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Juguetes entre el carbón

España ha fracasado una y otra vez en las políticas activas de empleo

Santiago Carbó Valverde

Los Reyes Magos llegaron al mercado laboral español dejando por fin algo de juguetes entre las montañas de carbón acumuladas durante siete años. Es un avance en la dirección de una recuperación, la del empleo, que tardará mucho en completarse. Vanagloriarse parece tan absurdo como fustigarse en un camino que podrá ser más o menos largo… pero largo al fin y al cabo. Esa trayectoria tiene una incidencia social muy negativa. Algunos consideran incluso que costará una generación perdida.

Y en el desequilibrio dialéctico en el que se encuentra el debate económico en este país entre el triunfalismo y el populismo, la reforma laboral es el arma arrojadiza perfecta. La reforma laboral ha sido —con sus variados defectos— la más ambiciosa hasta la fecha ante la evidencia de que cuando las cosas se tuercen en España el paro aumenta a toda velocidad. Esta caída del castillo de naipes no puede explicarse por unos pocos factores, pero sí que revela que la estructura de las instituciones laborales en España no era adecuada. Con la reforma laboral se han mejorado algunos aspectos y otros no se han abordado, lo que propicia un terreno intermedio de mejora a trompicones.

Los avances salpicados de desigualdad en creación de puestos de trabajo son comunes a otros países como Estados Unidos donde, sin ir más lejos, parte de la recuperación del empleo ha pescado en el mar del desánimo. En particular, ha caído la población activa porque muchos estadounidenses ya no buscan trabajo y esto disminuye el denominador del ratio y eleva la tasa de empleo artificialmente. Esto sucede también en España donde, en cualquier caso, estamos muy lejos de la tasa de desempleo de Estados Unidos. A final de mes conoceremos los datos de la EPA de cierre de 2014 y, con la tendencia que venía marcándose, la población activa en España habrá caído ampliamente por encima de las 200.000 personas el pasado año. Esto incluye tanto desanimados como españoles que emigran o extranjeros que han vuelto a sus países.

Luego está la cuestión de la temporalidad. De los 16,7 millones de contratos firmados en 2014 sólo el 8% fue indefinido, aunque han crecido un 19,2% respecto a 2013. Todavía hay quien discute la necesidad de un contrato único, una carencia importante de la reforma laboral. Queda mucho por hacer en la simplificación de contratos.

Pero más allá de los aspectos legales en torno a la reforma laboral están las políticas activas de empleo, un área en la que España ha fracasado una y otra vez. No funcionan las políticas de formación ni los contratos en prácticas y el desajuste (y desperdicio de recursos) entre formación y oferta de empleo es desalentador. Es en los menores de 29 años donde una tasa de paro en torno al 30% resulta abrumadora y donde hay que poner el énfasis. Hay modelos que ya están funcionando en Italia o Alemania. Cada país tiene su idiosincrasia pero algo habrá que aprender de esas experiencias. No contamos si quiera ni con buenos datos para hacer una evaluación de qué políticas de formación dan mejores resultados.

Cunden los que ofrecen las recetas milagrosas como creación de contratos públicos sin incentivos o una reducción de jornada laboral pensando que así podría “repartirse” mejor el empleo en un país, que, sin embargo, aumentan al fin tanto las personas como las horas trabajadas. Mientras que se construye empleo, la verdadera prioridad está en el desaliento juvenil y, nuevamente, en los incentivos y oportunidades.

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