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Seis meses de sombras y muy pocas luces

Francisco Álvarez-Cascos, vicepresidente del Gobierno de José María Aznar (1996-2000), exministro de Fomento entre 2000 y 2004 y secretario general del PP durante 10 años, se alzó con la presidencia de Asturias en las elecciones de mayo con una imagen, labrada por muchos de sus propagandistas, de gestor eficaz, trabajador infatigable "a tres turnos" (uno de sus lemas de campaña), gobernante impetuoso y arrollador y dotado de una idea cabal y visionaria de Asturias y de sus problemas y sus soluciones.

Pero en estos seis meses y medio de Gobierno nada de ello se verificó. La crisis económica, la necesidad de ajuste del gasto público y la minoría parlamentaria actuaron como supuestos eximentes de la inacción del Gobierno.

Pero lo desolador para Álvarez Cascos es que en este tiempo ni tan siquiera ha expuesto un proyecto conceptual ni un diseño de futuro para la región. Porque más que de futuro y de los retos del siglo XXI, Cascos se ha pasado este medio año envuelto, como antaño, en la exaltación del pasado, reivindicando una y otra vez a Jovellanos, el ilustrado gijonés del siglo XVIII al que desde hace décadas dedica sus desvelos. A eso sumó su situación de minoría parlamentaria, que agudizó la imagen de inoperancia.

Cascos, además, ha seguido alternando su residencia en Asturias y en Madrid. Y la percepción que ha llegado a la ciudadanía es que mientras el Ejecutivo de Foro manifestaba acusadas dificultades para hacer, no tenía ningún reparo en deshacer cuanto encontraba en su camino.

El frontal enfrentamiento con el Centro Internacional de Óscar Niemeyer (hoy, paralizado), el intento de asfixiar a la televisión y radio autonómicas (RPA) por la vía de los hechos, incumpliendo mandatos parlamentarios y negándose a pagar partidas aprobadas y comprometidas por el poder legislativo en los presupuestos de 2011, y más recientemente la destitución del director del prestigioso Festival Internacional de Cine de Gijón por decisión del concejal de Cultura de Foro en Gijón, entre otras decisiones controvertidas, han alimentado una impresión de bronca e inoperancia destructora.

A ello se ha sumado la imagen extremadamente débil de algunos consejeros de su Gobierno, cuyo peso político reposa de modo exclusivo sobre el carisma del presidente.

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