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Reportaje:COPA DEL REY | Vuelta de los octavos de final

Un día en la gloria

Numancia, Alcorcón, Mirandés... La Copa ha encumbrado a futbolistas y equipos modestos

Eleonora Giovio

Hace 16 años fueron Jorge Barbarín y el Numancia. Luego, Eneko Romo, del Real Unión de Irún, y Jorge Molina, del Polideportivo Ejido. Más tarde le tocó a Borja y al Alcorcón. Y ahora es el turno de Pablo Infante, del Mirandés, pichichi de la Copa del Rey con cinco goles. Estrellas por un día, una semana o un mes. Son la cara de un fútbol modesto, poco acostumbrado a vivir bajo los focos; la cara de un fútbol del que se deja de hablar en cuanto termina su recorrido copero.

No hay fotos en el vestuario del Alcorcón de la hazaña de octubre de 2009. Tampoco las hay en casa de Juan Antonio Anquela, que sigue en el banquillo del equipo que eliminó al Madrid tras derrotarle por 4-0 en casa. Fue una de las noches más negras del madridismo. "Aquello nos cambió a todos. Durante dos semanas hubo mil cámaras a diario en los entrenamientos. Parecíamos actores de Hollywood más que futbolistas", recuerda ahora tras caer contra el Levante. "Lo supimos digerir bien. Ese año el objetivo era la liguilla de ascenso. Nos metimos en ella y ascendimos. Eso nos dio prestigio efectivo", añade.

"Trabajo en un banco y a Santander tuve que ir por mi cuenta", dice Infante, héroe burgalés
"Ante el Madrid acuñamos una palabra: 'alcorconazo', destaca el técnico Anquela

"Ascender fue lo que me cambió la vida, no eliminar al Madrid", le hace eco Borja, que marcó dos goles a Dudek. "Fui a celebrar el primero al banderín del córner donde sabía que estaban todos mis amigos. Al día siguiente, los vi en las portadas de los periódicos. Allí estaban dando botes", cuenta. La borrachera duró unas dos semanas, pero un mes después, para la siguiente ronda, contra el Racing, la pequeña tribuna de prensa se volvió a llenar. El Alcorcón fue eliminado. "La marejada duró unas dos semanas. Eliminar al Madrid nos colocó en el mapa y sucedió que el Alcorcón caía bien a todos, incluso a los madridistas, por nuestra forma de luchar y hacer las cosas con humildad", continúa.

Infante, del Mirandés, está viviendo ahora, a sus 31 años, lo que Borja en su día. Es la estrella de esta Copa, trabaja en un banco y vive en Quincoces de Yuso, a 50 kilómetros de Miranda del Ebro. "Para ir a entrenarme hago 50 kilómetros de ida y 50 de vuelta... Mi coche tiene dos años y 92.000 kilómetros", dice. En coche se fue a Santander el lunes, tras terminar su jornada laboral. "Mis compañeros se concentraron por la mañana, pero yo no pude hacerlo. Me llevaron dos amigos en coche para que no condujera yo. Llegué a Santander a las cuatro y media de la tarde, comí, me eché una siesta y me incorporé al equipo en la charla táctica", explica. Y después del partido, vuelta a casa en coche mientras sus compañeros celebraban el pase a los cuartos en el autobús. Infante es el único jugador del Mirandés que combina fútbol y trabajo. "Es así desde los 17 años. Primero lo combiné con el estudio

[licenciado en Empresariales y Administración de Empresa] y luego con el trabajo. Tengo claro que del fútbol no voy a vivir. Así no me quedaré sin nada cuando lo deje", agrega.

Eneko Romo no se pasa el día en el coche, pero desde él contesta al móvil de vuelta a casa tras el entrenamiento con el Real Unión de Irún. En 2008 marcó el gol (3-4) en el Bernabéu que eliminó al Madrid (en la ida habían ganado en su campo por 3-2). Marcó en el minuto 90. "Durante un par de días no me despegué del móvil. Pero, básicamente, recuerdo que el día del partido nos dedicamos a hacer turismo: nos entrenamos algo por la mañana en Valdebebas, visitamos la redacción de Marca e hicimos el Tour del Bernabéu". Salieron de allí con el pase a los octavos y directos al Asador Donostiarra: "Nos habían prometido que, pasara lo que pasara, nos invitarían a cenar". Al día siguiente les esperaba todo el pueblo para homenajearlos.

Es curioso, hay personas como Jorge Molina (ahora en el Betis y que en 2008 marcó un hat-trick en el 5-0 con el que el Ejido eliminó al Villarreal) que recuerdan esas pequeñas grandes hazañas con cierta frialdad ("más importante fue para el pueblo y la afición; yo lo sigo considerando como una anécdota"). Otros, como Infante, que se sienten abrumados ("estás acostumbrado a un fútbol sin focos y sin ruidos y, de repente, te encuentras con todo esto"). Y otros, como Jorge Barbarín, que se emocionan todavía 16 años después. El 14 de febrero de 1996 marcó un gol en el Camp Nou. El Numancia, que había empatado (2-2) en la ida perdió finalmente por 3-1 ante el Barça. Por el camino había eliminado a tres primeras (Real Sociedad, Sporting y Racing). "Éramos un segunda b, un equipo semiprofesional que a lo único que aspiraba era a ascender a Segunda A. Eliminamos a tres primeras y apretamos al dream team. Fuimos los pioneros de esa rebelión de los débiles. Fue una forma de reivindicar que, si haces las cosas bien, puedes ganar aunque cobres el 1% de lo que cobran tus rivales". Barbarín tiene ahora 40 años. Vive en Estella y espera alguna oferta tras terminar su aventura en el banquillo del Izarra, de Tercera.

Para el Numancia, cuenta, hubo un antes y un después de aquel 1996. "El campo tenía una grada y no teníamos ni ropa para entrenarnos. Después de eso se construyó un estadio nuevo", dice. ¿A los demás, ¿qué les queda de esas noches? Anquela lo tiene claro: "Lo único que queda es que acuñamos una palabra: alcorconazo. Se usa cada vez que se quiere hacer referencia a un desastre deportivo", reflexiona. Tanto que hasta en la Wikipedia versión inglesa se explica lo que fue el alcorconazo. Esto es la Copa: la gloria efímera.

El Mirandés, tras ganar al Racing
El Mirandés, tras ganar al RacingEFE

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Sobre la firma

Eleonora Giovio
Es redactora de sociedad especializada en abusos e igualdad. En su paso por la sección de deportes ha cubierto, entre otras cosas, dos Juegos Olímpicos. Ha desarrollado toda su carrera en EL PAÍS; ha sido colaboradora de Onda Cero y TVE. Licenciada en Ciencias Internacionales y Diplomáticas por la Universidad de Bolonia y Máster de EL PAÍS.
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