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Singapur vuelve a reinventarse

El país asiático abre oportunidades de negocio al apostar por transporte y turismo

Thiago Ferrer Morini
Una vista del hotel casino Marina Bay Sands, en Singapur.
Una vista del hotel casino Marina Bay Sands, en Singapur.REUTERS

El 9 de agosto de 1965, el primer ministro de Singapur, Lee Yuan Kew, informaba a sus conciudadanos por televisión que su ciudad-estado era súbitamente independiente, después de que el Parlamento de Malasia votase la expulsión del país de que hasta entonces era uno de sus Estados. “Durante toda mi vida política he creído en la unión entre los dos países”, afirmaba Lee entre lágrimas. Con una superficie ligeramente mayor que la del término municipal de Madrid, con una potencialmente explosiva mezcla racial de chinos, malayos e indios, en un archipiélago sin recursos naturales, muy poca gente creía que el nuevo país pudiera ser política, cuanto más económicamente, viable.

Casi cincuenta años más tarde, Singapur ocupa el puesto 47 del PIB mayor del mundo, ligeramente superior al de Chile, y ello en un país con cinco millones y medio de habitantes, una población similar a la de la provincia de Barcelona.

El poderío del puerto de Singapur, el segundo más concurrido del mundo tras el de Shanghái, sirvió de motor de arranque de la economía local. El Gobierno fomentó el desarrollo de pequeñas industrias intermediarias especializadas en productos de pequeño volumen y alto valor añadido. La estrategia tuvo éxito: en 2010, Singapur era el mayor exportador de chips (circuitos integrados) del mundo, una industria que le reporta 38.000 millones de euros al año y el 20% de sus exportaciones. Ahora Singapur también quiere estar entre los países con industria de alta tecnología. La británica Rolls-Royce ha invertido 430 millones en la construcción de una fábrica de equipamientos aeronáuticos de última generación.

La británica Rolls-Royce ha invertido 430 millones en construir una fábrica de equipamientos aeronáuticos

En el siglo XXI, Singapur ha querido abrirse al mundo como un destino turístico de primer orden. Para ello ha tenido que enfrentarse a la falta de atractivos naturales —y a la fama de lugar aburrido y puritano, famoso por las fuertes multas por tirar papeles al suelo y la prohibición de mascar chicle— haciendo hincapié en su potencial como destino gastronómico —allí todas las cocinas de Asia se encuentran y la comida es una obsesión regional— y de compras.

El complejo de hotel y casino Marina Bay Sands, construido por el grupo encabezado por el magnate estadounidense Sheldon Adelson, es la joya del macroproyecto Marina Bay, construido sobre terreno ganado al mar frente al centro de la ciudad y que incluye un circuito de fórmula 1.

Todo esto edificado sobre unas infraestructuras de transporte de primer orden. El aeropuerto internacional de Singapur ha sido premiado en varias ocasiones por la consultora Skytrax con el título de mejor aeropuerto del mundo, la última este año. Singapore Airlines, la aerolínea nacional, fue la primera empresa a operar el Airbus A-380, el avión de pasajeros más grande del mundo, reforzando el papel del país como punto intermedio en la muy rentable conexión entre Australia y Europa.

Pero la inversión en transporte no termina ahí. El país tiene ambiciosos planes para reforzar su red de carreteras y ferrocarriles. Por un lado, el metro de Singapur, inaugurado en 1987, está en plena expansión. Hay dos líneas nuevas en construcción y otras dos, de las cuatro ya existentes, están en plena ampliación. Hasta 2030, la red ferroviaria de Singapur pretende doblar su longitud. Un desafío en el suelo arenoso y húmedo de una isla en el ecuador del globo.

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Sobre la firma

Thiago Ferrer Morini
(São Paulo, 1981) Licenciado en Ciencias Políticas y de la Administración por la Universidad Complutense de Madrid. En EL PAÍS desde 2012.

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