El clavo y el martillo
En el juicio de los trajes de Valencia, la dinámica suele ser la siguiente: las fiscales anticorrupción colocan minuciosamente el clavo y, a renglón seguido, el profesor de Derecho Virgilio Latorre lo remacha.
El letrado de la acusación particular es meticuloso recomponiendo títeres descabezados, atando cabos y aclarando documentos que luego, eso sí, su adversario, el catedrático Javier Boix, abogado del expresidente valenciano, Francisco Camps, agita tratando de sembrar dudas. La vista del cohecho impropio entró ayer en la fase pericial, la penúltima antes de que la próxima semana el jurado se retire a deliberar. La sensación es que la versión de que Camps pagó sus trajes -¡que se lo digan al sastre José Tomas!- sucumbe ante el volcán de pruebas que constan en el sumario y que las acusaciones desmenuzan sin miedo al reloj.
El perito contratado por el expresidente para enterrar en cal viva los informes de Hacienda que certifican que, al menos, gran parte del dinero de las prendas procedía de la trama de Gürtel, salió ayer escaldado.
Acorralado por la desbrozadora del abogado Latorre, tuvo que retractarse, y lo admitió, de algunos pasajes. El perito cuestiona la fiabilidad de las pruebas: "Son falsas", repetía, al igual que hace Boix. Pero las cartas, tras más de 100 horas de juicio, ya están boca arriba en el estrado.
Si quien juzga a Camps fuese un tribunal profesional, luego de lo visto y oído a lo largo de 15 sesiones y 80 testimonios, es probable que albergase pocas dudas incriminatorias. Pero las connotaciones que encierra el juicio de Camps, un político que ha revalidado por tres veces la mayoría absoluta para el PP en la Comunidad Valenciana, impiden aventurar un resultado.
El de Camps es un juicio que traspasa las paredes del tribunal y traslada a nueve vecinos de Valencia -seis hombres y tres mujeres, legos en derecho- un veredicto donde es posible que imperen más las percepciones personales que el alud de datos y tecnicismos jurídicos y donde, quizás, el que remacha más fuerte no necesariamente gana.
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