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Columna
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¿Nos toman por tontos?

Hay que ver lo que son las cosas. Resulta que Zapatero hace ya casi un mes que se ha ido, y, sorprendentemente, ni la confianza se ha restablecido de inmediato en los mercados, ni la prima de riesgo parece haberse dado por enterada de que Mariano (¡uhu!) está por fin en la Moncloa.

Naturalmente, como era fácil de prever, el déficit de las Administraciones Públicas ha sido mayor del previsto, manteniendo esa popular tradición española conocida en medios políticos como "la herencia recibida". Y desde luego poco importa que esta provenga de miembros de la propia familia ideológica instalada en comunidades autónomas y Ayuntamientos, porque las subidas de impuestos, que hasta noviembre eran obstáculos insalvables a la creación de empleo, son ahora, atención, ¡totalmente necesarios para crear empleo! Y aunque a usted le parezca lo contrario, ello no es tan incoherente como parece, puesto que como la gravedad de la situación económica era mucho mayor de lo que se suponía (qué otra cosa podía esperarse), es totalmente lógico que se tomen medidas excepcionales. ¿No se comprometió el PP a decir siempre la verdad?, pues ahí la tienen. Pero quizá lo que más les sorprenda de todo este brote de sinceridad sobrevenida sea que los recortes del gasto no se dirijan a la reducción efectiva de la macrocefalia estructural acumulada por las distintas administraciones durante los años locos de vino y rosas, sino a rebajas lineales en todos los servicios públicos esenciales. Nada de televisiones, ni de sociedades inútiles, ni de fundaciones vacías de contenido, ni de aeropuertos sin aviones, ni de delegaciones provinciales del Consell, ni de diputaciones, ni de cargos de confianza y empleados a dedo, ni siquiera de medidas efectivas contra la corrupción. Nada de eso es urgente ahora. Es mucho más fácil y expeditivo subir los impuestos a los que ya los pagan y bajar el sueldo de los funcionarios públicos, quienes, ya se sabe, son seres privilegiados por tener un puesto de trabajo asegurado, a pesar de que sean los únicos miembros del sector público que han acreditado el mérito para serlo, y de que entre ellos se encuentren los responsables de nuestra seguridad, de la educación de nuestros hijos o de nuestra salud.

En fin, cualquier cosa menos montar una tienda de campaña en Bruselas y no marcharse de allí hasta que haya un compromiso formal para la reactivación inmediata de aquellas economías periféricas que, como España, se hallan inmersas en una recesión de la que no saldrán nunca sin un plan contundente de inversiones públicas, con cargo a un fondo europeo de crecimiento, cuya creación ya no puede aplazarse ni un solo minuto más. Conclusión que yo saco: el problema no es que los políticos que nos gobiernan nos tomen por tontos, como frecuentemente se escucha ahora por ahí. El verdadero problema está en que ellos mismos se creen los más listos de la clase, sin serlo. Y esto sí es lo peor que nos podría pasar.

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