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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Quién teme a la TDT?

¿Será que alguien tiene miedo a que la evolución tecnológica lo coja con el pie cambiado?

Usted es un ciudadano honrado. Cumple en su trabajo, se implica en su comunidad, cuida a su familia, respeta su entorno y a sus vecinos, paga sus impuestos... Incluso ha obtenido logros profesionales que contribuyen al bienestar de sus conciudadanos. En lógica reciprocidad, espera poder desarrollar su vida en un entorno de igualdad, respeto y buena convivencia. Encontrar, en vez de esa igualdad, un entorno social de hostilidad hacia usted sería cuando menos sorprendente. Que se le negase el agua y el pan, vitales para su subsistencia, sería indignante.

A veces pienso que la TDT se parece a ese ciudadano ejemplar. Y no puedo menos que preguntarme por qué, de un tiempo a esta parte, tantas voces se han alzado contra ella. ¿Qué delito ha cometido para que reciba el trato que últimamente se le está dispensando?

La situación puede ser calificada al menos de paradójica porque, dejando aparte su directa competencia, nadie pide menos TDT. Al contrario, cada vez más proveedores de contenidos se suman a la que es la opción de ocio elegida por la inmensa mayoría de los ciudadanos. Estos, por su parte, reciben con los brazos abiertos las mejoras en calidad de recepción y la creciente oferta de contenidos, cada vez más perfilada. Y la mejor prueba de ello es que, para sorpresa de algunos, la TDT sigue aumentando su cuota de mercado en la Unión Europea.

La TDT ha resuelto los grandes problemas técnicos de la recepción de la televisión analógica, como el famoso grano o nieve, la doble imagen o la recepción portátil

¿Qué razones puede haber entonces para reclamar que se reduzca el espacio de la TDT, cuando la realidad es que puede seguir conviviendo perfectamente en el espectro radioeléctrico con el resto de servicios de telecomunicaciones?

¿Será que la TDT limita el despliegue del llamado dividendo digital, merced al cual podremos disfrutar de acceso a Internet de banda ancha en movilidad (LTE)? Decididamente no. Y no solo no limita, sino que ha sido la propia industria de la TDT, a través del proyecto internacional Digital Video Broadcasting (DVB), quien ha desarrollado los estándares de modulación que han logrado una mejora de la eficiencia en el uso del espectro de la que nace precisamente el famoso dividendo digital.

¿Ha recibido la TDT trato de favor y debe ahora pagar por ello? Difícilmente se puede defender tal argumento. Salvo que el canal terrestre es donde se desarrolló la televisión, la TDT no ha tenido mayor apoyo del que reciben otras plataformas de distribución de servicios audiovisuales. Plataformas, por otra parte, que lejos de ser incompatibles, pueden convivir perfectamente con la TDT.

Pudiera ser que nos encontrásemos ante una estrategia para limitar el modelo de televisión, tanto pública como privada

¿Será entonces que la TDT merece un castigo por algo que haya hecho mal? Francamente, no. Es más, creo que la TDT ha sido ejemplar en su planificación y desarrollo. Ha resuelto los grandes problemas técnicos de la recepción de la televisión analógica, como el famoso grano o nieve, la doble imagen o la recepción portátil. Ha logrado la evolución hacia la alta definición. Ha posibilitado el despliegue de una oferta de contenidos televisivos inmensamente más amplia y variada que la que había. Ha favorecido el desarrollo de los canales autonómicos y la televisión de proximidad. Ha impulsado el desarrollo en España de una industria que está exportando a Europa, y al resto del mundo, tecnología de vanguardia en el ámbito de las redes de distribución y soporte de la radio y la televisión.

¿Será tal vez que la TDT arrastra alguna suerte de pecado original, como parecen plantear quienes la acusan de ser tecnología obsoleta? Pues tampoco es el caso. La TDT está en pleno proceso de desarrollo. Si no se acota su espacio, en poco tiempo podríamos tener la segunda generación de su estándar de modulación (DVB-T2), con el que serán una realidad la ultra alta definición (nada que ver con la HD que conocemos), el acceso a todo tipo de contenidos de Internet a través del televisor mediante el estándar HbbTV y la recepción en movilidad. Reino Unido, Francia, Italia, Suecia, Finlandia y otros países europeos lo tienen claro y siguen apostando por más TDT. Incluso Alemania está recurriendo a la TDT para la recepción portátil.

No habiendo, por lo tanto, una respuesta lógica al porqué de la hostilidad contra la TDT, tal vez debamos pensar que esta es una opción imbatible para la distribución terrestre de contenidos audiovisuales con excelente calidad de imagen y sonido. ¿Será entonces que alguien teme que la evolución tecnológica de la TDT le coja con el pie cambiado?

Estoy convencido de que la inmensa mayoría de los ciudadanos saben apreciar el valor de la televisión que hoy se emite por TDT

Una respuesta a esta pregunta podría desvelar el misterio de la campaña contra la TDT, pero también pudiera ser que nos encontrásemos ante una estrategia para limitar el modelo de televisión, tanto pública como privada, entendida como servicio de acceso universal y exento del pago de cuotas. Es decir, el modelo de la tele que hemos disfrutado durante toda la vida.

Si así fuera, si estuviéramos ante un cambio de modelo destinado a condicionar un servicio clave para el desarrollo de la convivencia democrática, el acceso a la información y la cultura y la cohesión territorial, alguien debería explicarlo. Y explicarlo muy bien a los ciudadanos, porque estos no han pedido que se les prive de una televisión que es su primera opción de ocio, sino que se racionalice la inversión pública en esta.

Otro aspecto paradójico del debate es que el dividendo digital, enorme oportunidad de negocio generada por la mejora de la tecnología de la televisión, se ha convertido en un argumento utilizado por los enemigos de la TDT (o por quienes la temen).

Es cierto que la liberación de este dividendo exigirá reordenar canales de TDT para normalizar la banda terrestre en toda Europa, y que este proceso en España tendrá un coste para los ciudadanos, pues será necesario adaptar antenas colectivas y equipos de distribución. Lo que no es cierto es que esta carga para el bolsillo del ciudadano se deba a una planificación errónea o precipitada. Es la profunda crisis económica que atravesamos la que ha obligado al Gobierno a cambiar los planes, destinando a otros fines fondos que inicialmente estaban previstos para sufragar los costes del cambio de frecuencias. Con todo, hay que subrayar que dicho coste permitirá a los usuarios seguir disfrutando durante mucho tiempo de una televisión libre de cuotas y con una calidad técnica y una oferta de contenidos en continua mejora.

Estoy convencido de que la inmensa mayoría de los ciudadanos saben apreciar que el valor de la televisión que hoy se emite por TDT (entendida, insisto, como servicio de acceso universal y sin cuotas) es inmensamente superior a sus costes. Razón de más para dar al César lo que es del César y a la TDT lo que es de la TDT.

José Luis Fernández Carnero es director general de Estrategia de Televes Corporation

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