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Columna
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Fragas

David Trueba

Más allá de que Cela inmortalizara la frase de que en España quien resiste gana, los medios nos han ofrecido a la muerte de Manuel Fraga una útil lección. Una vida larga permite correcciones a tu biografía. Entre las leyendas de los redactores de necrológicas siempre se cuenta la del tipo que escribió por anticipado tantas que aún se publicaron varias tras su propia muerte. Solo la enorme vitalidad de Fraga, su frescura de los últimos años, especialmente para comentar las vicisitudes de su partido cuando la victoria no ejercía de pegamento unitario, ha evitado que nadie se precipitara. Fraga supo reescribirse y reescribir la propia necrológica hasta que la salud se lo permitió.

Sería divertido hacer algún ejercicio de política ficción. Aprenderíamos bastante de la flexibilidad del relato político en España. Si Fraga se hubiera muerto en 1962, nada más poner en marcha la ley de prensa que llevó su nombre, habría sido considerado un aperturista del régimen, con un autoritario sentido de la libertad de prensa en un país sin libertades y con más cárceles que prensas. Podría haber muerto cuatro años después, razones no faltaron, tras su baño en Palomares, recordado ejemplo de manipulación mediática de las masas, cuando para salvar el turismo que él mismo había ayudado a potenciar amparando el preclaro lema de Spain is different, nos mostró el camino de la sumisión a Estados Unidos y proporcionó pistas sobre los poderes revigorizantes de la terapia nuclear.

El paso de las tentaciones represoras al comité de redacción de la Constitución, nos regaló más Fragas. La calle era suya, en aquellos mítines desbocados que a los niños nos asustaban como películas de ogros. Pero, a la larga, la derecha amalgamada en España fue la suya. Fundó el partido, cedió el liderazgo al asumir su techo electoral y giró al autonomismo, con visita de Fidel Castro incluida, para completar lo inabarcable del personaje. A la espera de saber si Dios y la Historia lo absolverán, él dejó bien avanzado su trabajo en la Tierra. Sus carencias, como suele ocurrir, se convirtieron en virtudes, sin cintura tuvo cintura, fue popular cuando dejó la alianza popular. Adorado por imitadores y medios, representó el símbolo vivo de la contradictoria fabricación de la democracia española.

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