La revolución del trabajador chino
Su salario crece en torno al 10% anual y cada vez está más protegido por la legislación Las huelgas y las protestas violentas se multiplican en el país
Los trabajadores se han plantado y bloquean la entrada a la fábrica que una importante empresa industrial española tiene en la provincia china de Jiangsu. Las negociaciones no llegan a buen puerto y es necesario llamar a la policía. Los ánimos se caldean, los responsables de la planta acusan a un grupo de trabajadores de usar “técnicas mafiosas” para amedrentar al resto y exigir mejoras salariales, pero lo cierto es que el tumulto crece hasta que se va de las manos.
Llegan los antidisturbios y piden refuerzos al Ejército. Algunos empleados se encaraman a la valla y amenazan con destrozar las instalaciones. El jefe de policía descarta usar la fuerza “porque la situación podría resultar incontrolable” y aconseja al gerente: “Despida discretamente a los cabecillas en los próximos días, pero acepte las demandas de los trabajadores”. El trato llega varias horas después megáfono en mano, y la muchedumbre se dispersa. Acaba de asegurarse un aumento de sueldo del 10% de media, y la promesa de que no se eliminarán las horas extra a pesar del descenso de pedidos.
“Lidiar con los trabajadores chinos es una pesadilla”, reconoce el español a cargo de la producción. “La rotación es muy alta y nos hace daño, y el aumento de los costes laborales junto a la apreciación del yuan nos ha restado mucha competitividad”. Sin duda, el suyo no es un caso aislado. Según estudios oficiales, las disputas laborales han crecido en China casi el 25% cada año en la última década y el ritmo ha aumentado desde 2008, cuando se aprobó la reforma laboral. Así, si en 1999 se contabilizaron menos de 200.000 conflictos laborales, en 2008 su número rozó el millón.
El número de conflictos laborales ha aumentado a un millón al año
Desde entonces, la mayoría de los salarios mínimos establecidos a nivel provincial crecen por encima del 20% anual, y ya son muy pocos los territorios que marcan remuneraciones mínimas por debajo del equivalente a 100 euros al mes o un euro la hora. “Y una cosa es el salario base y otra la nómina neta. Con las horas extra ya nadie cobra menos de 2.000 yuanes (unos 250 euros) en la línea de montaje”, reconoce el gerente español, que pide anonimato. “Por eso, muchas empresas de sectores como el textil o la industria pesada están cerrando y buscando alternativas en Vietnam o en India”. Apple fue más allá y dio la campanada a primeros de mes al anunciar que reubicaría la producción de sus ordenadores de vuelta en Estados Unidos.
Según un estudio realizado por Xiliang Feng, analista de la Universidad Capital de Economía y Negocios de China, en torno al 75% de las disputas laborales están relacionadas con la remuneración, mientras que menos del 2% tienen que ver con las condiciones de trabajo. Y en un tercio de los casos, la mayoría, el conflicto se resuelve mediante el acuerdo entre las partes, sin la mediación del sistema judicial.
Los trabajadores saben que tienen la sartén por el mango. La estricta política del hijo único que ha provocado una notable caída en la tasa de fertilidad y el impresionante crecimiento económico del país han dado fuerza a un colectivo que hasta ahora nunca había tenido voz. Aunque los sindicatos no oficiales están prohibidos, los trabajadores han comenzado a organizarse. “La mayoría son asociaciones espontáneas que surgen en grandes empresas fruto del descontento generalizado de la plantilla”, explica Zhang, un activista que estuvo involucrado en las protestas que en 2010 paralizaron una fábrica de Honda en la ciudad de Zhongshan. “Nuestra huelga marcó un punto de inflexión. Antes éramos nosotros los que teníamos miedo a la dirección y a las autoridades. Ahora es al revés”. Xu Anqi, sociólogo de la Universidad de Fudan, en Shanghái, coincide: “La gente es cada vez más consciente de sus derechos. Internet y las redes sociales ofrecen a los trabajadores ideas sobre cómo organizarse para obtener sus demandas, razón por la que se reproducen protestas por todo el país”.
Empresarios y trabajadores piden la regulación de la huelga en China
Este vuelco ha provocado que empresarios y activistas como Zhang demanden la reinstauración en la Constitución de una cláusula que fue eliminada en 1982 y que garantiza el derecho a la huelga. “Actualmente no hay ninguna normativa que lo regule. Las huelgas están en un limbo legal. Eso permite que algunos empresarios opten por medios violentos para evitar protestas”. El propio Zhang ha recibido multitud de presiones y amenazas, y algunos de sus compañeros han sufrido incluso palizas de matones que, aseguran ellos, estaban contratados por la empresa.
Del lado de la empresa, el director general de Guangzhou Automobile Group, Zeng Qinghong, que medió en la disputa con Honda, propuso el año pasado, como miembro que es de la Asamblea Nacional Popular, que se regule por ley la huelga. “El Gobierno no puede forzar a los trabajadores a regresar a sus puestos sin tener en cuenta sus demandas”. Zeng pidió, además, la reforma del sindicato oficial para que “sea el representante real de los empleados”. Eso sí, todos los partidarios de la regulación coinciden en que no se debe permitir que las protestas alteren el orden público. Y, últimamente, lo hacen a menudo. Sin duda, el gigante Foxconn, la subcontrata taiwanesa que fabrica Iphone y Ipad para Apple y da empleo a casi 1,5 millones de chinos, es la que mejor refleja la revolución del trabajador chino. Saltó a las portadas de todo el mundo en 2010 cuando 13 trabajadores se quitaron la vida en sus instalaciones. Sufrían una presión excesiva y llegaban a hacer más de 83 horas extra al mes, aseguraba una ONG estadounidense.
Luego llegaron las manifestaciones, muchas veces violentas, en las plantas de Chengdu y Taiyuan. Como en el caso de la empresa española, los antidisturbios hicieron acto de presencia y esta vez sí que consiguieron disolver a miles de empleados tras una batalla campal. Pero Foxconn tuvo que dar su brazo a torcer. Quizá por eso, su presidente, Terry Gou, anunció la implantación de un millón de robots para reemplazar gran parte de la mano de obra.
Curiosamente, la tensión no se ha relajado este mes con la promesa de Foxconn de seguir la legislación laboral al pie de la letra. Eso le costará 1.400 millones de dólares más al año, pero la plantilla demanda que se mantengan las horas extra por encima del límite de las nueve semanales que marca la ley. Varios empleados aseguraban en el diario Wall Street Journal querer trabajar más de 15 horas extra a la semana. Al fin y al cabo, han abandonado su lugar de origen para hacer dinero en el corazón manufacturero de Guangdong, y el ocio resulta algo tangencial.
Li Qing es una joven de 20 años que refleja a la perfección esta transformación del trabajador chino. Cuenta con formación profesional en electrónica y llegó a Shenzhen hace poco más de un mes procedente de la provincia de Shaanxi. Allí sus padres tienen suerte si ingresan 4.000 yuanes (500 euros) al año trabajando la tierra, pero ella ya ha dicho que no a unas cuantas ofertas de trabajo en las que le ofrecían la mitad de esa suma al mes. “He ahorrado un dinero y no tengo prisa”. Sus aspiraciones son las de millones de emigrantes rurales que ya no llegan desesperados a las grandes ciudades. Curiosamente, a pesar de la mala fama internacional, su objetivo es que la contrate Foxconn. “Pagan bien y sus condiciones de trabajo son mejores que las de empresas chinas”, asegura. Li ya tiene su propia hoja de ruta: en tres años tiene que haber alcanzado un sueldo mensual comparable a lo que ganan sus progenitores en un año.
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