Miguel García-Posada, el universo de la literatura
Miguel García-Posada (Sevilla, 1944) nunca se consideró un escritor frustrado, como se dice, a veces, acaso maliciosamente, que lo son, los críticos; ni como creía Roland Barthes que lo eran, los críticos, un escritor aplazado. Al contrario, siempre consideró que su oficio volandero de crítico literario en los papeles -hizo el trayecto de ida y vuelta Abc-EL PAÍS- pertenecía al universo de la literatura, y en algún rincón de sus interesantes memorias o en su breve y brillante ensayo sobre tan desprestigiada actividad, que tituló significativamente El vicio crítico, recordaba esa célebre frase de Borges -el argentino las echaba a rodar, pendiente abajo, y siempre hacían fortuna- de que él se jactaba de las páginas que había leído, como otros, también justamente, se jactan de las que han escrito.
Crítico literario, nunca fue un escritor frustrado; acaso aplazado
Nunca fue, no, un escritor frustrado -supongo-, acaso aplazado, sí, pero en otro sentido al de Barthes. Profesor de literatura de instituto -¡como Gerardo Diego del madrileño Beatriz Galindo!-, con la espina goteándole cierta ácida decepción por no haber accedido a la Universidad, a la que zarandea brillantemente en sus memorias (en su segundo volumen, creo recordar, Cuando el aire no es nuestro, Barcelona, 2001), autor de varios textos sobre literatura española, clásica y contemporánea -el siglo XX, su especialidad-, sobre todo los dedicados a García Lorca ("a Lorca lo leí en el oro de mi adolescencia", dejó dicho en una página perdida de sus memorias), Miguel García-Posada, en estos 10, 15 años últimos, inició sin abandonar el ejercicio de la crítica literaria una suerte de carrera literaria, como si esta hubiera estado, sí, aplazada, o más bien desplazada, mientras tuvo -y tuvo mucho- mando en plaza como crítico literario decididor.
Me acuerdo ahora de otro gran crítico contemporáneo que también sacó, en los últimos años de su vida, billete de I/V entre este periódico y Abc. Me refiero, claro está, a Rafael Conte, crítico decididor igual que Posada. Simplificando, uno, este, el recién fallecido, crítico decididor en poesía, y el otro, aquel, también fallecido no hace tanto que no lo recordemos, en novela, crítico decididor, digo. Curiosamente también Conte, al final de su vida, escribió unas ciertas memorias, que ahí quedan, para que sirvan de lo que tengan que servir.
Volviendo a García-Posada, hay algo, sí, si se quiere, de escritor aplazado, al que le urge -o le surge- escribir sus memorias, una interesante crónica de un tiempo y de un país con una mancha indeleble de lo más mediocre del franquismo, esa mancha de nacimiento para tantos españoles y de la que él no se libró nunca. Las memorias, sí, y en los últimos años poesía, a la que regresó, tantos años después, y con mucha pasión -me consta-; esa poesía que como es natural le había llamado a su puerta a temprana edad. En 1967 publicó su primer libro de poemas, El paraíso y las hachas, con el que después sería implacable como lo ha sido a veces, en el ejercicio de su oficio, con los demás. A su libro poético lo llegó a calificar de "leonfelipiano, descosido e inmaduro". Y más aún, ese escritor aplazado -en el tiempo- también caería en la tentación de la novela, y en 2006 publicó La sangre oscura, una narración poco complaciente con el pasado reciente, los años tristes y grises del tardofranquismo, y que le estalla entre las manos al protagonista que regresa a su ciudad a dar una conferencia y a encontrárselo, ese pasado. Aquella novela, que reseñé en Babelia, le salió generacional y algo, por no decir bastante, triste.
A Miguel García-Posada lo conocí -porque me citó allí, un día feriado de mayo, San Isidro Labrador- en un bar de fritangas varias que hacía esquina en Manuel Becerra con Doctor Esquerdo. Fui para hablar de sus lorcas, que estaba sacado Akal por entonces, ese Lorca que leyó "en el oro de mi adolescencia". Siendo Posada presidente de la Asociación Española de Críticos Literarios me invitó a incorporarme a la asociación, y así lo hice y uno que es poco gremialista, y no tiene carné de nada, aunque sí de la asociación, ha tenido la suerte de formar parte, todos estos años, de los jurados itinerantes del Premio de la Crítica y, por tanto, entre deliberación y deliberación, disfruté, como todos, del humor chispeante y corrosivo, malvado las veces que hacía falta, de nuestro presidente -dejó de serlo en 2010 cuando se renovó la junta directiva y fue elegido Ángel Basanta: la primera decisión de la renovada junta fue nombrarlo presidente de honor-. Efectivamente con él lo pasamos muy bien en estas reuniones, mientras la salud y los inconvenientes del vivir, ese oficio del que hablaba Pavese, se lo permitieron; pues lo último, salud y desdichas personales, le impidieron, los dos últimos años, participar con la entrega que siempre le había puesto a su vicio crítico. Y a los demás disfrutar de su presencia.
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