Los kennedy pierden su mansión
La familia del presidente asesinado en 1963 entrega la casa a una fundación - Allí se reunieron los miembros de la familia para bodas y periodos de duelo
De estirpe que parecía destinada a dirigir a su patria durante décadas a tenue recuerdo de una familia que presidió sobre un tiempo pasado, los Kennedy no tienen desde hace ya un año presencia en ninguna de las ramas del poder de Washington. Ahora, han perdido hasta su fortaleza. La mansión en la que se refugiaron en tiempos de gloria y dolor. La casa donde la familia celebró sus triunfos y donde se encerró para llorar sus pérdidas ha sido regalada a una fundación.
La familia noble por excelencia en la política norteamericana ha cedido la casa principal de su complejo en Hyannis Port, en Massachusetts, su bastión político. Se la ha donado a un instituto bautizado con el nombre del fallecido senador Edward Kennedy, centrado en difundir los valores democráticos y la transparencia en el Gobierno. El lugar donde los Kennedy se reunían hace décadas se utilizará, a partir de ahora, para pronunciar conferencias e impartir seminarios.
El clan no ha vuelto a hyannis port desde la muerte de edward en 2009
Son 12 habitaciones, 850 metros cuadrados, frente al Atlántico, ahora deshabitados, pero que en su día se dieron cita grandes acontecimientos, como la boda de Carolinne Kennedy en 1986. Fue el de sus nupcias un regreso de ensueño para la hija del presidente John F. Kennedy y su esposa Jacqueline. En su breve presidencia -dos años y 10 meses- Kennedy y su familia solía pasar en esa casa sus veranos, huyendo del calor y la humedad de Washington.
Pero la mansión de Hyannis Port no fue siempre un lugar de ensueño para los patricios de Massachusetts. Fue en muchas ocasiones decorado de la gran tragedia que la familia parecía destinada a vivir. Allí se parapetaron Jacqueline y sus cuñados en 1963, después del asesinato del presidente. Y allí retornaron en los momentos de duelo posteriores al accidente aéreo en el que murió su hijo, John-John, en julio de 1999.
La última vez que la familia regresó a Hyannis Port fue en 2009, cuando Edward, el mítico león del Senado, moría a causa de un cáncer cerebral. Los Kennedy fueron a su última guarida a presentarle sus respetos. Falleció en agosto de aquel año, y el clan hizo un discreto mutis por el foro del gran escenario del poder de Washington. Su hijo, Patrick, abandonó la Cámara de Representantes hace un año.
"Fue el epicentro de mi familia", dijo Ted Kennedy Jr., hijo del senador. "Fue un lugar de felicidad y de dolor". "Aunque mi familia aun considera Hyannis Port nuestro hogar, admitimos que es un lugar histórico que debería preservarse para que los futuros estudiantes de historia y política entiendan cómo esta casa ayudó a desarrollar, definir y mantener a mi familia", añadió en un comunicado.
La mansión perteneció a la familia desde 1928. En aquel año, el empresario Joseph Kennedy compró la propiedad. Eran los años previos al crash y la Gran Depresión, una temporada en la que la fortuna de Kennedy, inversor avezado, creció de cuatro a 180 millones de dólares de la época (de tres a 137 millones de euros). Allí comenzó a forjar las alianzas políticas que le llevarían a ser embajador en Reino Unido y que harían que sus hijos entraran en política.
En Hyannis Port pasó muchos fines de semana el senador Joseph McCarthy, de infausto recuerdo por su cruzada contra el comunismo. Quiere la leyenda que allí, este comenzara a salir con Patricia, una de las hijas de Kennedy, con la que vivió un breve romance. Y también allí se refugio el viejo patriarca, Joseph, en sus últimos días, antes de morir en 1969, con el dolor de haber perdido asesinados a un hijo presidente y a otro, Robert, en 1968, que se presentaba para serlo.
La última en ocupar la casa fue Vicki Kennedy, viuda del senador Edward. El valor de mercado de la propiedad es de 5,5 millones de dólares (alrededor de 4,18 millones de euros). El hecho de que los Kennedy hayan regalado la casa a una fundación demuestra que en todo Estados Unidos no hay postor ni fortuna a los que el clan hubiera vendido ese emblema de la herencia familiar; un sitio plagado de recuerdos buenos y malos, donde se tomaron decisiones cruciales para el devenir del país y donde sus miembros han pasado de ser habitantes a convertirse en piezas de museo de historia.
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