Rencor
Se levanta el telón, caen las máscaras. Por más que Rajoy permanezca ausente, y más allá de su insistencia en prorrogar los Presupuestos hasta después de las elecciones andaluzas, Soraya y Gallardón ya han asomado la oreja. En el caso del segundo, que se marchó del Ayuntamiento de Madrid haciendo un sinpa, esto es, largándose sin pagar los 7.000 millones que, con la normativa de Montoro en la mano, le habrían acarreado responsabilidades penales, el alarde exhibicionista es más llamativo. Parapetado tras el rigor carpetovetónico de Aguirre, Gallardón llevaba años haciendo de poli bueno, un papel que sus últimas propuestas han hecho pedazos.
A simple vista es lo de siempre, un ejemplo más de la técnica de la tortilla española creada en mala hora, hace más de un siglo, por Cánovas del Castillo, con quien Trillo comparó a Fraga, y con razón, hace muy poco. Cuando llego al poder, ceso a los tuyos, pongo a los míos, deshago todo lo que has hecho, y trágala, trágala... Luego, cuando vuelvas tú, pues haces lo mismo, trago yo, y tan amigos. Al fin y al cabo, la Transición no hizo otra cosa que rematar la Restauración borbónica que representó el franquismo.
Sin embargo, Gallardón aporta un rasgo novedoso. Hasta ahora, el PP se comportaba como si España fuera la finca de Cayetano, una propiedad privada, suya por la gracia de Dios. Por eso, su actitud estaba impregnada a partes iguales de desprecio y paternalismo hacia la izquierda, esa insolente advenediza que, por otra parte, gobierna con el complejo de inferioridad que menos le conviene. Pero ahora, las cosas han cambiado. El ministro de Justicia ha resucitado un sentimiento, el rencor, que fulmina las reglas del bipartidismo convencional para retrotraernos a tiempos feroces. Por ahí ha empezado, siempre, lo peor que nos ha pasado a los españoles. Y no estoy pensando en Cánovas.
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