_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Como ‘usar’ la economía

La distribución de bienes y servicios en nuestra vida cotidiana va mucho más allá de las constricciones de una ciencia exacta

En mi nuevo libro, Economics: the user’s guide, pretendo mostrar al lector cómo pensar, y no lo que hay que pensar, sobre economía. Cuando se usa la economía, hay algunas cosas importantes a tener en cuenta.

Cui bono?

La economía es una cuestión política. No es, y nunca podrá ser, una ciencia. En economía no hay verdades objetivas que puedan ser establecidas sin que medien juicios políticos y, a menudo, éticos. Por lo tanto, al enfrentarse a un razonamiento económico, hay que plantearse la antigua pregunta, cui bono? (¿quién se beneficia?), que hizo célebre el estadista y orador romano Marco Tulio Cicerón.

A veces es fácil advertir la naturaleza política de un argumento económico porque este se basa en conjeturas cuestionables que favorecen abiertamente a determinados grupos. En el razonamiento de la economía de goteo, por ejemplo, es decisiva la suposición de que, cuando reciben una tajada más grande de la producción nacional, los ricos la emplean en aumentar las inversiones, suposición que la realidad no confirma.

En otros casos, un razonamiento puede favorecer a determinadas personas de manera fortuita. Por ejemplo, la economía neoclásica dominante utiliza el principio de Pareto para evaluar el progreso social. En apariencia, no está favoreciendo a nadie, ya que sostiene que un cambio constituye un progreso social solo cuando mejoran las condiciones de algunas personas sin menoscabar las de nadie y, por lo tanto, no permite que ni siquiera una sea atropellada por el resto de la sociedad. Pero, implícitamente, es favorable a aquellos a los que más beneficia el estado de cosas, puesto que les da la posibilidad de impedir cualquier cambio que sea perjudicial para ellos.

Los juicios políticos y éticos están presentes incluso en los ejercicios aparentemente sin valoraciones, como determinar los límites del mercado. Decidir qué pertenece al ámbito del mercado es un ejercicio profundamente político. Una vez que se consigue arrastrar algo (pongamos por caso, el agua) al ámbito del mercado, es posible aplicar la regla de “un dólar, un voto” a las decisiones que lo rodean, facilitando las cosas a los ricos para que influyan en el resultado.Y al revés: si puede sacar algo (digamos, el trabajo infantil) del ámbito del mercado, se vuelve imposible influir en su utilización con el poder del dinero.

Afirmar que la economía es un argumento político no significa que “todo valga”. Hay teorías mejores que otras, dependiendo de la situación concreta. Pero sí quiere decir que nunca se debe dar crédito a ningún economista que afirme que sus análisis son científicos y no valorativos.

No convertirse en el hombre del martillo

A pesar de lo que aseveran muchos economistas, no hay una sola forma correcta de hacer economía. Aunque la visión neoclásica haya sido la predominante en las últimas décadas, existen al menos nueve escuelas económicas diferentes, cada una con sus puntos fuertes y débiles.La realidad económica es compleja y no puede ser analizada en su totalidad con una única teoría. Las diversas teorías económicas conceptualizan las unidades económicas básicas de maneras diferentes (por ejemplo, individuos frente a clases); se centran en cosas distintas (por ejemplo, macroeconomía frente a microeconomía); se plantean preguntas diferentes (por ejemplo, cómo maximizar la eficacia con la que se utilizan determinados recursos frente a cómo aumentar nuestra capacidad para producir esos recursos a largo plazo); e intenta responder utilizando múltiples instrumentos analíticos (por ejemplo, racionalidad total frente a racionalidad limitada).

Como afirma el dicho, “a quien tiene un martillo, todo le parece un clavo”. Si se enfoca un problema desde un punto de vista concreto, se acaba por hacerse solo determinadas preguntas y por responderlas de una manera determinada. Puede que se tenga suerte y que el problema al que uno se enfrenta sea un “clavo” para el cual el “martillo” sea la herramienta más adecuada. Pero, la mayoría de las veces, tendrá que tener a su disposición toda una serie de herramientas diferentes.Seguro que cada cual tiene su teoría favorita. No hay nada malo en utilizar una o dos más a menudo que el resto. Todos los hacemos. Pero, por favor, no seamos el hombre (o la mujer) del martillo, y todavía menos olvidemos que tenemos otras herramientas a nuestro alcance. Para extender la analogía, es mejor utilizar una navaja suiza con diferentes herramientas para usos distintos.

La economía es mucho más que el mercado

Actualmente gran parte de la economía gira en torno al mercado. Hoy día, la mayoría de los economistas suscriben los principios de la escuela neoclásica, según la cual la economía es una red de relaciones de intercambio: los individuos compran diversas cosas de muchas empresas y venden sus servicios laborales a una de ellas, mientras que las empresas compran y venden a muchos individuos y a otras empresas.

Pero la economía no debería ser equiparada con el mercado. El mercado es solo una de las muchas maneras de organizar la economía. De hecho, no representa más que una pequeña parte de la economía moderna. Muchas actividades económicas se organizan mediante directivas internas en el seno de las empresas, mientras que el Gobierno influye en amplios sectores de la economía, e incluso los dirige. Los Gobiernos —y cada vez más las organizaciones económicas internacionales como la Organización Mundial del Comercio— también establecen los límites de los mercados al imponerles normas de conducta. Herbert Simon, fundador de la escuela conductista, calculó en una ocasión que tan solo alrededor del 20% de las actividades económicas de Estados Unidos se organizan a través del mercado.

La atención al mercado ha hecho que la mayoría de los economistas descuiden amplias áreas de nuestra actividad económica, lo cual ha ocasionado importantes repercusiones negativas para nuestro bienestar. La desatención a la producción a expensas del intercambio ha hecho que los responsables políticos de algunos países sean demasiado complacientes con el declive del sector de la fabricación. La concepción de los individuos como consumidores, más que como productores, ha llevado a dejar al margen cuestiones como la calidad del trabajo (por ejemplo, si es interesante, si es seguro, si produce estrés, e incluso si es opresivo), y el equilibrio entre el trabajo y la vida privada. La desconsideración hacia estos aspectos de la vida económica explica en parte por qué la mayoría de la gente de los países ricos no se siente más realizada a pesar de consumir bienes materiales y servicios en mayor cantidad que nunca.

La economía es mucho más que el mercado. No lograremos construir una buena economía —ni una buena sociedad— si no dirigimos la mirada a la vastedad que se extiende más allá del mercado.

Ha-Joon Chang es profesor de Economía en la Universidad de Cambridge y autor de 23 cosas que no te cuentan sobre el capitalismo.

© 2014 The Worldpost / Global Viewpoint Network, distribuido por Tribune Coment Agency, LLL.Traducción de News Clips.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_