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Reportaje:

El idioma de Contador

A la espera de que esta semana el TAS decida sobre su futuro y su pasado, el ciclista de Pinto conquista las montañas argentinas

Carlos Arribas

"El apóstol mudo", llamaban el otro día a Alberto Contador en L'Équipe, en el que, irónicos, comparaban su silencio obstinado ante los micrófonos de tanto enviado especial en comparación con la conducta parlanchina y abierta de unas cuantas figuras (Nibali, Leipheimer, Boonen) que, como el madrileño de Pinto, ejercieron la semana pasada su apostolado ciclista en las paganas tierras argentinas, donde disputaron el Tour de San Luis. Pero quizás más que del silencio del español bien podría hablarse de la incapacidad de entender su idioma por parte de quienes viajaron tras él a la Pampa.

Su idioma, allí, no fue el español, sino el idioma ciclista -sus piernas hablaron, como se dice en el argot-, la lengua sin lecturas entrelíneas, a no ser las guiadas por la mala voluntad, en la que se expresó con claridad en las dos llegadas en alto de la prueba por etapas argentina. Allí, el Messi del ciclismo, como le bautizaron los periódicos locales, pese a llegar con muy pocos kilómetros de preparación, ganó el miércoles en la subida al Potrero de Funes y el viernes en el Mirador del Sol de Merlo (rampas del 15% y todo, donde, Contador en estado puro, se esforzó para borrar el sabor amargo de la víspera en la contrarreloj).

No encabezó, sin embargo, la clasificación general final -se impuso Leipheimer-, pues en la contrarreloj del jueves su clase no bastó para contrarrestar la mejor forma del norteamericano y compañía, más entrenados con la cabra.

Fue su nítida forma de expresarse en medio de la bruma que vive y le rodea desde el Tour de 2010 y un positivo que le puso enfrente un nudo irresoluble: incapaz de demostrar su inocencia, pues se comió la prueba, se sometió a un juicio en el que la acusación, la Agencia Mundial Antidopaje (AMA), también fue incapaz de probar su culpa, más allá de los 50 picogramos de clembuterol.

Se espera mañana, si no hoy mismo, cumplidos dos meses de la vista de Lausana, la sentencia del Tribunal Arbitral del Deporte (TAS), que, basándose en el cálculo de probabilidades -sin pruebas claras, es la intuición la que da valor a las evidencias: qué es más fácil, que haya un ganadero irresponsable envenenando vacas y a sus consumidores o un ciclista que recurra al dopaje en los tiempos que vivimos-, debería resolver el problema irresoluble.

Tanto es lo que se juegan ambas partes, económica, moral y legalmente, y lo que se juegan el ciclismo y la lucha contra el dopaje que la decisión de los tres árbitros seguramente dejará descontentos a todos, lo que significa, de entrada, que, a menos que la argumentación del fallo alcance unos niveles de obra maestra, la bruma del caso no se levantará del todo.

Alberto Contador, en Argentina.
Alberto Contador, en Argentina.LUIS BARBOSA (EFE)

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.
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