_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Náufragos

Como debió de ocurrir cuando el naufragio del Titanic, lo sucedido al Costa Concordia refleja con extraordinaria justeza la principal característica de una época. En nuestro caso: el disparate. Produce verdadero espanto pensar que, ahora que las clases medias europeas han podido alcanzar hasta 17 pisos para hacerse a la mar, para gozar de unas merecidas vacaciones fuera de temporada, el mastodonte aparentemente a su servicio resulta tan frágil que puede encallar ante nuestras narices. El relato de los supervivientes evoca el horror y, al mismo tiempo, la paradoja: caerse al mar para ahogarse, con el agua de la piscina derramándose en el cogote. Es un símbolo extraordinario.

Ese saurio marino, herido y tumbado, absurdo, repleto de ascensores, es la ballena varada de nuestro entendimiento, la tortuga perdida de nuestros valores, el monstruo que se come los ahorros para el descanso de tres mil y pico de pasajeros, y que ni siquiera dispone de un capitán dotado del discernimiento necesario para navegar con seguridad ni de la decencia de permanecer en su puesto. El tío se dio a la fuga, como si fuera de Lehman Brothers.

Pienso en aquel episodio de la peli de los Monty Python, El sentido de la vida, cuando el edificio del banco se echaba a navegar, con sus empleados en pos de la libertad, y me parece que el Costa Concordia constituye también una metáfora, pero al revés: de cómo hemos sido engullidos. Frente al blanqueo producido por la presidencia mercantil de Monti, la realidad asoma tozudamente: estamos rodeados de canallas.

Me resulta difícil no pasar de las informaciones de esta tragedia -que tanto ha tenido de farsa, aunque su relato nos encoja el corazón- a las del juez Garzón, amarrado al banquillo por sus pares y por nuestros capitanes intrépidos, y no extraer conclusiones.

De mierda, hasta el cuello.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_