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Columna
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Mimitos

Rosa Montero

La película sobre la Dama de Hierro ha reverdecido el viejo debate sobre las diferencias entre hombres y mujeres. "Mira la Thatcher, actuó como un tío", he oído decir cien veces, con razón. Aparte de que no todas las mujeres son iguales (los hombres tampoco), esto es algo que está estudiado: por lo visto, hasta que una minoría no alcanza una presencia como de un 5% en el terreno que sea, lo que hará será mimetizarse con la mayoría. Por eso Thatcher, que estaba sola, fue más hombrecito que nadie.

Pero lo fascinante es preguntarse cómo somos de verdad unas y otros más allá de los tópicos. Y así, todavía estoy paladeando los resultados de ese sorprendente estudio sobre el sexo que se publicó hace unas semanas, realizado por el instituto Kinsey de Estados Unidos, sobre 1.000 parejas de más de 40 años (entre ellas 200 españolas). Sostenía que, en el encuentro sexual, los hombres valoran más las caricias, mientras que las mujeres buscan sexo sin más. Siempre se ha dicho que las mujeres damos sexo para lograr amor y que los hombres dan amor para conseguir sexo, pero este estudio delicioso nos permite mirar las cosas de otro modo. Puesto que, por lo general, nosotras somos mucho más sobonas y besuconas, resulta razonable pensar que, cuando nos ponemos a hacer el amor, queremos estar a lo que estamos. En cuanto a los varones, es cierto que algunos tienen problemas para demostrar sus afectos, para tocarse y acariciarse. ¿No sería entonces el sexo el único modo de conseguir esos achuchones tan necesarios? Y la presunta obsesión de los varones con el sexo, ¿no ocultaría esta carencia mimosa elemental, al ser la cama el único lugar en donde pondrían el cuerpo? Solo estoy jugando a imaginar, porque es maravilloso intentar pensar desde otra perspectiva un paisaje que creemos sabido y trillado.

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