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Columna
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El tatuaje

Fluyen ríos de reproches desde las mismas plumas con las que firmaba autógrafos aquel artista llamado Camps. Con la misma tinta con la que se tatuaron en el hombro un Paco abrazando un corazón. Los mismos que hacían cola ante su camerino e inundaron de fragantes rosas su tocador, abominan hoy de sus pretéritos amores. Y ahora, ajenos a la vergüenza que les depara la hemeroteca, nos obsequian día a día con sus sesudos análisis sobre lo que pudo haber sido y no fue.

Son los mismos que hoy titulan sus columnas a brochazos de apoliticismo. Los mismos que recriminaron a Alarte su obsesión por la corrupción política. Los mismos, exactamente los mismos, que construyeron la calumnia a cuatro columnas contra Ángel Luna. En fin, los mismos que no hace tanto decoraban sus despachos con fotos de su ídolo dedicadas con carmín.

Faltan en sus análisis del origen de tanto bochorno presente, las razones por las que se obviaron en el pasado todas las señales de peligro que jalonaron la autopista de excesos por la que llegamos hasta este páramo de ruina. Porque sí hubo periódicos y periodistas que ya escribieron, analizaron y pronosticaron lo que algunos presentan hoy como una revelación súbita y sorprendente. Porque son los mismos grupos políticos, las mismas diputadas y diputados de las mismas instituciones que hoy vituperan en sus estertores populistas, los que les advirtieron de la ruina y el expolio que escondía tanto desvarío.

La impunidad judicial y mediática convirtió al Partido Popular valenciano en una organización tramada para saquear las arcas públicas con el propósito de financiar su maquinaria orgánica y propagandística y así asegurar su hegemonía política. Para ello, según se desprende de los autos judiciales, se utilizó el soborno, el chantaje y la extorsión, pero también la violencia. No la física, es cierto, pero sí una suerte de violencia política con la que persiguió con saña a todo aquel periodista, escritor, político, activista, entidad, empresario, actor o cómico que tuvo la osadía de desentonar en el unísono himno emitido por Canal 9. Se les persiguió, se les hizo invisibles, se les calumnió y en el caso de la sociedad civil valenciana se les ahogó económicamente y se les marcó a fuego con el estigma del antivalencianismo.

Ahora, que con tanto cinismo los devotos admiradores de aquel artista caído hoy en desgracia se afanan en dibujar a una sociedad valenciana tan uniformemente culpable, es el momento de recordar que no todos los valencianos fuimos clientes de aquel cabaret. Es hora de recordar que la verdad de hoy se sostiene sobre los puntales que levantaron quienes pagaron, con sus carreras profesionales, con su prestigio y en no pocos casos con el sufrimiento de sus familias, el precio de su disidencia. Y vacunémonos. Porque dentro de poco los volveréis a oír, hablando de "un futuro que exige no mirar al pasado". Pedirán indultos y amnistías como pieza fundamental sobre la que construir "las soluciones que la sociedad demanda". Los vais a ver otra vez, clamando para que dejen de rodar las cabezas, con la vana esperanza de que vuelvan a rodar los sobres. Por cierto, los tatuajes del verdadero amor no se borran ni con láser.

Josep Moreno es diputado del PSPV-PSOE en las Cortes Valencianas.

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