El oscuro ocaso del carbón
El combustible fósil vive la mayor crisis de su historia arrinconado por las energías renovables y el gas de esquisto
Se apaga la luz del carbón en Europa. Los míticos gueules noires (caras negras, mineros) van difuminando sus rostros. Esos hombres, quienes fueran esenciales en el siglo XIX en la prosperidad económica y en las conquistas sindicales de Inglaterra, Francia, Polonia, Alemania o España, se desvanecen como sombras de hollín. El Reino Unido cerrará sus plantas de carbón en 2025 porque el mundo, al menos una parte, no quiere continuar quemando un combustible tan contaminante. Tanto es así que este año el consumo en las centrales térmicas caerá en el planeta, según el think tank estadounidense Institute for Energy Economics and Financial Analysis (IEEFA), entre un 2% y el 4% adicional, después haber alcanzado su máximo en 2013. Al tiempo, consciente de su futuro, Inglaterra y España han perdido decenas de miles de mineros en las últimas décadas.
Las compras de los mayores usuarios (China, Japón e India), van a la baja a largo plazo
Una de esas caras negras es Víctor Fernández, minero retirado, picador desde 1968 en el pozo Santiago de Aller (Asturias) y responsable de Minería de FITAG-UGT. “Estamos abocados al cierre porque el Gobierno lo único que ha hecho es reducir las ayudas [este año unos 32 millones de euros] y bajar las prejubilaciones; la situación resulta insostenible”, critica. Y la industria se siente en una oscura galería. La producción ha pasado de 6,3 millones de toneladas en 2011 a 3,6 millones durante 2014 y solo sobreviven 12 explotaciones. Por lógica, el trabajo escasea. Cerca de 3.100 trabajadores componen la industria. Lejos de los 13.565 empleados que había en 2002. En este escenario, la hoja de ruta es tan dura como el oficio. “Las subvenciones deben ir reduciéndose de forma progresiva hasta el 31 de diciembre de 2018, en ese momento todas las instalaciones que las hayan recibido deben haber cerrado”, narra Alberto Martín, socio responsable de Energía de KPMG.
Paradojas del sector
El mercado impone sus paradojas y España sigue quemando carbón. “Es la segunda fuente de generación energética tras la nuclear y representa el 19,7% de la cesta de energías”, relata Bruno Chao, director de Resources de Accenture. Incluso la tierra juega a su favor. Los expertos del Instituto Geológico y Minero de España sostienen que las reservas españolas de este combustible (3.463 millones de toneladas equivalentes de carbón) aún durarán 137 años al ritmo de producción actual. El problema es que no puede competir en precio con el mineral estadounidense, indonesio o colombiano. Ni tampoco puede esconder que es el combustible fósil que libera más gases de efecto invernadero. Acorralado, regresan los discursos proteccionistas. Izquierda Unida propone prohibir las importaciones y usar carbón solo de las cuencas mineras españolas durante un periodo transitorio. Mientras que el PSOE aboga por mantener la producción.
Otro contrasentido nos lleva a Alemania, el país líder en energías renovables en Europa es un ávido consumidor de carbón. “El apagón nuclear decretado después del accidente de Fukushima (Japón) ha provocado que el hueco sea rellenado por el lignito. Muy común en el país pero muy contaminante. El futuro está en el gas”, analiza Pablo García, profesor de CUNEF. Como si quisiera contentar a unos y otros, el Gobierno de la canciller Angela Merkel ha anunciado que cierra sus explotaciones de hulla en 2018.
En España aun es la segunda fuente de generación energética tras la nuclear
Buena parte de la explicación de estas políticas tan erráticas se encuentra en Estados Unidos. El país ha conseguido cambiar el mapa energético del planeta a través del gas de fractura hidráulica, algo que le ha permitido en una sola década ser energéticamente autosuficiente. La Administración Obama prohíbe exportar este hidrocarburo ya que lo considera estratégico para la industria y su seguridad energética. A cambio tiene miles de toneladas de carbón que ya no necesita. ¿Qué hacer con ellas? Vendérselas a Europa. “Gracias al gas de pizarra, Estados Unidos está exportando sus emisiones al Viejo Continente”, apunta Gonzalo Escribano, director del Programa de Energía del Real Instituto Elcano. Y a un precio tan barato que ha ahuyentado a los inversores. Desde 2011 el valor del combustible fósil ha caído un 60% al tiempo que aumentaba el interés y la preocupación por las energías renovables, el gas de esquisto y el cambio climático. “El carbón es el sector con peores resultados de todo el mundo. Los fondos de pensiones, que tienen el deber fiduciario de ganar dinero, no invierten en estas compañías. No es un riesgo futuro, es un riesgo presente”, enfatiza en el periódico The Guardian Tom Sanzillo, director de Finanzas del IEEFA.
Las previsiones ahondan en esa herida. El combustible, acorde con la Agencia Internacional de la Energía (AIE), que representó el 45% del aumento de la demanda energética mundial durante la última década solo supondrá en torno al 10% del crecimiento adicional hasta 2040. En esa fecha, el consumo de carbón en la UE habrá descendido un tercio desde los niveles actuales. Como se ve estos días todo el mundo le da la espalda a este recurso: los números, los grandes fondos de pensiones, los bancos, las aseguradoras. Pero este olvido no responde a una mayor conciencia medioambiental, sino a que los mercados no creen que se pueda hacer caja.
Estrategia polaca
Solo Polonia ha encontrado un argumento distinto en Europa para proteger su roca: tiene miedo a depender del gas ruso. Poco importa que desde 2014 las minas le hayan costado al Estado 750 millones de euros. Desde luego el país sabe que es un movimiento a contracorriente. De hecho en Estados Unidos (-11%), China (-5,7%), Alemania (-3%) y Reino Unido (-16%) ya han visto caer este año el consumo. Y los analistas trazan una línea del horizonte oscura.
“Nuestras investigaciones muestran que los tres mayores importadores (China, Japón e India) del planeta de carbón para centrales térmicas están comprando menos. Los mercados mundiales de este combustible se encuentran en declive a largo plazo, así de simple”, observa un portavoz de IEEFA. Ahora todo habrá que fiarlo a la relación entre el espacio y el tiempo; o sea, la velocidad. “La rapidez del declive dependerá de la voluntad y el liderazgo que muestren los gobiernos en encofrar el gran stock de carbón europeo que existe y reemplazarlo por fuentes más limpias”, indica Ilmi Granoff, investigador sénior en el think tank británico Overseas Development Institute (ODI).
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