Los niños son monárquicos
Hoy es jueves. Es decir, en el momento en el que junto estas letrillas para que les lleguen a ustedes el domingo. Jueves, víspera de Reyes. Como el cuerpo responde a los estímulos que aprendió en la infancia, esta tarde oscura de invierno, a pocos minutos de que el chiquillerío se apodere del centro de las ciudades para ver a tres monarcas a los que nadie pide cuentas, monarcas que (afortunados ellos) no tienen yernos, y cuya monarquía no se resiente cuando, con el crecimiento, se acaba la fe de sus súbditos, dado que, de inmediato, hay otro batallón de criaturas dispuesto a rendirles pleitesía, yo, digo, la que junta letrillas una víspera de Reyes, tengo el cuerpo inquieto y el alma ilusionada. No tanto como para poner zapatos en la ventana, pero puedo asegurar que como mañana me levante y no haya un paquetito con un lazo (a mi edad, cuanto más pequeño el paquete, mejor) me sentiré desolada. Sí, amigos, yo también fui una niña extraordinaria que creció y se convirtió en una madre como tantas otras que no se cansan de repetir: "No, si yo, para mí, no quiero nada", pero que desean furiosamente que los Reyes Magos no se tomen esta negativa al pie de la letra. Jamás hay que creer aquello de que no hay amor más incondicional que el de una madre. Pero, por dios, ¡si el amor de esas yonquis del cariño tiene un pliego interminable de condiciones! Me acostaré esta noche con el cuerpo de víspera. Cuando te acuestas con el cuerpo de víspera te resulta difícil abandonarte al sueño. En los años en los que fui una niña gorda y extraordinaria deseaba y temía escuchar los pasos de Sus Majestades por el pasillo. Cuando al final me rendía el sueño, un batallón de muñecas de Famosa se aproximaba a mí y yo flotaba en sueños con olor a goma perfumada. Olor que, por cierto, encontré reproducido hace años en un perfume italiano que tiene una fórmula mágica, mezcla de talco, tocador antiguo de mamás y goma de muñeca. Cada vez que salgo a la calle con ese perfume impregnado en la ropa noto que la gente me trata con una educación que parece de otro tiempo. Para que luego digan que las cosas entran por los ojos. Pero volviendo al cuerpo con el que me acostaré esta noche, al cuerpo de víspera. Lógicamente, ya no estaré atenta a escuchar los pasos de los Reyes. En caso de que los escuchara llamaría de inmediato a la policía. Pero estaré tan insomne como entonces y con la mente inundada de deseos. No solo me quitará el sueño la posibilidad de un paquete con lazo, también rumiaré ese otro tipo de deseos inmateriales que a menudo se presentan vagos y difíciles de expresar. Lo intento:
Deseo un país menos agresivo y vociferante, más educado. Espero no apuntarme a ningún linchamiento
Y que, como ha ocurrido en otras crisis de la historia, el odio no se vuelva contra los que no tienen la culpa
1. Deseo un país menos agresivo y vociferante, más educado.
2. Deseo no perder jamás la educación al responder a la falta de educación de otros.
3. Deseo tener el valor de expresar lo que pienso y no lo que ustedes esperan que piense. No sé si me explico.
4. Espero no apuntarme jamás a ningún linchamiento, uno de los pasatiempos favoritos de nuestra España.
5. Espero tener la presencia de ánimo como para que las críticas no me quiten el sueño. Con los elogios no hay problema: los uso como bálsamo para contrarrestar los sinsabores del oficio.
6. Espero no perder nunca conciencia de las cosas buenas que disfruto.
7. No escribir rutinariamente, que eso es lo peor que le puede pasar a uno.
8. Apartar a las personas que tratan de ganarse tu confianza contándote lo que otros critican de ti. Ese tipo de supuesta solidaridad es vomitiva.
9. No caer en el error de juzgar a las personas a la ligera.
10. Deseo no tener ese tipo de lectores que en cuanto expresas una opinión con la que no están de acuerdo, dicen, "ah, me has decepcionado". Es legítimo que yo piense, "no, no, el que me has decepcionado eres tú, querido/a".
11. Vencer el miedo que provoca expresar una opinión impopular.
12. Deseo también que en mi país sean aceptadas las opiniones opuestas, que no se trate de mermar la libertad de expresión con boicoteos o campañas de descrédito contra los individuos.
13. Deseo, y eso ya lo escribí, pero lo repito porque quiero, que no paguen justos por pecadores.
14. Y que, como ha ocurrido en tantas crisis a lo largo de la historia, el odio y el resentimiento no se vuelvan contra los que no tienen culpa. Pienso en los inmigrantes, claro. Pero también en músicos, escritores, actores, directores de cine, dibujantes, profesionales que desde hace tiempo padecen el ataque de quienes hacen compatible la cultura con el odio hacia quienes la crean.
15. Deseo que puedan volver los científicos. Que no cunda la desesperanza. Que no cuajen los mini-jobs. Que el que la ha hecho, la pague. Que acabe de una puñetera vez el juicio de los trajes de Camps, que los pague o que los done, pero que pasemos a hablar de otra cosa. Que se resuelva de manera justa el caso del duque de Palma (Arena). Que la Casa Real sepa asumir con entereza sus responsabilidades. Que si el Rey habla de conductas poco ejemplares, personalice, para que nos enteremos. Que Rajoy hable de vez en cuando, que para eso es el director del colegio.
Tengo más deseos, pero no me caben en la carta. Todo esto no es óbice ni tampoco cortapisa para que cierre los ojos soñando con mi regalo de Reyes. En algo me tengo que parecer a aquella niña gorda y extraordinaria que fui. -
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