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Columna
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Bajo mínimos

Estos son los peores días del año, según el Financial Times. Los ingleses lo tienen todo perfectamente estudiado. Ahora mismo incluso en años buenos, se juntan el segundo plazo de la Visa, la subida del colesterol, la helada del Támesis y la cuesta de enero. Y si eso pasa en Londres, aquí ni les cuento. Con la deuda de la Comunidad Valenciana a un paso del bono basura, las cuotas de la Seguridad Social sin pagar y los colegios a punto de cerrar por defunción, ya pueden hacerse una idea. En un año como este las cartas están a la vista. No hace falta que carguemos más las tintas.

La gente, en general, se toma la vida muy a la ligera. Sin preparar bien los temas, quiero decir. No conozco a nadie que a estas alturas del mes no esté ya hecho polvo, para el arrastre y con el saldo bajo mínimos históricos. Da lo mismo que trabaje por cuenta propia o ajena, sea periodista, albañil en paro, pescador de pulpos o trabajador por la sanidad pública. Nadie puede ya más con su alma. Y está una tranquilamente tirada en el sofá, con los pies encima de la mesa, pensando en el control de los presupuestos del Estado de las autonomías como quien piensa en la descomposición de la materia orgánica y claro, le vienen a la cabeza ideas salvajes.

Una cree que con la que está cayendo, todo el mundo anda en echarse al monte o soltar el puma que lleva dentro. Pues no. Y lo sorprendente es eso precisamente. Que una va por la calle y se cruza con gente que en lugar de ir por ahí atracando bancos, todavía da los buenos días, deja pasar antes de entrar, vende flores y respeta los semáforos. Lo cual demuestra sin lugar a dudas que la gente de este país está muy por encima de la cotización del Ibex.

A algunos columnistas nos encanta que la calle le gane la batalla al mercado de valores, porque una vez aceptadas nuestras limitaciones intelectuales para comprender el estado de la economía, solo nos queda confiar en el instinto poético, que es como el instinto de supervivencia pero más enigmático.

Leer los titulares de los periódicos da un mal rollo mortal. La primera plana de un diario se parece demasiado a un epitafio. Las noticias del día se instalan en nuestro subconsciente como si fueran a durar más que la posguerra. Pero lo normal es que no. Las noticias vuelan, desaparecen del mapa con sus nombres propios y sus trajes a medida y sus corbatas infames o sus relojes de gama alta. Así que mejor salirse del carril y tomar las calles como los poetas que hacen el pan y barren las aceras cada mañana. Porque la vida sin poesía es como una tienda de tresillos en la periferia de Alfafar; o como la ley de subida del IVA que nos van a calzar en marzo; o como la moqueta de un hostal de carretera; o como el aeropuerto fantasma de Castellón; o como un sueño erótico con Cristóbal Montoro. O sea, como el peor día del año según el Financial Times.

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