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NEGOCIOS
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Encrucijada turca

La economía turca atraviesa por un momento crítico, entendiendo por crisis su acepción más real y certera: el instante en que lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no termina de nacer. El estado crítico se refiere a la composición estructural de su economía (lo que se conoce comúnmente como patrón de crecimiento) que hoy resulta dependiente en demasía del turismo. Cuando la afluencia turística falla, afloran las debilidades del sistema turco, desde un déficit público incontrolado y un déficit por cuenta corriente demasiado alto hasta un mercado laboral castigado por una tasa de desempleo que se niega a descender de forma sustantiva. La tasa de crecimiento no arranca (apenas llegará al 2,5% este año, cuando necesita en torno al 4% anual para absorber las incorporaciones al mercado de trabajo) y las circunstancias políticas (en los últimos dos meses opera un gobierno en funciones) o externas (guerras islámicas en los países limítrofes, tensión con Irán, felizmente resuelta) contribuyen a hacer un poco más frágil la perspectiva de crecimiento a corto plazo.

Al margen de las debilidades estructurales, que por supuesto deben ser consideradas en cualquier decisión de política económica, Turquía se enfrenta a un grave problema principal e inmediato: recuperar la confianza política y empresarial. Si se mencionan juntos es porque están íntimamente relacionados en este momento, aunque probablemente el primer paso deba ser el político. Se ha especulado mucho sobre la necesidad de llegar a una gran coalición entre los partidos AKP y el socialdemócrata CHP; pero sea cual sea la fórmula, tiene que incluir una amplia mayoría de gobierno y la certeza razonable de que el sistema económico del país mantendrá la seguridad jurídica y regulatoria. En pura lógica, la estabilidad política debe favorecer la confianza empresarial, que significa más inversión procedente del exterior y más oportunidades de rentabilizar la expansión económica turca que surgirá de la paz con Irán y de los proyectos de distribución energética.

Cualquier oportunidad de intensificación del crecimiento y de política fiscal exige un gobierno con apoyo mayoritario

Al problema de la confianza hay que sumar el de la preocupante depreciación de la lira. La caída respecto al dólar y al euro es muy acusada y revela precisamente la reacción ante las debilidades inmediatas que se aprecian en la economía turca (pérdida de peso del turismo y los efectos colaterales de la guerra en las zonas próximas). La depreciación tiene que ser corregida con cierta rapidez porque no se están produciendo los efectos beneficiosos que se asocian a la caída de una divisa; las exportaciones no aumentan y, en cambio, si está subiendo la presión sobre el flujo de capitales.

Pero el caso es que resulta muy difícil tomar decisiones para sostener la lira turca cuando opera un gobierno provisional, el patrón de crecimiento basado en el turismo está en crisis y la estructura fiscal del país es manifiestamente mejorable (esta fragilidad fiscal explica en parte la persistencia del déficit público). Buena parte de los problemas monetarios desaparecerían si Turquía estuviese integrada en el área euro; pero por el momento las únicas opciones de política económica disponibles se agotan en la urgencia de plantear una reforma fiscal profunda que permita corregir el desequilibrio del déficit público y permita atraer más inversiones para proyectos que no sean estrictamente turísticos. Es muy probable que con tasas de crecimiento moderadas el desempleo siga en niveles elevados; y que los costes de la inmigración, agravados por la entrada masiva de refugiados expulsados por las guerras, obliguen a considerar otros ajustes drásticos. No obstante, el primer problema es, ya se ha dicho, político. Cualquier oportunidad de intensificación del crecimiento y de política fiscal exige un gobierno con apoyo mayoritario.

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