Los recortes no son las reformas que necesitamos
¿Hay alternativa a los recortes? Me han planteado esta pregunta en foros muy diferentes, tanto sindicales como cívicos. En todos he podido advertir una clara conciencia de la difícil situación que vivimos, así como la disposición a apretarse el cinturón. Lo que se cuestiona es la forma de afrontarla. Y con razón, porque los recortes tienen unos efectos devastadores.
En primer lugar, sobre la economía. No logran los objetivos perseguidos —reducir la deuda y el déficit— y empeoran las cosas: enfangan la economía en la recesión y son un arma de destrucción masiva de empleo. Y lo que es peor, provocan incertidumbre y pérdida de esperanza en el futuro.
En segundo lugar, sobre la cohesión social. Los recortes en educación, sanidad o dependencia son más dañinos que cualquier otro ahorro. Afectan a la materia que constituye el pegamento de una sociedad decente. Esos recortes fracturan la sociedad entre los que tienen y los que no tienen. Destruyen la “ética de la simpatía” (ahora diríamos empatía) que Adam Smith consideraba esencial para el funcionamiento de una economía de mercado.
En tercer lugar, sobre la política democrática. Los recortes deslegitiman a los Gobiernos. Les hacen aparecer como meros recaudadores de ingresos sobre los más débiles para dárselos, como si fuesen compensaciones de guerra, a los prestamistas, amparados en muchos casos por sus Gobiernos. Prestamistas que libremente dejaron su dinero a los bancos españoles y que ahora se niegan a responsabilizarse de sus malas decisiones de inversión.
Se está fomentando un capitalismo depredador, basado en la concesión pública
Dedicados como están a detraer dinero de sus ciudadanos, nuestros Gobiernos son incapaces de formular y presentar a la población un proyecto esperanzador que, sin negar las dificultades y los inevitables esfuerzos, sea capaz de generar certeza e ilusión en el futuro.
A la vista de estos destrozos es lógico que muchos se planteen si existe alguna alternativa a los recortes. La hay. Consiste en presentar y debatir con la sociedad un programa coherente, eficaz y equitativo de reformas de largo alcance, que cree un clima social favorable a los cambios, con dos objetivos complementarios: lograr la sostenibilidad de las cuentas públicas y crear empleo (progresivamente).
En mi opinión, un programa esperanzador de este tipo tiene que partir de la aceptación de dos premisas:
Las reformas orientadas a luchar contra el sobreendeudamiento público han de ser diferentes de los recortes
Primera. Esta crisis es diferente, y no valen los remedios aplicados a las crisis convencionales. Su origen está en dos burbujas (de crédito e inmobiliaria) que, al explotar, dejan familias y empresas sobreendeudadas. El mejor conocimiento económico disponible nos dice que estas crisis son duras y duraderas, pero que se pueden alargar más si nos ponemos a excavar en el fondo. Y eso es lo que ocurre con los recortes.
Segunda. Ahora formamos parte de una unión monetaria europea a la que le hemos transferido instrumentos muy potentes: la política monetaria, financiera y cambiaria. Son palancas esenciales e insustituibles para enfrentarse a una crisis de activos y de sobreendeudamiento como es esta. Si estamos en una unión, la salida a la crisis es cosa de dos. No se trata de implorar ayuda, sino de exigir que cada parte haga el trabajo que le corresponde.
Si se aceptan esas dos premisas, la alternativa a los recortes es posible.
Las reformas orientadas a luchar contra el sobreendeudamiento público han de ser diferentes de los recortes. En su último World Economic Outlook, publicado en octubre, el FMI ha analizado la experiencia de muchos países que a lo largo del último siglo se enfrentaron a situaciones de sobreendeudamientos similares o superiores a los actuales, de más del 100% del PIB. Extrae tres enseñanzas:
Enseñanza nº 1. El saneamiento fiscal y la reducción de la deuda llevan tiempo, especialmente en un contexto interior recesivo y en un entorno de condiciones externas débiles. En general, más de 10 años. Es decir, la reducción de la deuda es un maratón, no una prueba de velocidad, como pretenden la UE y nuestros Gobiernos.
Enseñanza nº 2. La reducción de la deuda es mayor y más duradera cuando las medidas fiscales son permanentes, y no temporales, como los recortes. Esas medidas necesitan reformas políticas e institucionales de largo aliento que los Gobiernos no quieren afrontar.
Enseñanza nº 3. La consolidación fiscal debe complementarse con políticas que respalden el crecimiento. Eso implica, por parte de la eurozona, una política monetaria y financiera muy laxa; y, por parte española, una política de reformas estructurales que no están en la agenda, orientadas a mejorar la eficiencia de los mercados de bienes y servicios y aumentar la productividad del sistema económico.
Nada que ver, por tanto, con los recortes. Son prontos, respuestas impulsivas, poco meditadas. En algunos casos, esos prontos responden a la urgencia por hacer algo, aunque no se sepa qué ni para qué. En otros, como los recortes en sanidad, educación o dependencia, responden a un intento interesado de privatizar parte de esos servicios públicos en beneficio de aquellos mismos que han hecho los recortes.
Los recortes están fomentando un capitalismo depredador, basado en la concesión pública; eso sí, con aval del Estado. El informe publicado por este diario el pasado domingo documentaba el camino de ida y vuelta (los norteamericanos lo llaman la “puerta giratoria”) entre directivos y gestores de la Administración que, una vez recortado y privatizado el servicio, pasan a ser directivos de las empresas privadas beneficiarias.
Los recortes no son las reformas que necesitamos. Y, vistos los destrozos que provocan, es urgente construir alternativas.
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