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Columna
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Valencia, año cero

Desolado, así era el paisaje de Berlín nada más terminar la segunda guerra mundial como muy bien refleja la terrible película de Rossellini. Ruinas, hambre, cadáveres y, lo que es peor, una degradación moral omnipresente. Desolado es igualmente el paisaje de la Comunidad Valenciana en este año cero de la nueva época. Solo que en vez de ruinas lo que tenemos son inútiles edificios vacíos, públicos y privados; solo que en vez de hambre -todavía- hay un paro que se pega a los jóvenes como una materia viscosa; y solo que nuestros fallecidos son muertos civiles que emigraron para no volver. En cuanto a la degradación moral, aquí no se ha asesinado, pero sí se ha robado y cómo.

La población berlinesa, en el escaso tiempo libre en el que no estaba dedicada a intentar sobrevivir, se hacía obsesivamente una misma pregunta: ¿cómo pudimos apoyar a un régimen así? También nos la hacemos los valencianos: ¿qué especie de obnubilación colectiva nos hizo tomar por gobernante a ese hombre crispado que desvaría sobre la Stasi o sobre Job en sus delirios?; ¿por qué creímos a quienes nos decían que éramos la millor terreta del món mientras se llenaban los bolsillos a la vista de todos?; ¿cómo pudimos aceptar que tanta y tanta corruptela simplemente estaba "a la orden del día"? El pueblo alemán pagó su insensatez con creces: nosotros la vamos a pagar también, ya hemos empezado. Más vale pasar página cuanto antes. Lo primero, claro, es juzgar a los responsables directos del hundimiento: nuestro Nüremberg se va a espaciar en varios juicios, pero es inevitable que se lleve por delante a la banda de los cuatro y a sus acólitos. Sin embargo, lo más difícil vendrá después: todas las medidas serán inútiles mientras no interioricemos que nos lo merecíamos, que nuestros políticos corruptos han salido del pueblo y que su desvergüenza, que hemos aplaudido mientras dábamos pelotazos, solo nos irrita ahora que nos vemos con una mano delante y otra detrás.

No basta con abjurar del pasado. Sin el plan Marshall, Alemania nunca habría salido del agujero. Tampoco nosotros podremos remontar si no nos ayudan. Y, aunque resulte difícil aceptarlo, los que nos echen una mano pedirán que, como ocurrió en España en 1975, haya reforma y no ruptura, esto es, que construyamos el futuro con los mimbres sin pudrir que aún se puedan salvar entreverados con otras fibras que hasta entonces estaban estigmatizadas. No estoy hablando de nuestra débil oposición, aunque también: estoy hablando de la sociedad civil valenciana, tan inconsciente y, sin embargo, tan necesaria en el momento actual, en este terrible año cero de nuestra historia. Si no somos capaces de movilizarnos, seguiremos arrastrando el sambenito infamante que hace que se nos rían por dondequiera que vamos, como miraban de reojo a los alemanes en todo el mundo durante la postguerra. Nosotros mismos.

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