Aliento desde el exterior
Las posibilidades de que las reformas laboral y financiera mejoren la economía son escasas
Nada más natural que un descenso pronunciado de los beneficios empresariales en una fase de estancamiento económico o recesión. En estos momentos, la hipótesis más probable es que los descensos registrados en 2011 (una caída de las ganancias del orden del 35%) continúen en 2012, quizá con una tasa menor de descenso, y que con la misma tendencia, un poco más suavizada, arranque 2013. La expectativa más optimista, la de que las reformas del Gobierno (financiera y laboral) tengan algún efecto de mejora sobre la economía, resulta poco fundada. Hasta el Banco de España, quizá la entidad pública que más ha hecho por definir la reforma laboral como solución imperativa de esta crisis, ha empezado a reconocer que puede aumentar de forma inmediata los despidos. La coletilla del argumento, es decir, que creará empleo a medio plazo, puede ser correcta o no, pero será muy difícil de demostrar en 2014 que cualquier aumento de los puestos de trabajo se deba a los cambios laborales. El hecho incontrovertible es que las empresas comenzarán a normalizar su situación (y, en consecuencia, a aumentar sus beneficios) cuando se recupere la actividad económica; que la actividad económica se recuperará cuando vuelvan a crecer el consumo y la inversión y que, con más de cinco millones de parados, esas condiciones se antojan improbables.
No obstante, la estructura empresarial española dispone de un margen de maniobra que otras economías no tienen. Durante las dos últimas décadas del sigo XX, algunas grandes compañías españolas (construcción, mercados regulados) adquirieron participaciones en el exterior, crearon y consolidaron filiales y compraron actividades u otras empresas. De forma que hoy disponen de una fuente de beneficios en el exterior, y esa circunstancia permite mantener su cuota de mercado y el empleo sin grandes ajustes por el momento. Casi el 60% de los beneficios de las empresas del Ibex 35 se generan fuera de España; y esa circunstancia explica también por qué las empresas pequeñas son tan vulnerables a una recesión que se manifiesta en forma de intensas caídas del consumo.
La estructura empresarial española dispone de un margen de maniobra que otras economías no tienen
Resulta llamativo que el mensaje político de este Gobierno sobre la recesión (y, por lo tanto, sobre la supervivencia y los beneficios de las empresas) sea abrumadoramente negativo, sin matices ni remisiones. Los ministros de Economía y Hacienda dibujan todos los días una perspectiva recesiva próxima al apocalipsis, agravada además por la confusión extrema sobre los presupuestos y la parálisis de las supuestas medidas de crecimiento y empleo anunciadas con truenos y clarines durante la campaña electoral o, incluso, en el discurso de investidura de Mariano Rajoy. Quien escuche las interpretaciones tenebrosas del Gobierno, los males de la herencia recibida y sus pronósticos de ruina inmediata difícilmente se decidirá a invertir en un negocio, con dinero propio o financiación bancaria (si la encuentra). Más bien huirá del país, abrumado por el catálogo de desdichas. Bien está que los gestores públicos llamen “al pan, pan y al vino, vino”, según expresión del presidente del Gobierno, aunque esa sinceridad sea más bien retórica que real; pero una parte de la actividad empresarial se funda en expectativas razonables y buena parte de la tarea del Gobierno es alentarlas sin mentir.
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