Procopio enamorado
La psicóloga Georgina Tres Catorce Dieciséis, más conocida como Gina Pi, tenía un chófer apodado Choca Poco que, desde que se había puesto la camiseta de Pepe, chocaba mucho. Incluso sin coche. La emprendía a patadas con las farolas que se interponían en su camino y, de manera nunca intencionada, zancadilleaba y pisoteaba a los peatones que se cruzaban con él en los pasos de cebra. Intrigada por el extraño comportamiento de su chófer, Gina Pi le echó una dosis triple de midazolam en un vodka doble y lo tumbó en el diván. El sedante y el alcohol no tardaron en sumirle en un profundo sueño. Para precisar con química exactitud el mal que aquejaba a Choca Poco, la doctora Pi analizó, hilo a hilo, la camiseta. En el poliéster estaba la clave. De los entresijos de acetato, entre la trama y la urdidumbre, Gina Pi extrajo la fórmula de un tejido originario de Koumya-Ourguentch, en el Turkmenistán, que había sido posteriormente contaminado por un virus altamente contagioso cuya patología, muy similar a la paranoia, provoca arrebatos incontrolados. El diagnóstico no dejaba duda: Choca Poco padecía una mourinhitis aguda contraída al ponerse la camiseta de alguien que actuaba impelido por el dedo de su amo.
"¿No es verdad que la parsimonia del Barça te exaspera cuando reitera el pase corto en el área propia?"
Aquella noche, en un lugar indeterminado de la ciudad, Procopio habla con su sombra en la pared: "No es la primera vez que en el Real Mourinho reivindican como un éxito el haber empatado con el Barça y es la enésima vez que el Barça se deja empatar un partido que va ganando o empata el que debería haber ganado para no quedar rezagado". Eso dice mientras piensa en otra cosa. Esa cosa se llama Gina Pi. A través del vaso de Johnny Walker, cree entreverla vestida como Lauren Bacall en la secuencia en que una atroz resaca enturbia la mirada de Gregory Peck y, de rebote, nubla la suya. Se siente confuso.
Trata de reaccionar y retoma la reflexión balompédica: "Diríase que Guardiola se obstinara en seguir pergeñando jugadas de ajedrez sobre un tapete en el que Mourinho juega al póquer y baraja jugadores". Inopinadamente, la sombra abandona deslizante la pared y se sienta a su lado para susurrarle al oído: "¿No es verdad que la parsimonia del Barça te exaspera cuando reitera el pase corto en el área propia o, en vez de aprovechar las situaciones de contraataque, deja que se repliegue el contrincante?". Procopio le pasa el vaso vacío y la sombra bebe un trago de aire al trasluz.
En el recuerdo, Gina Pi cruza las piernas a lo Sharon Stone y hasta la sombra se estremece. "¿Qué hacemos tú y yo hablando de fútbol si estás enamorado y yo borracha?", recapacita. La pregunta es pertinente. A fin de cuentas, Procopio empieza a hastiarse de las cuestiones presuntamente deportivas que ya encuentran desmesurado eco dentro y fuera de los estadios, suscitando pasiones que empobrecen aún más los ya paupérrimos niveles de cultura y encubren, de paso, las injusticias de la Justicia y la degradación de la política en un país de 5.273.600 parados en el que la honradez de los amiguitos del alma se cotiza 5 a 4 y, para paliar el paro y camuflar los recortes en sanidad y educación, se sopesa el proyecto de un magnate norteamericano que, con derecho a pernada fiscal y dinero made in Macao, propone traer Las Vegas a Madrid.
Por fortuna, el soniquete del teléfono interrumpe las elucubraciones. "Soy Gina. Se me ha ido la mano con el midazolam y he matado, sin querer, a mi chófer. No sé qué hacer con el cadáver ni con la camiseta. Necesito tu ayuda, ¡te espero!", ordena y suplica Tres Catorce Dieciséis.
Nada hace más feliz a un enamorado que ver en dificultades al ser amado. Dejando su sombra dormida sobre la alfombra, Procopio acude. Atraviesa presuroso la Puerta del Sol, que, en gélido silencio, se pregunta dónde están ahora los indignados. "¿Dónde está el cadáver?", indaga Procopio, por su parte, y Gina esboza la burbujeante sonrisa de Mitzi Gaynor: "¿Qué cadáver? Choca Poco se fue andando a su casa y he metido la camiseta de Pepe en la lavadora con un detergente que va a blanquear al Real Mourinho más de lo que estaba. El que me preocupa eres tú. Hablas de fútbol como quien oye llover. Como si la lluvia no tuviera contable y cada gota no cayera en su diana. En cambio, tú desperdicias 304 letras y 72 palabras, más que pases el Barça para empatar a cero. Túmbate en el diván. Voy a darte una taza de midazolam con vodka y analizarte la popelina". Sin pensárselo dos veces, Procopio obedeció.
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