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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Llamada de atención

No podemos evitar el Brexit o la debilidad exterior, pero sí es posible hacer cosas

Poco a poco, la economía española se está acomodando en una senda de crecimiento sin elevación de rentas (pero con aumento de desigualdad), reducción del paro a costa de precariedad laboral, vulnerabilidad externa (la deuda pública supera ya el 100% del PIB y la privada cae, es cierto, pero no a la velocidad deseada) y baja productividad, precisamente lo que más daño puede hacer a una economía en caso de una nueva recesión. Todo esto se manifiesta —y se basa, en gran parte— en falta de confianza empresarial. Los resultados de las empresas cotizadas durante el primer semestre confirman que la reactivación económica es volátil, que el crecimiento del PIB a tasas del 3% no implica necesaria ni automáticamente un aumento de la prosperidad y que todo el trabajo serio en el ámbito económico está por hacer. Mientras la inversión y el consumo no recuperen la confianza perdida, los alardes macroeconómicos reflejan sólo una parte, y desde luego no la decisiva, de la realidad.

Los resultados de las compañías cotizadas caen o se estancan naturalmente por motivos que pueden interpretarse como coyunturales, pero que un analista prudente haría bien en examinar a fondo en busca de obstáculos estructurales. El estancamiento, cuando no simple descenso, no es un factor coyuntural. Indica que la debilidad de las rentas está frenando el consumo y que, por lo tanto, la política económica (es decir, las decisiones que toma cada gobierno para equilibrar la renta, la producción y el ahorro) en el caso de España es errónea o inexistente. Los empresarios empiezan a caer en la cuenta de que sólo con una reforma laboral, jurídicamente conflictiva además, no se soporta la senda de la reactivación económica; más bien queda en el aire, al albur de contingencias exteriores o de la volatilidad política interior; como, por ejemplo, la incapacidad institucional para formar gobierno.

Hay otros factores que influyen sobre los resultados de las empresas que sí tienen carácter cíclico o coyuntural. La variación convulsa e la cotización de las divisas, la incertidumbre financiera y comercial que provoca el Brexit o los beneficios extraordinarios, que hoy están, pero mañana no. Y hay obstáculos coyunturales en apariencia que, sin embargo, con el paso del tiempo, se convierten en factores estructurales de riesgo. Para los resultados bancarios empieza a constituir una amenaza la política de tipos de interés próximos a cero establecida por el BCE. Es una política correcta, como es obvio; el problema es que si se prolonga en el tiempo priva de margen al negocio bancario; reduce su margen tradicional de beneficios. Si, además, se tiene en cuenta que un periodo prolongado de crecimiento bajo o estancado deteriora la solvencia de empresas y familias, la probabilidad de que la banca tenga que afrontar nuevos ajustes (o fusiones) en un plazo breve de tiempo crece exponencialmente.

Las cuentas empresariales del primer semestre se constituyen en una llamada de atención sobre la política económica. Nada se puede hacer, salvo que cada empresa tome las medidas oportunas, para remediar la debilidad de los mercados exteriores —que en 2015 suministraron buena parte de los beneficios de las grandes empresas— o rectificar la decisión de los votantes británicos sobre Europa. Pero sí se puede garantizar el ajuste presupuestario, aplicado con racionalidad (minimizando los daños sobre educación y sanidad, al menos) y aplicándose a una reformulación de las leyes laborales, que permitan estabilizar las plantillas de las empresas. No hay por qué recurrir a los despidos o la rebaja de rentas cuando existen modelos en Europa que permiten al estado cooperar en la retribución de los trabajadores de las empresas en apuros.

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