Por favor, no disparen al BNG
Aviso. Si esperan encontrarse otro artículo pronosticando el advenimiento de la siete plagas sobre el nacionalismo, no pierdan su tiempo y dejen de leer. Me van a permitir que no secunde esa curiosa jugada, tan repetida estos días, según la cual los mismos que se pasan el año reclamando democracia interna en los partidos, confrontados a la realidad de una organización que la practica como el BNG, la califican de lío, división y crisis -por este orden- mientras añoran como liderazgo y unidad la procesión de los "caladiños" del PP en Ourense.
Si se trata de escoger entre la democracia participativa del Bloque, o la democracia hereditaria Popular con el Presidente Feijóo dando fe de la voluntad del testador, la primera se antoja una elección más provechosa para el alma. Incluso si hubiera que optar entre el show de Baltar y el show de Beiras, enseñan y entretienen más las performances del segundo.
"El único dirigente que entendió que el problema era que estaba él fue Quintana, por eso se fue"
Si hubiera que señalar un problema real en la actual situación nacionalista, sería sin duda la excesiva afición al melodrama de sus élites. Sumado al empeño de tantos por sembrar Galicia con el gran argumento de que "puede que el Gobierno no haga gran cosa, pero fíjense qué dividida está la oposición", tanto dramatismo resulta mortífero.
Empecemos por el armagedón electoral que se vaticina. Resulta cuando menos paradójico como los mismos que concluyeron que el BNG perdió votos por desplazarse al centro con Quintana, vaticinan ahora su desangre por ir hacia la izquierda. Además de acreditar con semejante afirmación que se perdieron el episodio de Barrio Sésamo donde la rana Gustavo explicaba la diferencia entre izquierda y derecha, demuestran que lo que verdaderamente molesta es que el BNG se mueva, en cualquier dirección, porque en realidad quién molesta es el BNG. Un incordio, una lata y un estorbo en el tranquilo, ordenado y bonito nirvana de la Galicia bipartidista. El actual tique electoral frentista ya se presentó a unos comicios en noviembre con el mismo discurso. El resultado fue mediocre. Pero no supuso ningún cataclismo.
No menos melodramáticos que los avisos de desastre electoral, suenan las lágrimas plañideras por el pluralismo interno. Siguiendo los días previos y posteriores del cónclave de Amio, uno se reafirma en el convencimiento de que, para muchos, el gran problema del Bloque reside en que no mandan ellos. Si ganan y mandan ellos, hay pluralismo y democracia. Si pierden y mandan otros, se ahogan y les falta espacio. Si ellos están al cargo, las urnas serán propicias y la ciudadanía les premiará con leche y miel. Si no, solo quedarán el desierto y el exilio.
El único que entendió que el problema era que estaba él, fue Quintana. Por eso se fue, aunque nadie se lo agradezca. El BNG necesita más de esa normalidad y menos drama. La democracia es así. A veces se gana y a veces se pierde. Conviene aprender a aceptarlo con elegancia y "savoir faire". Después de esta Asemblea, viene otra. Con la excepción de Beiras, embarcado en una estrategia que tiene como único fin mantenerse a sí mismo en movimiento, quienes pretendan otra dirección para el BNG deberían concentrase en resolver su verdadero problema. Si existe un discurso alternativo al dominante en el nacionalismo actual, en la XIII Asemblea ni se vio, ni se oyó, y para gestionar este discurso, parece lógico que la militancia prefiera a sus creadores originales.
Tampoco andan escasas de dramatismo las llamadas de los vencedores a la unidad, o la petición de que no haya gobierno y oposición en el seno del nacionalismo. Es la vieja táctica de la UPG, repetida a ver si cuela. La victoria es suya, pero la responsabilidad por los resultados que vengan se reparte entre todos. Eso está muy bien para gestionar situaciones de emergencia, o simulacros generales de evacuación. Pero esto es política y la responsabilidad recae en quien manda, especialmente si no ha sabido integrar a los demás en un proyecto común.
El nacionalismo gallego ha escogido volver a adentrarse por un camino que ya recorrió durante los ochenta. No está escrito que vaya a acabar igual, aunque parece probable. No pasa nada. Mañana será otro día.
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