La única tabla de salvación europea
La Unión Social es el único proyecto susceptible de reducir la desafección ciudadana
La creación de una Unión Social (por comparación con la Unión Económica y Monetaria) que evite la gigantesca desafección sobre el proyecto europeo es uno de los últimos artefactos que llegan de Bruselas en forma de ideas generales. Hay que tomar la palabra al presidente de la Comisión Europea para que la política social no siga siendo un factor de divergencia entre los países, como sucede ahora, y que de la capital europea dejen de llegar tan sólo mensajes de reformas laborales a la baja, reducciones de los sistemas de protección social y devaluaciones salariales.
En marzo pasado, Jean-Claude Juncker trasladó a los sindicatos y otros interlocutores la necesidad de crear un pilar europeo nuevo: el social. Es una idea ambiciosa por cuanto desde el Tratado de la Unión Europea sólo hay tres pilares: el comunitario (en el que está incluida la política social) , el de la política exterior y de seguridad común, y el de cooperación policial y judicial. Idea ambiciosa pero de escasa credibilidad dados los precedentes. Por ejemplo, en la reciente cumbre de jefes de Gobierno en Bratislava no se mencionó ni una palabra de gobernanza social ni de gobernanza económica. La UE, cuando se para, retrocede. Ello supuso la desmoralización para los que creen que avanzando hacia esa Unión Social se evitaría poco a poco lo que está ocurriendo: que los derechos sociales son, a la vez, un factor de "nivelación hacia abajo" en la competencia intereuropea (para que una empresa se instale en un país se negocian a la baja los derechos laborales que rigen en ese país) y una "variable de ajuste" para mejorar la competitividad dado que ya no existe, en el seno de la eurozona, la posibilidad de devaluaciones competitivas.
Ese pilar social debería abordar cuestiones como un plan de empleo europeo (22 millones de parados, de los cuales 17 millones están en la eurozona y, de ellos, la cuarta parte en España); plan contra la precariedad creciente que no sólo afecta a los países de la periferia (en Alemania uno de cada cuatro asalariados menores de 35 años trabaja en condiciones precarias); creación de mecanismos automáticos anticíclicos que puedan evitar las disparidades persistentes entre los resultados económicos y sociales de los Estados miembro; seguro de paro e inspección de trabajo europeos; directiva sobre desplazamiento de trabajadores para evitar la vulneración de igualdad de trato o el dumping social; inversiones sociales en sistemas de protección y educación; o incluso una "regla de oro" por la cual algunas inversiones sociales se excluyeran del cálculo de déficit público (como se ha hecho con las ayudas públicas a la banca), etcétera.
Es difícil creer en un avance tan cualitativo en la coyuntura de parálisis y renacionalización que está sufriendo Europea. Sin embargo, lanzar esta idea y que se convierta tan sólo en una carta a los Reyes Magos sería una forma de generar aún más desafección ciudadana. Por ello hay que tomar la palabra –y exigírsela- al presidente de una Comisión Europea que parece más consciente de lo que sucede que el mismo Consejo Europeo. El filósofo alemán, Jürgen Habermas sostiene que el único proyecto susceptible todavía de generar una movilización política es la defensa del "modo de vida europeo". Amén.
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