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Columna
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El silencio y la cháchara

"Lo que no se conoce es como si no existiera" dijo el excelso Apuleyo en su obra El asno de oro, allá por el siglo II. Y Baltasar Gracián -¿recuerdan su Arte de la prudencia?- modernizó la idea en el siglo XVII. "Lo que no se ve apenas existe", señaló. Y así pasamos del conocer al ver: se apuntaba ya la cultura de la imagen. Tras estos precedentes llegamos a la gran idea de nuestra cultura: lo que no sale por televisión no existe. ¿Lo reconocen como algo propio? ¿Quién no sabe quién es Vargas Llosa, Merkozy, Messi o Belén Esteban? Con la imagen llegaron las marcas y su expansiva cultura que acaba convirtiendo a las personas en marcas, en productos competidores en el rentable negocio del protagonismo y la notoriedad.

Nada es neutral en la superficial cháchara contemporánea, puro 'surf' cultural. En la búsqueda del silencio está el conocimiento

Hoy se puede decir, además, que lo que no es TT (trending topic, of course) no existe. O sea que lo que no tiene miles de seguidores o fans en la nube de Internet es un enorme agujero negro, un vacío de conocimiento en el que no cabe ni la partícula de Higgs. La cháchara de la nube digital confirma y mitifica marcas o las destruye en maniobras sin fin. Es una cháchara pretendidamente global pero que recuerda un gigantesco patio de vecinos donde se especula con seres y asuntos convertidos en producto. Los rankings son lo habitual: marcan las prioridades del interés general y se les otorga la categoría de opinión pública. No es raro, mira por dónde, que hoy todos conozcamos lo mismo e ignoremos lo mismo. De esos rankings de tópicos, más que de la realidad, es de lo que habla un atrevido mundo de tertulianos, capaz de opinar de cualquier cosa en esa enorme cháchara que incluye tanto la imagen como la palabra: es un pack cultural completo y sofisticado, muy lejano de lo que, en tiempos, se entendió como cultura popular y mucho más cercano a las cotizaciones de Bolsa.

Escribo en pleno apagón de Google, Wikipedia y similares. Las citas que encabezan este artículo provienen de mi memoria, de la enciclopedia Espasa y de mi propia capacidad de atar cabos, tarea a la que me dedico desde hace más de 40 años. No sigo los TT -hay verdaderos fanáticos de esta forma de estar a la última-, pero me encuentro cada día con ellos y la cháchara que les acompaña: son inevitables.

Por esta razón observo que hasta el más tonto es capaz de hacerse un hueco en el fabuloso mundo de la notoriedad que da vida a esta cháchara contemporánea y crea héroes de pacotilla, líderes de fantasía, malos de novela y escritores de humo: puras marcas comerciales. Es asombrosa la insistente capacidad de considerar que la propia opinión es algo que interesa muchísimo a los demás. Así florecen blogs, facebooks y fabulosos delirios (incluidos ciertos libros muy pretenciosos): cada vez es más complicado separar el grano de la paja.

El ensordecedor barullo de tanta cháchara, sin duda bienintencionada, tiene consecuencias claras, por ejemplo, sobre la reputación de las personas transformadas en marcas. Hay marcas claramente a la baja, como es el caso del señor Urdangarin, que, además de sembrar el republicanismo, arrastra en su caída en picado a todo ese mundo de fantasía de las escuelas de negocios como ESADE, con su ilustre tradición jesuítica. En este caso la cháchara suplanta a los tribunales. Hay marcas en la niebla: es el caso del ministro de Hacienda, que, por un lado, suelta la pasta a las autonomías en déficit, mientras que, por el otro, propone que llevará a la cárcel a los despilfarradores públicos. Más opaco imposible.

Hay marcas en feroz discusión: el juez Garzón. Poco sabemos, en este caso, de la realidad profunda que mueve los intereses en juego: la ignorancia produce palabras tramposas. Y hay marcas en alza: Vargas Llosa, el escritor al que el Gobierno español suplica (sin éxito) que sea mascarón de proa del Instituto Cervantes, que es lo que realmente corresponde a una marca multinacional como la del peruano. Es la confirmación del triunfo oficial de un producto humano. Todo lo cual es pura ideología: nada es neutral en la superficial y engañosa cháchara contemporánea, puro surf cultural. ¿Alguna conclusión? Por supuesto: la búsqueda del silencio y, con él, del verdadero conocimiento. Sin melancolía, con ironía.

Margarita Rivière es periodista.

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