Japón, el modelo
Si la ‘abeconomía’ funciona, dará al mundo un antídoto contra el aletargamiento político
Hace una generación, Japón era admirado —y temido— por todos por ser un dechado de virtudes económicas. Los best sellers de temas empresariales ponían guerreros samuráis en la portada y prometían enseñar los secretos de la gestión japonesa; las novelas de suspense de autores como Michael Crichton describían a las empresas japonesas como gigantes imparables que afianzaban rápidamente su dominio sobre los mercados mundiales.
Luego, Japón se hundió en una crisis económica aparentemente interminable y la mayor parte del mundo perdió el interés por él. La principal excepción fue un grupo relativamente pequeño de economistas, un grupo al que casualmente pertenecían Ben Bernanke, ahora presidente de la Reserva Federal, y el que suscribe. Estos economistas obsesionados con Japón veían los problemas económicos del país isleño no como una demostración de la incompetencia japonesa, sino como un mal augurio para todos nosotros. Si un país grande, rico, políticamente estable podía sufrir un tropiezo tan grave, se preguntaban, ¿no podría sucederles algo muy parecido a otros países similares?
Como era de esperar, podía suceder y sucedió. Actualmente, todos somos, desde un punto de vista económico, japoneses, y esta es la razón por la que el experimento económico que se está llevando a cabo en el país donde todo empezó es tan importante no solo para Japón, sino para el mundo.
En cierto sentido, lo verdaderamente extraordinario de la abeconomía —el radical cambio de rumbo hacia el estímulo monetario y fiscal adoptado por el Gobierno del primer ministro Shinzo Abe— es que nadie más está intentando hacer algo parecido en todo el mundo desarrollado. De hecho, Occidente parece dominado por el derrotismo económico.
Nadie más está intentando hacer algo parecido en todo el mundo desarrollado
En Estados Unidos, por ejemplo, sigue habiendo más de cuatro veces más parados de larga duración que los que había antes de la crisis económica, pero parece que los republicanos solo quieren hablar de falsos escándalos. Y, para ser justos, también hace ya mucho que el presidente Obama no dice nada convincente en público sobre la creación de empleo.
Aun así, al menos EE UU está creciendo. La economía europea ha vuelto a entrar en recesión y, de hecho, durante los seis últimos meses ha crecido un poco menos que entre 1929 y 1935, y mientras tanto, sigue batiendo nuevos récords de paro. Pero no hay ningún indicio de cambios importantes en las políticas. Como mucho, puede que se contemple una ligera suavización de los despiadados programas de austeridad que Bruselas y Berlín están imponiendo a los países deudores.
A los funcionarios japoneses les resultaría fácil justificar su inacción con los mismos pretextos que escuchamos por todo el Atlántico Norte: están atados de pies y manos por una población que envejece rápidamente; a la economía le pesan mucho los problemas estructurales (y los problemas estructurales de Japón, especialmente, la discriminación contra la mujer, son legendarios); la deuda es demasiado alta (mucho más alta, en relación con la economía del país, que la de Grecia). Y en el pasado, los funcionarios japoneses han sido de hecho muy aficionados a ofrecer excusas como esas.
La verdad, sin embargo —una verdad que el Gobierno de Abe parece comprender—, es que el estancamiento económico agrava todos estos problemas. Impulsar el crecimiento a corto plazo no curará todos los males de Japón, pero, si se consigue, puede ser el primer paso hacia un futuro mucho más halagüeño.
¿Y qué tal está funcionando la abeconomía? La respuesta menos arriesgada es que todavía es demasiado pronto para saberlo. Pero los primeros indicios son buenos (y no, la repentina bajada de las acciones japonesas el jueves no cambia eso).
Japón ha entendido que el estancamiento económico agrava todos estos problemas
Las buenas noticias empiezan con un crecimiento de la economía de Japón sorprendentemente rápido durante el primer trimestre de este año; en realidad, considerablemente más rápido que el de Estados Unidos, mientras que la economía de Europa seguía contrayéndose. Uno nunca quiere sacar demasiadas conclusiones de las cifras de un solo trimestre, pero esa es la clase de cosas que queremos ver.
Mientras tanto, las acciones japonesas se han disparado, a la vez que el yen ha bajado. Y, en el caso de que se lo estén preguntando, un yen débil es una noticia muy buena para Japón porque hace que las exportaciones del país sean más competitivas.
Algunos observadores han dado la voz de alarma por la subida de los tipos de interés a largo plazo de Japón, aun cuando dichos tipos siguen por debajo del 1%. Pero la suma de los tipos de interés en ascenso y la subida de los precios de las acciones indica que ambos reflejan un aumento del optimismo, no inquietud por la solvencia japonesa.
No cabe duda de que la bajada de los precios de las acciones japonesas el jueves hace una pequeña mella en esa valoración optimista. Pero las acciones siguen estando mucho más altas que el año pasado, y soy lo bastante mayor para recordar el lunes negro de 1987, cuando las acciones estadounidenses bajaron de repente más de un 20% sin motivo evidente y la recuperación económica que se estaba produciendo no se resintió en absoluto.
De modo que el dictamen general sobre el intento de Japón de darle la vuelta a su economía es, de momento, positivo. Y esperemos que este veredicto se sostenga y se reafirme con el tiempo. Porque si la abeconomía funciona, cumplirá un doble propósito: dará a Japón un impulso muy necesario, y a los demás, un antídoto todavía más necesario contra el aletargamiento político.
Como he dicho al principio, en este momento, el mundo occidental parece haber sucumbido a un caso grave de derrotismo económico; ni siquiera estamos intentando resolver nuestros problemas. Eso tiene que cambiar; y a lo mejor, solo a lo mejor, Japón puede ser el instrumento de ese cambio.
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008.
New York times Service 2013.
Traducción de News Clips.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.