Versos que son fachadas, naipes y tableros de ajedrez
Eduardo Scala lleva la creación poética más allá de las páginas de un libro. Su búsqueda de nuevos modelos artísticos se dejará ver en varios puntos de la ciudad
"La palabra es un mundo", dice, y allí es donde vive el poeta Eduardo Scala. Pero también en un mundo de símbolos, números, geometrías, místicas y ajedrez. Y de ahí la poesía. En libros, pero también en edificios, en naipes, en diagramas. Su pupila es azul y seguro que las oscuras golondrinas vuelven en su balcón los nidos a colgar, pero su poesía no tiene que ver con esto, no es un poeta al uso. "El poeta al uso no es un poeta", explica, "no basta con estudiar métrica y rima, hacer un alejandrino o un soneto, contar una historia sin interés según los cánones". Scala ve poemas dentro de una sola palabra, las retuerce, las manipula, las refleja en el espejo, hace cábalas y alquimias: "Poeta es el mago, el creador".
En efecto, no para de crear: esta temporada participa en varias exposiciones, el año pasado publicó tres libros y prepara otros para este. Pero, además, quiere arrancar la poesía de la página. Una de sus últimas obras, Ajedrez (editorial Ya lo dijo Casimiro Parker), es una baraja en la que cada naipe muestra un concepto y su contrario, en ambos lados: "Cielo/suelo", "dinámica/estática", "vivir/morir". Lo llama libro de naipes. "Es la conjunción, la unión de los opuestos, la célebre boda alquímica", dice, "también he hecho poemas-peonza u holografías, cosas muy complejas". Sus otras obras recientes son Visualabrev (La Oficina) y Testo Texto (Amargord), también basadas en la contraposición, la reverberación, los diagramas con aspecto de mandalas o sudokus. "El artista tiene que encontrar nuevos modelos", explica, "porque al final no se puede decir nada distinto, pero sí de otra manera. Los grandes creadores tienen un universo propio que los hace únicos".
Un edificio también puede estar hecho un poema. Scala ha obrado esta fabulosa transformación en lugares como una escalera de la Casa de América ("Eduardo Scala en la escalera") o la fachada del Instituto Cervantes, en la calle Alcalá, que cubrió con ristras de palabras que se engendran unas a otras como muñecas rusas y que bautizó como Columnas de Tiempo: "sobrevivid/revivid/vivid/vid/id". Por doquier se le presentan claves y simbologías: "Es un juego de atención: si uno se fija con mucha concentración en las cosas se revelan nuevos significados ocultos". ¿La mística, pues? "Sí, al estudiar la mística te das cuenta de que los occidentales, los orientales, los sufíes, los mayas, todos acaban por decir lo mismo. Porque las mentiras son muchas, pero la verdad es solo una".
Scala es ajedrezólogo y ajedrecista, cuestión a la que ha dedicado parte de su carrera. ¿Qué tiene que ver el ajedrez con la poesía? "Se relaciona con todo, es otro paradigma, un microcosmos con tiempo y espacio. Es una representación de la vida. Por eso no lo entendemos, es ingobernable". Ahora recopila sus escritos sobre la simbología del juego en El Juzgador de Ajedrez (Árdora).
El cráneo de Scala bulle de ideas, algunas basadas en su propio cráneo: "Estoy pensando en un proyecto para el Museo de la Evolución de Burgos que consistiría en fusionar mi cráneo con el del homo antecessor, de hace 800.000 años".
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