien ha echado a todos los invitados del jardín del Gran Gatsby y el presente lleva la melodía de la crisis. “Este año ha sido duro porque el péndulo de la oferta ha oscilado en dirección opuesta”, apunta Carlos Rivera, fundador de la consultora ArtRank, que usa técnicas de análisis masivos de datos para comprar arte. Se refiere a una “sequía de obras maestras”. Las que superan los 100 millones y dejan grandes beneficios. Esas piezas (Bacon, Gauguin, Picasso) representan el 1% de las obras que salen a subasta y solo están al alcance del 0,01% de la población del mundo. Pero ante la debilidad del mercado, sus dueños prefieren aguardar mejores tiempos para consignarlas. Y el negocio sufre. ¿Mucho? “Desde luego hay menos obras-trofeo estos días en las subastas, pero en todas las sesiones siempre surgen algunas que logran remates muy elevados, como el De Kooning”, matiza Morgan Long, director de la consultora londinense The Fine Art Group. “Esta tela”, revela el experto, “ha ido cambiando de manos, incluso por un precio mayor, en ventas privadas”. Esa discreta vía fue la que utilizó el multimillonario ruso Dmitry Rybolovlev para comprar en 2014 el Salvator Mundi de Leonardo da Vinci por 127,5 millones de dólares (107,7 millones de euros, al cambio del momento). El último Leonardo auténtico visto en décadas en el mercado.
Sin embargo, a pesar del ajuste, el arte continúa exhibiendo su fortaleza. Nadie avanza ni un crash ni una burbuja. Las ventas en subasta en los seis primeros meses del año sumaron 6.530 millones de dólares (6.120 millones de euros), según la consultora Artprice.com. Es un 25% menos que en 2015 pero, a su vez, las transacciones crecieron un 3,2%, lo que asegura la liquidez del mercado. Y el coleccionismo se expande. Ya hay 70 millones de personas que compran piezas. Después de la Segunda Guerra Mundial no superaban las 500.000. Y en este viaje, el dinero se ha convertido en el sistema métrico decimal del arte. Simon de Pury, antiguo presidente de la casa de subastas Phillips de Pury, sintetiza ese tránsito. “La pregunta ¿es bello? ha sido reemplazada por otra cuestión: ¿es caro?”.
Más información
Esa frase ayuda a comprender los días de vino y rosas del arte y, también, sus tiempos de resaca. El mercado cambia. Los compradores son más selectivos, manejan más información sobre las obras y sus precios, una cohorte de asesores crece alrededor de los grandes coleccionistas y emergen mercados insospechados como India, África o América Latina. “El arte se convierte en un negocio global y también le afecta la geopolítica”, analiza el coleccionista Paco Cantos. O no.
Christie’s, Phillips y Sotheby’s lograron en noviembre pasado 1.100 millones de dólares (1.030 millones de euros) en una de las dos series de subastas bianuales que dedican al arte impresionista, moderno y contemporáneo en Nueva York. Un 20% más en comparación al año pasado. Poco importó el Brexit, la ralentización económica o Donald Trump. Incluso hay quien sostiene, como Don Thompson, profesor de la escuela de negocios canadiense Schulich, que el presidente electo podría ser un estímulo para el arte. Su política (al menos lo que ha prometido en campaña) basada en un aumento del gasto en infraestructuras, armamento y rebaja de impuestos a las grandes empresas es de por sí inflacionista. Una buena excusa para guarecerse en estos ilíquidos activos. Porque la vista área que deja el mercado resulta nítida. En los últimos 16 años las ventas en el segmento contemporáneo crecieron un 1.370%.
Pero nadie garantiza que las ganancias pasadas se repitan ni en el presente ni en el futuro. En un horizonte con menos lotes, menores transacciones y coleccionistas esquivos las casas de subasta solo pueden hacer dos cosas: exprimir a los clientes y diversificar el negocio. Christie’s y Sotheby’s, las firmas que controlan el mercado mundial de las pujas de arte, han subido este año las comisiones que aplican a los compradores. Christie’s carga con un 25% las adquisiciones hasta 150.000 dólares (antes eran 100.000 dólares) y Sotheby’s aplica idéntico porcentaje en el límite de 250.000 dólares. ¿La justificación? “Somos una empresa que opera en un mercado global y es una manera de igualar los distintos contratos de venta”, sostiene Aurora Zubillaga, responsable de Sotheby’s en España. O sea, cobrar a todos lo mismo.
Sin embargo detrás de esas palabras se pueden sentir las fisuras del negocio. Sotheby’s perdió 54,5 millones de dólares (51 millones de euros) en el tercer trimestre del año. Mucha culpa de estos números rojos recae en la política de garantías. La forma de conseguir las mejores obras en un entorno de enorme competencia es asegurar al dueño un precio mínimo de venta. Esto ha castigado los márgenes de la empresa y ha puesto en evidencia que debe pelear más en servicios y tecnología. De ahí la compra de la firma de asesoramiento Art Agency por 85 millones de dólares (80 millones de euros) y la reciente adquisición del índice Mei Moses Art, que maneja una base de datos con 45.000 obras que se han revendido más de una vez en subasta. Es el advenimiento de la era del big data en el arte, la democratización del connoisseur y la imparable disrupción digital. “El gran cambio reside en el mercado online. Porque representa la llegada de un coleccionista más joven que, además, supone un relevo generacional”, valora Juan Várez, consejero delegado de Christie’s en España. En ese espacio inasible ya se juegan 4.700 millones de dólares (4.400 millones de euros) al año. El 7% de todo el mercado.
La envolvente que recubre al arte se vuelve más sofisticada y las finanzas convergen con la plástica. Las obras son tratadas como activos poco líquidos y a nadie le sorprende ya que Picasso sea utilizado como un colateral (garantía) en un préstamo. Por eso aparecen compañías (Art Money, Levart o Athena Art Finance) que financian toda clase de transacciones. Desde piezas de 5.000 euros a 50 millones. La partida se abre y se complica y medran nuevos jugadores. “Este año hemos visto un mercado más flojo con menos volumen de venta en subasta. El clima de incertidumbre política y económica ha provocado que descienda el número de obras consignadas por los coleccionistas y esto ha impulsado una mayor demanda de nuestros servicios”, argumenta Andrea Danese, consejero delegado de Athena Art Finance, una firma promovida por Olivier Sarkozy, hermanastro del expresidente francés.
Todo está en cambio, porque al arte no hay quien lo reconozca. Los artistas son más ricos que sus coleccionistas, muchos creadores jóvenes se plantean su carrera con la misma ambición económica y fugacidad que una súper modelo o un futbolista y “hay algunos que incluso ponen a competir entre sí a sus propias galerías”, precisa el coleccionista argentino Aníbal Jozami. Ese lugar común del artista eremita y pobre que entraba en el oficio con vocación, casi, sacerdotal se desvanece en los años de la bacanal del arte y el dinero. Damien Hirst, Gerhard Richter, Jeff Koons, Alex Katz, George Baselitz o Richard Serra, por desgranar unos pocos nombres, acumulan tanto patrimonio como cualquier empresario de éxito. Esta es, claro, la vida de una inmensa minoría.
Grandes maestros
Frente al ruido y la furia que produce el arte contemporáneo, los Maestros Antiguos mueren y resucitan todos los años. Sufren una permanente sequía de coleccionistas y de oferta. Casi todas las piezas importantes andan resguardadas en museos públicos. Y los gustos juegan a la contra. “No gusta el tema religioso, no gustan los retratos, no gustan las piezas decorativas. Solo tiene éxito la escultura del siglo XVII”, enumera con tristeza el coleccionista Francisco Bocanegra. Como resultado, en 2015 cayó un 33% el valor de las obras subastadas. Pero ni mucho menos están muertos. Todas las temporadas aparece un orazio gentileschi, un rubens o un canaletto que los devuelve a la vida y al mercado. “Es necesario hacer muchas ferias y trabajar más para conseguir ventas, pero se están rematando obras importantes”, afirma Jorge Coll, fundador de la galería Coll & Cortés. Por ahora han colocado piezas, entre otros, en el Prado, el Louvre y el Metropolitan. E incluso las malas noticias se leen como buenas. Últimamente aparecen bastantes falsificaciones (Lucas Cranach el Viejo, Orazio Gentileschi, Frans Hals) y nadie falsifica lo que no se vende. Aunque este razonamiento pueda asustar a más de un potencial coleccionista.
El reloj trascurre de forma distinta para el arte antiguo y el de nuestros días. Vivimos la era de la velocidad de los contenedores. Los museos se han convertido en una industria. Cada año se inauguran 700 de todo tipo. Se han construido más entre 2000 y 2014 que en los últimos dos siglos. Si uno es multimillonario, apasionado al arte y generoso, ese será su destino: un museo propio. Los ejemplos se vierten en cascada: François Pinault, Jorge Pérez, Patricia Phelps de Cisneros, Donald y Mera Rubell, Eli Broad y Edythe Broad, Dasha Zhukova, Ella Fontanals-Cisneros. Sin embargo estos espacios necesitan obras de gran calidad y esta demanda recalienta los precios.
En los Ángeles, el magnate y filántropo Eli Broad, 83 años, uno de los hombres más ricos de Estados Unidos, inauguró el año pasado The Broad. Un cubo de 4.600 metros cuadrados envuelto por una espectacular celosía que enhebran 2.000 piezas de fibra de vidrio y hormigón. En su interior, otras tantas obras con las que construir un relato a partir de algunos de los sospechosos habituales del arte: Jeff Koons, Kara Walker, Basquiat, Cecilly Brown, Damien Hirst o Julie Mehretu. Una estrategia de contenido y contingente que reivindica el coleccionista. “Lo que hay detrás del aumento de los museos es un mayor interés del público por el arte”, defiende. “En el primer año hemos triplicado las visitas que habíamos previsto y todavía hay colas alrededor de la manzana para entrar [la visita a la colección es gratuita]. Y remata: “Desde luego no creo que los museos dirijan el mercado del arte”.
Tal vez no. Pero forman parte de un cambio en sus meridianos y paralelos; de un viraje en su geografía. Y nada tan de moda como las coordenadas de América Latina. “Las buenas obras de los maestros latinoamericanos (Rivera, Kahlo, Torres García…) se venden con facilidad y también la de creadores vivos con prestigio internacional como Kuitca, Botero, Os Gemeos, Doris Salcedo o Gabriel Orozco”, expone el coleccionista y mecenas argentino Jorge Pérez, quien tiene un museo (Pérez Art Museum Miami, PAMM) que lleva su cartografía. Incluso en Cuba suena una trova distinta. “La isla ha sido un fenómeno en las últimas subastas”, relata el galerista dominicano-libanés Gary Nader. “Una vez haya apertura y la gente de allí haga plata, habrá miles de coleccionistas que quieran recuperar su patrimonio. Y subirá el precio de los artistas de vanguardia”.
Una subasta al día
Eso ocurrirá en los días venideros, ya que en el presente el mercado seguirá controlado por las subastas de arte y, sobre todo, por las ferias. Cada semana se celebra una en algún lugar del planeta. De todas, Art Basel (Basilea, Suiza) continúa siendo la mayor exhibición de arte, dinero y jets privados. Más de 92.000 visitantes, 300 galerías y un desfile de obras valoradas en 2.700 millones de euros. Y como el modelo funciona muy bien, las réplicas —ya sean a pequeña escala o con una ambición similar— se multiplican por todas partes. ¿Hay espacio para tanto ruido? “Creo que existe una gran necesidad de ferias de la calidad de Art Basel. Y, a la vez, resulta importante tener buenas propuestas locales para construir mercados regionales. Las que no tienen futuro son las mediocres”, advierte Marc Spiegler, director mundial de Art Basel.
A la búsqueda de ese lugar en el mundo, el mercado del arte en España semeja una pena en observación. “La crisis de 2008 provocó que muchos coleccionistas españoles dejaran de comprar de forma definitiva”, lamenta el galerista Pedro Maisterra. Arrastrado por esta inercia (que mezcla lo económico y el desinterés cultural), el paisaje español apenas representa el 1% del global. Ese porcentaje, en un mundo que mueve 63.756 millones de dólares, se transforma en 637 millones. O sea, 600 millones de euros. Una cifra tan ínfima que parece un espejismo que una vez en este país Picasso, Juan Gris, Dalí, Miró, Millares y Tàpies coincidieran en el espacio y casi en el tiempo.
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