Alemania señala a Grecia la puerta de salida de la moneda única
Schäuble instó a Atenas en el Eurogrupo a garantizar por escrito que va a aplicar los recortes o a convocar un referéndum sobre el abandono del euro
Europa ya no cree en Grecia. Alemania no se fía. Demasiadas promesas rotas, demasiadas fechas límite incumplidas. El Eurogrupo más tenso de los últimos tiempos dejó la noche del pasado jueves un momento inquietante: en medio de una reunión con un tono mucho más bronco de lo habitual, el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, exigió a Grecia un compromiso por escrito de que esta vez sí se van a poner en marcha las draconianas medidas de austeridad necesarias para liberar las ayudas internacionales. De lo contrario, sin eso atado y bien atado, la puerta de salida del euro está abierta: Grecia deberá convocar un referéndum para ver si sus ciudadanos quieren seguir en el euro o no, amenazó durante la reunión Schäuble a su homólogo griego, Evangelos Venizelos, según fuentes comunitarias.
Frente a un Venizelos que reclamó con vehemencia luz verde para las ayudas internacionales, las mismas fuentes advierten que el tono duro de Schäuble es un aviso de lo que puede suceder en la próxima reunión. Los ministros de Finanzas de la eurozona se verán las caras de nuevo el miércoles para ver si Atenas cumple o no las exigencias de Berlín y compañía. “O se comprometen todos los partidos por escrito o el próximo paso es el referéndum”, según el relato de la amenaza de Schäuble que hacen fuentes europeas.
La desconfianza con Grecia se hizo aun más evidente cuando las cámaras captaron una conversación entre el ministro alemán y su homólogo portugués, Vitor Gaspar: “Si es necesario un ajuste del programa portugués, estamos dispuestos a ello”, dijo Schäuble. Con Grecia ya no se da —ni por asomo— ese grado de tolerancia. Atenas no es solo la cuna de la democracia: también lo es del drama. El problema es que en medio de esa odisea económica y social, los políticos griegos han perdido credibilidad desde el punto de vista alemán, que comparten otros países como Holanda y Finlandia. Grecia, en fin, ha colmado la paciencia de sus socios. Los recortes sociales han sido colosales. Pero Atenas no ha privatizado casi nada de lo que iba a privatizar, apenas ha aplicado las reformas estructurales acordadas, algunos lobbies impiden la puesta en marcha de otras medidas. Y la guinda: el Ministerio de Finanzas anunció el jueves que ha impuesto multas por importe de 8.600 millones por evasión fiscal, pero menos del 1% de ese dinero está en las arcas de la precaria Hacienda griega, según el diario Kathimerini.
El ultimátum de Schäuble —el más proeuropeo de los ministros del gabinete de la canciller Angela Merkel, al menos en teoría— es la última prueba de que la salida de Grecia del euro ha dejado de ser tabú. En Bruselas se menciona todavía con cautela esa posibilidad, pero cada vez más a menudo. En privado, el lenguaje es mucho más descarnado: Schäuble blandió la amenaza del referéndum ante ese pasado inmediato plagado de incumplimientos. Cunde la sensación de que Grecia es capaz de firmar los recortes más drásticos a sabiendas de que luego no va a aplicarlos.
Hasta ahora, la métrica del rescate griego ha sido crédito a cambio de promesas. Eso se acabó: Europa solo soltará el dinero cuando vea cómo se aplican las medidas acordadas, por muy duras que sean, por mucho que los analistas critiquen que todo eso traerá una depresión y un estallido social. “No va a haber más desembolsos si las medidas no se implementan”, afirmó el presidente del Eurogrupo, Jean Claude Juncker. “No podemos vivir con un sistema de trabajo que consiste en promesas que se repiten, repiten y repiten y una puesta en marcha de las medidas tan débil”, remató. “En Atenas nadie se hace cargo de la situación”, advierte una alta fuente comunitaria. La proximidad de las elecciones dificulta la aplicación de los recortes, que van a pasar factura en forma de votos. El voluble Gobierno de coalición que dirige Papademos es cada vez más frágil, diezmado por numerosas deserciones y con una contestación callejera cada vez más rotunda. Pero lo que ha cambiado de veras es la percepción del resto de la zona euro acerca de Grecia: hace unos meses era casi anatema hablar de dejar caer a Grecia por el miedo al contagio, a un caos en los mercados. Ese trauma empieza a superarse. Los bancos alemanes y los franceses —los más expuestos a la deuda helena— se han rearmado: han traspasado buena parte de sus riesgos al Banco Central Europeo (BCE). Aceptan incluso una quita en torno al 70% en los bonos. Europa, en suma, se siente más fuerte para aguantar el impacto de una salida de Grecia del euro, aunque los riesgos sean enormes.
Los deberes inmediatos para Grecia no son fáciles. Hoy el Parlamento debe dar el visto bueno a los recortes: se trata de una especie de plebiscito, porque en caso de negativa la salida del euro estaría cantada. Junto con la rebaja del salario mínimo (del 20%), el despido de 15.000 empleados del sector público y un programa de consolidación de gasto que asciende a 3.300 millones de euros, Europa quiere garantías de que el tijeretazo se va a aplicar gane quien gane en las elecciones en primavera, a pesar de las sucesivas huelgas generales como la de ayer, a pesar de la crisis de Gobierno, pese a todos los pesares. Bruselas quiere, además, que se concrete una partida de 325 millones, ante la negativa de Atenas a rebajar más las pensiones: más exigencias, la prueba del nueve de que Europa desconfía.
El escepticismo es mayor en Alemania que en ningún otro lado. El pasado viernes, en Berlín, Schäuble aseguró que ni siquiera con los 130.000 millones del nuevo rescate la deuda griega podrá bajar hasta niveles sostenibles: al cabo, Atenas acarrea cuatro años de dura recesión, la tasa de paro ha superado el 20% y las salidas de capital son constantes desde hace meses. “Monti tiene credibilidad. Incluso Portugal ha demostrado que tiene un Estado detrás, que es otra cosa. Papademos está en una situación mucho más crítica”, afirma una fuente europea. Ese es el caldo de cultivo de la amenaza alemana de un referéndum que puede entenderse como un ardid negociador o como la constatación de que Berlín ha perdido la paciencia. Sus últimos gestos van más en la línea de imponer una suerte de protectorado en Atenas que de abrir la llave de la solidaridad.
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