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TORMENTAS PERFECTAS
Columna
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La meada del héroe

Lluís Bassets

Son imágenes insólitas, nunca vistas. Lo que reflejan no, al contrario. Forma parte de los ritos de la violencia guerrera desde que el mundo es mundo. El robo, la rapiña, la violación, la mutilación o la profanación de cadáveres son el resto inercial de una fuerza a la que se le ha permitido proyectarse sin límites. ¡Ay de los vencidos! La frase latina incluye la meada sobre los muertos y los heridos.

No hay guerra civilizada, por más esfuerzos que la humanidad haya realizado en su historia, desde la invención de unas reglas idealizadas para la caballería medieval hasta las convenciones de Ginebra y los códigos de los ejércitos profesionales occidentales. Civilizar la guerra es un esfuerzo encomiable que ayuda a tragar la píldora amarga cuando no hay más remedio que librarla. Pero al final, la guerra es siempre guerra. Sucia, inmoral, corrupta y corruptora, hasta destruir el alma de quien la emprende aunque tenga todas las razones morales y legales en su favor. El orden y la formalidad de los ejércitos sirve precisamente para domesticar en la medida de lo posible esta violencia irrefrenable y para convertir las miserias que la acompañan en grandeza, honores y heroicidades. Esos héroes pillados en plena meada jamás podrán convertirse en ciudadanos normales y mentalmente sanos.

La virtud que tiene nuestra época es que la tecnología que la caracteriza, tan provechosa para el arte de matar, también lo es para el arte de la transparencia. Si en épocas anteriores podíamos esconder bajo las alfombras la suciedad insoportable de las guerras que librábamos, ahora las imágenes del horror se nos aparecen como pesadillas en Youtube y se difunden por Twitter y Facebook. Sin la miniaturización de las cámaras digitales y su incorporación a los móviles y sin las redes sociales no habrían existido ni se habrían publicado las imágenes de los cuerpos vejados y martirizados de Abu Ghraib, la grabación de la matanza de civiles en Bagdad difundida por Wikileaks bajo el título de Asesinato colateral o ahora esos cuatro marines que orinan sobre los cuerpos recién ametrallados de unos talibanes.

Tan expresivas como las imágenes son las tomas de sonido que las acompañan sin dejar asomo alguno de duda, por si pudiera haberla, sobre la actitud de los soldados. En Abu Ghraib fueron los propios torturadores, fascinados por las imágenes, quienes obtuvieron las pruebas de sus crímenes. En el caso del helicóptero, la grabación es el protocolo audiovisual que acompaña al ametrallamiento aéreo, algo de creciente interés precisamente para controlar el comportamiento de los soldados al entrar en fuego. Las imágenes del escuadrón de los meones, tomadas por un quinto soldado con su teléfono móvil, se dirían, en cambio, fruto de la casualidad. No parece haber dudas de que alguien pedirá explicaciones sobre su difusión a este quinto marine que no meó sobre los cadáveres y que es el único héroe de los cinco.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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