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Columna
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Cabanyal 2012: ¿Año 0?

Disculpen las molestias pero la reciente inclusión del barrio de El Cabanyal en la lista de Patrimonio Mundial en Peligro por el World Monument Fund (WMF) nos ha sacado los colores a todos los valencianos, a todos.

Lo primero es señalar que la organización que decide la calificación de los monumentos goza del máximo prestigio y reputación en el mundo de la conservación, por eso aquí no era conocida hasta ahora. Trabaja en estrecha colaboración con instituciones como la Unesco y la UE, y estuvo a punto de recibir en ediciones recientes el Premio Príncipe de Asturias, aunque Urdangarin y su filantrópico instituto no llegaron a contratar con WMF (al parecer fue de los pocos).

Lo segundo es reconocer el cuadro clínico: El barri se hunde a la vista de todos, se muere delante de nosotros, agoniza entre nuestras manos, languidece estirado en las tardes con ese sol que en la arena de El Cabanyal alarga nuestras sombras hacia el mar. Los detalles son inmundos, casi sórdidos: suciedad, basura, ruina, delincuencia, infecciones, manzanas enteras derruidas, exclusión social, desespero...

Nadie habla de las personas, de los lazos de vida, de los lugares vividos, de la droguería y del bar

Después, las sociedades occidentales coloreadas por el cristianismo organizan su vida social en torno a la culpa. Por favor, presten atención cuidadosa y verán cuántas veces al día ante una contrariedad se oye "la culpa es del Gobierno" o "la culpa es de la oposición", o "la culpa es de los inmigrantes" o "de los ciclistas" o del "vecino". Pero jamás, jamás, jamás se acepta la posibilidad de que la tengamos nosotros. Erga homnes, decían antes. En la vida secular la gente seria habla de responsabilidades, no de culpas. Y ahí estamos todos. La sabiduría popular ya lo explicó: "Entre todos la mataron y ella sola se murió".

Todos los procesos se caracterizan por dos cualidades: velocidad y dirección. Ha sido lento lento, casi natural en su abandono. Hace ya varias décadas empezó y no ha parado aún. El derrotero ya es conocido: la ruina. Cuando este verano se veía a los turistas deambular con el plano en la mano por las calles desiertas y sucias pero con las casas modernistas aún coquetas y humildemente presumidas, en sus caras de estupefacción se intuía una pregunta: "¿No se dan cuenta?". Valencia no dispone de una perspectiva exterior. Solo cuando gentes que están de paso nos ilustran con su percepción nos hacen ver y valorar lo que destruimos. No hace falta salir mucho para darse cuenta de lo que en muchos otros lugares han conseguido con recursos de inferiores posibilidades. La lista es discrecional e interminable, pero uno de mis favoritos es el puerto / frente marítimo de Cape Town en Sudáfrica. Prodigioso, como tantos otros. Como no tenían un Cabanyal tuvieron que estrujarse el seso para recuperar su relación con el mar. Hoy es el centro neurálgico de la vida social de la ciudad. Pero no hay ni que salir del país, busquen en la red Novo Vigo Bello, cortometraje sobre la ejemplar recuperación vital de un Cabanyal que había en Vigo. Hoy es el centro de la vida local. Hay varias decenas de ellos.

La continuada (in)acción de las dos opciones políticas que nos han gobernado es la que nos confirmó a Newton, pues se generó una fuerza de reacción social de igual intensidad pero de sentido contrario que dejó servido el conflicto. De hecho, se convirtió en un political issue. Es decir, ya no se trata del patrimonio, ni de la vida de las personas, ni de la salud pública, ni de las pérdidas irreversibles de recursos público-privados, sino de un puro todos contra todos. Se abrió la guerra, todos perdimos y así estamos, con El Cabanyal herido de muerte (eso es lo que nos dicen).

Nadie habla de las infraestructuras invisibles, de las personas, de los lazos de vida, de los lugares vividos, de la droguería y del bar, del estanco y la paquetería, de los flujos de vida por decirlo en el pomposo argot de los técnicos. Miren, El Cabanyal ha tocado fondo. Soy vecino y empresario del barri, me he jugado mi dinero y modesto patrimonio para tener un negocio digno que respete su memoria y mi vergüenza: Casa Montaña. Como algunas decenas de vecinos que aún tenemos comercios, tiendas, y medios de vida en el barri solo hemos recibido mandobles. Desde que empecé a hacer labor de apostolado laico en defensa del barri desde una voluntad de neutralidad, respetando a todas las opciones sociales, políticas y empresariales, habré asistido a cualquier número que ustedes se imaginen de foros, conferencias, seminarios, reuniones y entrevistas. Con políticos de ambos bandos, con alcaldesas y ministras de Cultura, delegados del Gobierno, técnicos varios, comisarios de policía, organizaciones empresariales todas, vecinos muchos, siempre con Salvem, también con Sí Volem, rectores y vicerrectores y con las cofradías de la Semana Santa Marinera.

Dante ya nos señaló que el tiempo pasa y el hombre lo niega. De su mano la realidad muestra una naturaleza rocosa e inasequible al engaño. No nos queda mucho, nos advierten desde fuera. ¿Por qué nos maltratamos así? Si todos, todos damos un paso atrás, vecinos y comerciantes primero, políticos, técnicos y comentaristas tendremos un espacio común frente a nosotros en el que encontrarnos y solucionar el conflicto. Si se quiere avenida, hágase; si no se quiere avenida pues que no se haga, pero háblese, escúchese, y consensúese. Ya nos lo dicen hasta desde las instituciones internacionales. ¡Lo que no debe de hacerse es lo que hemos estado haciendo hasta ahora, pegarle a El Cabanyal cuando queremos denostar al otro! Nos hemos peleado entre nosotros, pero los golpes han ido a El Cabanyal. Que la intransigencia general y nuestra atávica costumbre de aprovechar cualquier asunto para despellejarnos vivos durante lustros no nos siga cegando (recordemos los psicodramas colectivos de la lengua y el agua). Se oyen rumores, se atisban cambios, algo se mueve. ¿Ha llegado ya el momento?

Finalmente, y frente a esta brutal marea que ha conseguido distraer al personal con las pantallas y que ha hurtado el poder real a la política, la escala local aún depende de nosotros. En el parque natural del volcán Irazú en Costa Rica, a la entrada, hay un cartel que así instruye: "Estimado visitante: Por favor, cuide del parque porque pertenece a todos los costarricenses. Algunos ya murieron, muchos viven hoy, pero la mayor parte de ellos está por venir". ¿Qué nos dirán nuestros hijos?

Emiliano García Domene es empresario.

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