El 'boom' del ladrillo dificulta el aterrizaje de la economía turca
Turquía celebra el domingo próximo unas elecciones municipales consideradas como clave para el futuro político del país, en medio de los últimos coletazos de un "boom" económico sin precedentes.
Por ahora, la vida económica del país eurasiático todavía muestra una fachada espléndida: escaparates iluminados, centros comerciales atestados, carteles de "se busca empleado".
Pero algunos ya vaticinan que en algún momento, más bien pronto, tendrá que llegar un aterrizaje. Y ese será posiblemente doloroso, no sólo para la población sino también para el Gobierno islamista del primer ministro Recep Tayyip Erdogan.
El factor de crecimiento principal de la economía turca es la demanda interna, basada sobre todo en el endeudamiento vía tarjetas de crédito, un fenómeno que ha preocupado al Gobierno hasta el punto de imponer límites en ciertos préstamos, como en la compra de coches.
El ejecutivo aconseja públicamente "no usar tarjetas", aunque este medio de pago sigue siendo extremadamente popular incluso en las tiendas de barrio.
Desde la llegada al poder del partido islamista Justicia y Desarrollo (AKP), la economía turca ha vivido una época de bonanza, pero a costa de muchos números rojos.
"La deuda del hogar ha subido de 4,7% en 2002 al 55% actual. Es un incremento enorme, pero sigue estando por debajo de otros países", explica a Efe el economista Emre Deliveli.
Gran parte del dinero circulante se mueve en el mercado del ladrillo: Turquía vive una auténtica fiebre de construcción, tanto en el sector de la vivienda como en el de los rascacielos para oficinas o los centros comerciales.
"En verano de 2012 ya había un 'boom' de la construcción que a mí me preocupaba porque parecía que la oferta superaba la demanda. Esperaba un descalabro, pero sorprendentemente, la demanda se incrementó. Los intereses hipotecarios bajaron del 12% al 8%. Ahora han subido otra vez hasta el 13-14% y los precios se van incrementando lentamente", añade Deliveli.
El mercado inmobiliario está algo más sólido que en Estados Unidos, donde se originó la crisis mundial, porque "allí se basaba en gran parte en las segundas residencias; aquí es principalmente el primer piso lo que se compra", analiza el economista.
La burbuja no estalló, pero dio paso a otro fenómeno, más preocupante si cabe: la corrupción urbanística, centrada sobre todo en la agencia pública de la vivienda, TOKI, que domina la mayor parte del mercado constructor.
"TOKI es un inmenso ecosistema, trabaja con muchas empresas subcontratadas y es opaco, está únicamente sujeto al control del primer ministro (Recep Tayyip Erdogan)", explica el analista.
El modelo era sencillo: los responsables locales adjudicaban terrenos urbanizables a la TOKI, ésta asignaba el encargo a una empresa "amiga" y a cambio, importantes sumas de dinero llegaban en forma de donaciones a las arcas del partido gubernamental, el islamista AKP, o a fundaciones cercanas, entre ellas una dirigida por Bilal Erdogan, hijo del primer ministro.
Así lo ha denunciado la oposición, apoyándose en datos de la investigación judicial lanzada el 17 de diciembre pasado, pero bloqueada tras urgentes reformas del aparato judicial.
Este escándalo de corrupción ha contribuido a vapulear la economía turca, bastante más incluso que las grandes protestas en torno al parque Gezi en verano pasado, que causaron siete muertos.
"A los fondos de inversión internacionales no les interesa si las acusaciones de corrupción son verdad o no. Sólo les interesa la estabilidad política", afirma Deliveli.
El crecimiento de Turquía se habría ralentizado de todas formas, pero la perspectiva de una larga guerra política entre las dos poderosas facciones islamistas añade desconfianza, cree.
Desde luego, las convulsiones políticas locales sólo son un factor en un cuadro más amplio que afecta a todas las economías emergentes, como Indonesia, Sudáfrica, Brasil o la India.
El cambio de política financiera global ha reducido la entrada de "dinero caliente" a los bancos turcos, la inflación subió más de lo esperado y la lira fue cayendo hasta perder en ocho meses un 25% de su valor, que se frenó gracias a una subida de intereses.
Ahora, con la moneda estabilizada, Turquía tiene por delante un año difícil pero no necesariamente desastroso, según apuntó esta semana la agencia Standard & Poor's, en cuya opinión los bancos turcos sufrirán pero tienen capacidad para aguantar el tirón.
Deliveli no confía mucho: "El potencial de crecimiento de Turquía es el 5% pero yo estaría muy feliz si llega al 2%", apunta.
Es algo más pesimista que la Comisión Europea, que el mes pasado ajustó su previsión y predice el 2,5 para 2014 y el 3% en 2015.
"Las grandes constructoras son privadas, no cotizan en la bolsa y no hacen públicos sus balances de pago, por eso no es fácil saber lo saneadas que están. El aterrizaje puede ser duro o suave, pero habrá un aterrizaje", vaticina el economista turco.
Ilya U. Topper
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