En busca de la rumba castiza
Achilifunk, que llega el jueves a la ciudad, reivindica un género nacido en Barcelona que en Madrid presume de un rico pasado y un presente a descubrir
Si a usted un día le da por sacar la guitarra y arrancarse por rumbas, cuidado: Txarly Brown puede saltar tras su pista. El DJ catalán está detrás de un censo que aspira a recoger todos los proyectos rumberos del país. "Lo de la calidad es otro debate", admite. "Nos interesa promocionar la rumba como vehículo musical".
Impulsor de la nueva escena de rumba en Barcelona, que despega con grupos como Papawa o La Troba Kung-Fú, Brown apadrina el próximo jueves el concierto de la Banda Achilifunk (Galileo Galilei, a las 22.00), traslación en clave de funk que músicos de la Fundación Tony Manero y un compendio de rumberos hacen de los temas recogidos por el DJ en Achilifunk, recopilatorio que en 2007 marcó el renacer del estilo.
La rumba catalana surgió en la calle de la Cera de Barcelona de la mezcla de raíces gitanas con el rock y los mambos de Pérez Prado. Madrid se benefició del fenómeno cuando, en los sesenta y setenta, Peret y El Pescaílla se establecieron en la capital, donde ya existía una cantera de rumba flamenca que tenía a Bambino como bandera. El esplendor duró poco, y hoy escuchar rumba en Madrid, sea catalana, flamenca o cubana, no es fácil. Pruebe a llamar a algún tablao insigne y escuchará desmayos al plantear el asunto. "Eso no es flamenco, es una cosa pobre" (y esta respuesta es real), "aquí baila Israel Galván".
Joaquín López Bustamante, director de Cuadernos Gitanos, tampoco conoce circuito rumbero en la capital. "Ni los gitanos andaluces ni los madrileños le cogen el gusto a la catalana". Descartada la que viene de Barcelona, queda la puramente flamenca. "Pues tampoco", dice.
Algunos popes del asunto, como Manuel Malou, que empezó de hermano mayor de Los Golfos (aquellos de ¿Qué pasa contigo, tío?) y que con los años ha fraguado una muy sólida carrera en el género, han acabado marchándose de Madrid. "Llevo unos días en Francia", cuenta por teléfono. "En España no hay respeto por la rumba: se lo toman como un palmoteo sin sentido". En su pesimista diagnóstico coincide en un punto con Brown: existen demasiados complejos en la música española. "Imitar a Dylan o a los Strokes parece guay, pero los ingleses se ríen de nosotros cuando les llevamos eso", dice el pinchadiscos.
Sin embargo, la versión más mestiza del género va abriéndose paso en Madrid. Se ha infiltrado en lugares insospechados. "Al final, en todos los festivales rockeros nos van dejando un sitito", dice Araceli Muñoz, cantante del grupo de rumba pop Ara Musa Honra. Ella desmiente que haga falta una escena fija. "Habrá unas 20 formaciones aquí, unas más lejos y otras más cerca de las raíces". Algunos consagrados (Canteca de Macao), otros en proceso de despegue (El Sombrero del Abuelo), los partidarios de la fusión parecen haber encontrado en el sustrato rumbero un mecanismo de expresión; mientras, de la rumba ortodoxa en la capital parece que seguiremos sin noticia más allá de performances en cuadros rocieros para turistas alemanes.
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