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Columna
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Amigotes

Rosa Montero

Ya se sabe que el término nepotismo, que viene de nepote, sobrino en italiano, se acuñó con el papa Borgia, un valenciano muy aficionado a repartir sinecuras y cardenalatos entre su parentela. O sea que es un vicio político muy ligado a la tradición española. Todo esto ya lo he escrito varias veces en mis artículos, lo cual, además de evidenciar que me repito, demuestra algo peor: que el nepotismo sigue imperando en nuestras costumbres y que hay que volver a hablar de ello. La descarada promoción del amigote es algo tan común entre nosotros que a veces hasta nos cuesta ver lo ilegítimo que es. Por desgracia estamos acostumbrados a ese paisaje.

En ese maravilloso parque que es el Retiro de Madrid hay 11 quioscos en los que tomar una cerveza o un bocadillo. Son pequeños negocios familiares y la mayoría han pasado de padres a hijos desde hace 120 años. No se les permite cocinar y las ganancias son modestas. Este año, el Ayuntamiento de Madrid ha cambiado los pliegos de condiciones para renovar la concesión. Ha triplicado el coste de las tasas, ha permitido por primera vez que concurran grandes empresas, no puntúa la veteranía en el Retiro y además los pliegos están cerrados, de manera que no puede saberse lo que ofrecen. Las familias hacen cuentas: es literalmente imposible pagar esas tasas con el negocio tal y como es. De manera que es inevitable albergar sospechas y sentir la paranoia del nepote-amigote: ¿no será que están haciendo un concurso diseñado para favorecer que un gran empresario se pueda quedar con los 11 chiringuitos? Y, si fuera así, ¿masificarán los quioscos? ¿Autorizarán absurdos y caros restaurantes? ¿Cometerán la barbaridad de dejar entrar coches en el Retiro? Los quiosqueros llevan un año intentando ver a Ana Botella para poder explicarse y que les expliquen. Pero la señora Botella no les recibe.

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